Un amigo muerto, un domingo, un oto?o
Hay fines de semana sin gente que ver, sin ganas de ver a nadie, tampoco. Es domingo todo el tiempo, a partir del s¨¢bado a eso de las cinco de la tarde, y, gracias a Dios, no he comprado peri¨®dico alguno, hace semanas que no s¨¦ nada de la liga de f¨²tbol, y la televisi¨®n como si no la hubieran inventado todav¨ªa. La m¨²sica est¨¢ terminantemente prohibida, en domingos as¨ª, que incluso empiezan antes de tiempo. Diablos, cualquier tipo de m¨²sica ser¨ªa realmente peligros¨ªsima, en circunstancias tales que la sola idea de la existencia f¨ªsica o cantada de un Julio Iglesias puede ser de necesidad mortal, a juzgar por lo que uno sabe de s¨ª mismo. En la sala hay un gran libro a medio leer, y hay decenas m¨¢s esperando lectura, en mi biblioteca, pero en d¨ªas as¨ª sucede lo mismo con los libros que con el cine. Hay varias salas de estreno en el barrio y pel¨ªculas que ver, pero eso vendr¨¢ despu¨¦s, tal vez el lunes, a lo mejor el martes. En fin, eso vendr¨¢ no bien este oscuro bienestar se transforme en molesta melancol¨ªa y la larga visita de alg¨²n muerto anuncie un punto y aparte.
"Los amigos comunes siempre me han contado que sus a?os lime?os fueron los m¨¢s felices de su vida y que se acabaron demasiado pronto"
-Si todo me sale bien, dentro de pocos meses habr¨¦ partido al Per¨², Julio...
-Dios te d¨¦ m¨¢s a?os de vida de los que a m¨ª me concedi¨® en Lima, viejo.
Una tira de a?os, en Par¨ªs, Julio Ram¨®n Ribeyro y yo almorzamos juntos cada domingo. Siempre estuve invitado a su casa, a eso de la una de la tarde, y Alida, su esposa, se encarg¨® de record¨¢rmelo muy cari?osamente por tel¨¦fono, cada semana. A veces Julio Ram¨®n ni siquiera me recib¨ªa porque andaba con una gripe fiebrosa, por ejemplo, y se negaba incluso a que lo visitara unos minutos en su dormitorio.
-No entres, Alfredo, porque muerde, me advert¨ªa Alida, explic¨¢ndome que me hab¨ªa dejado mi almuerzo listo, tambi¨¦n el de Julio, por si se le antojaba comer algo al pesado ese. Luego se iba a alg¨²n compromiso vinculado a su trabajo y, como Julito hijo se hab¨ªa ido desde temprano con sus compa?eros de colegio, el resto de aquel domingo me lo pasaba sentado en la sala oyendo a Julio Ram¨®n estornudar o toser y carraspear, como quien intenta explicarme que est¨¢ de un humor de perros y que para otra vez ser¨¢, viejo.
Volver¨¦ al Per¨² dentro de unos pocos meses, casi a la misma edad en que Julio Ram¨®n regres¨®. ?l no tuvo suerte, pues los amigos comunes siempre me han contado que sus a?os lime?os fueron los m¨¢s felices de su vida y que se acabaron demasiado pronto, que mereci¨® vivir mucho tiempo m¨¢s. Y esto es cierto, ya que Julio era incapaz hasta de escribir una carta, de lo feliz que estaba en Lima. Me consta. Jam¨¢s me escribi¨® desde all¨¢. Yo a veces lo llamaba por tel¨¦fono, de Madrid, pero he llegado a la conclusi¨®n de que ¨¦l no pod¨ªa creer ni aceptar que mi voz le llegara desde tan lejos, desde un mundo que hab¨ªa dejado atr¨¢s para siempre.
-Hola, viejo... S¨ª, viejo... Gracias por tu llamada, viejo...
