Los cinturones de ronda
Es l¨®gico que Oriol R., Pepa C., Luis M., Marc X. y tantos otros barceloneses interrogados aleatoriamente por este cronista en plena calle, en uno de esos sondeos de opini¨®n de aqu¨ª te pillo aqu¨ª te mato que arrojan conclusiones superferol¨ªticas, afirmen que el sitio mejor de todos cuantos a la Belleza (o al Dise?o), la Raz¨®n, la Higiene, el Orden y el Comercio ha consagrado esta moderna ciudad de Barcelona sean los cinturones de ronda, las Rondas, como popularmente se las conoce. Es l¨®gico, digo, porque esas v¨ªas de comunicaci¨®n r¨¢pidas nos permiten entrar y salir, ir y venir, entre Barcelona, bautizada por los atinados propagandistas de su excelent¨ªsimo Ayuntamiento como "la mejor tienda del mundo" y como "una de las mejores ciudades del mundo" (la mejor todav¨ªa no, pero ?estamos trabajando en ello y si todos arrimamos un poquito el hombro lo conseguiremos!), entre Barcelona, digo, y Catalu?a, que es una regi¨®n... no dir¨¦ que superior a todas las dem¨¢s que con ella conforman lo que podr¨ªamos llamar la zona burguesa del mundo, pero s¨ª diferente, especial, asim¨¦trica, para entendernos; y tambi¨¦n, gracias a Dios y a la laboriosidad sostenida de sus habitantes, muy pr¨®spera (aunque parece que en los ¨²ltimos a?os padece mucho por una extra?a enfermedad que alg¨²n sabio ha diagnosticado como "regresi¨®n auton¨®mica"). Ir y venir sin cesar entre Catalu?a y Barcelona, qu¨¦ les voy a explicar a estas alturas, es una aut¨¦ntica gozada, un ¨¦xtasis permanente como aquellos que dejaban baldada a santa Teresa despu¨¦s de haber contemplado la faz inmensa del Se?or. Por las Rondas, pues, entramos y salimos, y eso ya basta para que nos gusten mucho, como se observa cuando hay en ellas retenciones de tr¨¢fico, en la expresi¨®n de los rostros detr¨¢s de los volantes: rostros que irradian ondas de contento (aunque, admit¨¢moslo, tambi¨¦n los hay adustos, impacientes y malcarados, lo que atribuyo a esa ¨ªntima preocupaci¨®n o inquietud ya dicha, de la involuci¨®n