Recuerdo que lo llam¨¦ una vez para felicitarlo, porque le acababan de conceder el muy importante Premio Juan Rulfo, en M¨¦xico, y que me contest¨® una mujer. Me dijo, de parte del se?or Julio Ram¨®n Ribeyro, que estaba en una rueda de prensa internacional y que lo volviera a llamar dentro de una media hora, m¨¢s o menos. ?A m¨ª con ¨¦sas! ?A m¨ª con vainas y detallitos! Aquello me produjo una c¨®lera tremenda, pero tan s¨®lo unos minutos, porque la verdad es que nunca he olvidado la risa que me invadi¨® de pronto al pensar que Julio ten¨ªa hasta una secretaria y que no hab¨ªa sabido qu¨¦ hacer con la llamada de su amigo, en larga distancia, ahora que de pronto se encontraba rodeado por la prensa, por decenas de fot¨®grafos, ciego de flashes, ah¨ª rodeado por la fama, o ante ¨¦sta, o en medio de ¨¦sta, en fin, qu¨¦ s¨¦ yo de famas. Sin embargo, la sola idea de imaginar a Julio Ram¨®n desbordado e incomod¨ªsimo por una suerte de estallido del ¨¦xito me caus¨® tal hilaridad que tuve que esperar a que se me pasara bien la risa para volver a marcar su n¨²mero de tel¨¦fono.
Julio Ram¨®n no pudo asistir a la ceremonia de entrega de ese premio, muy pocos meses despu¨¦s, en Guadalajara, M¨¦xico. Alida, su esposa, y Julio, su hijo, asistieron en su lugar. Yo andaba invitado a la feria del libro, festejando los 25 a?os de la publicaci¨®n de Un mundo para
Julius, y pude acompa?ar bastante a Alida y Julito a tanto acto p¨²blico, tanta entrevista, tanto todo. De la muerte de Julio Ram¨®n me enter¨¦ muy pocos d¨ªas despu¨¦s en Caracas.
-Perdona que no te recib¨ª el domingo pasado, viejo. La gripe me pone de un humor negro, y nada detesto m¨¢s que imponerle mi mal humor a un amigo como t¨²...
-Perd¨®name t¨², m¨¢s bien, Julio. Perd¨®name que desde este muy personal domingo madrile?o, uno de ¨¦sos que empiezan en tarde de s¨¢bado, incluso, yo en cambio te imponga mi estado de ¨¢nimo.
-S¨ª, se te nota mustio. No triste o melanc¨®lico o nada. S¨®lo mustio. Como si no existieran el f¨²tbol, la televisi¨®n, los libros, el cine, y qu¨¦ s¨¦ yo qu¨¦ m¨¢s...
-Sylvie te ha guardado siempre cierto rencor, ?sabes? Desde el d¨ªa en que, siendo casi una ni?a, empez¨® a piropearte en su casa, ante varias personas, en su af¨¢n de ganarse el cari?o de mi gran amigo y c¨®mplice. La hiciste llorar delante de todo el mundo. Ella andaba en plena piropeada, entre gente mayor y que apenas conoc¨ªa, y t¨² la cortaste de un solo golpe.
-Lo siento, Sylvie, pero yo he llegado ya a la etapa del desamor.
-Sali¨® disparada a llorar en el ba?o, Julio Ram¨®n.
-Ni me acuerdo, viejo. Pero debi¨® de ser porque yo siempre prefer¨ª a Maggie, y t¨² segu¨ªas casado con ella.
-T¨² no s¨®lo prefer¨ªas a Maggie, Julio... T¨² estabas enamorado de ella. Y ella de ti. Ustedes dos se adoraban en todo caso, y as¨ª me lo hicieron saber una tarde en que and¨¢bamos los tres reunidos en mi departamento. Mi mejor amigo en este Par¨ªs del diablo y mi adorada Maggie, enamorados... La idea, sin embargo, no me hizo infeliz, porque tanto t¨² como Maggie eran demasiado buenos, demasiado limpios, demasiado nobles como para causarme da?o alguno a m¨ª. Maldita sea. Ahora recuerdo que la idea me hizo bastante feliz, de una manera especial, eso s¨ª, y que no puedo calificar sino de alcahuetamente feliz.
-Ja... Aquellos tiempos...
-Hoy fueron felices aquellos tiempos, Julio Ram¨®n...
-Me alegra mucho saberlo. Realmente.
-Y, sin embargo, Maggie decidi¨® irse al Per¨²...
-Y apareci¨® Sylvie...
-Y reapareci¨® Maggie, un a?o m¨¢s tarde...
-Pasaba de todo en esos tiempos, caray...
-Y de pronto te enfermaste. C¨¢ncer.
-Me acuerdo, s¨ª, me acuerdo... Por supuesto que me acuerdo...
-Y de pronto se enferm¨® tambi¨¦n Maggie. Flebitis muy aguda.
-Por eso no ven¨ªa a verme nunca al hospital, claro...
-Una ma?ana tras otra, una semana tras otra, mes tras mes (as¨ª de interminable, en todo caso, me result¨® aquello), todas las ma?anas las pas¨¦ acompa?ando a Maggie, en el hospital Cochin, y luego corriendo a visitarte a ti, cada tarde, en el hospital Saint Louis. Por las noches Sylvie y yo nos acompa?¨¢bamos en nuestra locura, en el inmenso manicomio que era ¨ªntegra la ciudad de Par¨ªs, de bar en bar. Bar del Ritz, Harry's Bar, Calvados, Rosabud, Closerie de Lilas, La Coupole, Aux-Duex-Magots, Flore, Old Navy, La Chope... De herida en herida nos acompa?¨¢bamos hasta el amanecer...
-?C¨®mo acab¨® eso?
-Maggie san¨® y se fue a Lima, despu¨¦s de haber trabajado en Par¨ªs alg¨²n tiempo. Sylvie se cas¨® y se fue a Italia. Yo empec¨¦ a trabajar como un loco en alg¨²n libro.
-Y yo me volv¨ª a enfermar, claro.
-Fue la segunda operaci¨®n, s¨ª. Te abrieron y te cerraron, Julio...
-Y viv¨ª veinti¨²n a?os m¨¢s, "de permiso".
-Yo empec¨¦ a salir con una linda chica venezolana. Era mi alumna en la universidad y un d¨ªa ella misma me pidi¨® que sali¨¦ramos juntos. Se llamaba In¨¦s, y era realmente linda y muy simp¨¢tica... Bueno, digamos que no me hice de rogar...
-De ¨¦sa s¨ª que no me acuerdo...
-C¨®mo te vas a acordar, Julio Ram¨®n, si estuviste todo el tiempo en el hospital Saint Louis, otra vez. Incluso te puedo contar que esa chica me abandon¨® por tu culpa, sin que siquiera te enteraras. Bueno, digamos que por tu culpa, es una manera de contar. Lo cierto, en todo caso, es que me dejaba en el hospital todas las tardes, pero se mor¨ªa de celos de hacerlo, porque cre¨ªa que t¨² y tu enfermedad eran un invento m¨ªo y que el truco del hospital y mis visitas diarias me permit¨ªa encontrarme diariamente con otra mujer...
-Ja... ?sa s¨ª que estuvo buena...
Como todo el mundo, yo a veces he querido morirme, s¨ª. Pero de ah¨ª a quererme matar, media una enorme distancia. Sin embargo, harto de Maggies y Sylvies e Ineses, me imagino, intent¨¦ hacerme nada menos que hara-kiri, con un gigantesco cuchillo. No s¨¦ por qu¨¦ aquello fue en casa de mis amigos Jos¨¦ Luis Garc¨ªa Franc¨¦s y Paolo Pinheiro. Tampoco s¨¦ por qu¨¦ estaba yo ah¨ª solo y por qu¨¦ estas circunstancias, m¨¢s la memoria perdida, tremendo black
out, hicieron que esa noche fuera un milagro que Paolo llegara justo en el instante en que la hoja del cuchillo y mi barriga...
-Algo de eso me acuerdo, s¨ª...
-Paolo y sus reflejos me salvaron la vida, pero no sin que antes luch¨¢ramos violentamente por la posesi¨®n del cuchillo. Y, cuando lleg¨® Jos¨¦ Luis, yo acababa de cortarme un dedo con la hoja del cuchillo, en el fragor de la batalla, y como que volv¨ªa en m¨ª, aparatosamente ensangrentado, en aquel ¨²ltimo piso de la avenida Partenier. Me llevaron a un hospital cercano y me cosieron sin darse cuenta de que me hab¨ªa cortado tambi¨¦n el tend¨®n. Hubo que operarme, semanas despu¨¦s, en el hospital Cochin, donde me visit¨® una Sylvie absurdamente reci¨¦n casada en Italia y de visita en Par¨ªs, en aquel momento...
-Viejo, te pasaba cada cosa a ti, por aquellos a?os...
En efecto, me pasaba cada cosa a m¨ª, por aquellos a?os. Y sabe Dios d¨®nde archivar¨¢ la memoria que empiezan unos sucesos que s¨®lo reaparecen en estos domingos que empiezan desde el s¨¢bado, a eso de las cinco de la tarde. Es como abrir una caja china, pues los recuerdos contienen m¨¢s y m¨¢s recuerdos, casi interminablemente. Hasta que, por fin, un d¨ªa ya es lunes, un d¨ªa ya es martes... Por ahora, de la absurda visita de Sylvie, reci¨¦n casada en Italia, ha salido la m¨¢s absurda visita de Julio Ram¨®n, tambi¨¦n al hospital Cochin y tambi¨¦n cuando me operaron el dedo. Lleg¨® un viernes por la tarde, el hombre que escribi¨® el extraordinario relato titulado S¨®lo para
fumadores, el m¨¢s grande y empecinado fumador que yo haya visto jam¨¢s. Y yo acababa de quedarme sin cigarrillos y el fin de semana empezaba, y nadie, aparte de Sylvie y de ¨¦l, sab¨ªa que yo andaba metido en un hospital.
-Te agradec¨ª tanto tu visita, Julio Ram¨®n. A ti, que los hospitales deb¨ªan producirte verdadero horror.
-Qu¨¦ ocurrencia, viejo. Uno termina por acostumbrarse hasta al c¨¢ncer...
-Pero fuiste a buscarme cigarrillos para el fin de semana y no regresaste m¨¢s...
Ser¨ªa lunes, tal vez martes, el d¨ªa en que le escuch¨¦ a Julio Ram¨®n decirme que, a fuerza de desearme todas las cosas buenas que ¨¦l no tuvo en la vida, lo cual es una gran verdad, lleg¨® incluso al extremo de abandonarme sin cigarrillos en una cama de hospital, para que nunca lo siguiera en su negativa senda de fumador sin remedio alguno.
-Si te aguantas dos o tres d¨ªas, viejo, por qu¨¦ no una semanita... Y luego, un par, y as¨ª... Adi¨®s al tabaco, viejo...
-?Adi¨®s al tabaco canceroso?
-Para siempre, viejo.
Y todo esto por fin es verdad, porque ya es lunes, y ma?ana martes, y...
Maestro del cuento
El escritor Julio Ram¨®n Ribeyro (Lima, 1929-1994) estudi¨® Derecho y Literatura en la Universidad Cat¨®lica. En 1952 viaja a Europa, donde alterna sus estudios con trabajos period¨ªsticos. Vuelve a Per¨² para dar clases en la Universidad de Huamanga y tras una corta estancia se instala definitivamente en Par¨ªs, en 1960. Trabaja como traductor y redactor para France Press
y en 1972 pasa
a ocuparse de la Consejer¨ªa de Cultura de la Unesco en la delegaci¨®n de Per¨². Fue dos veces candidato el Premio Cervantes, en 1991 y 1994, y premio Juan Rulfo en 1994. De su obra destacan las novelas Cr¨®nica de San Gabriel y Los geniecillos
dominicales, aunque son sus numerosos cuentos y sus Prosas ap¨¢tridas las m¨¢s conocidas de su bibliograf¨ªa.
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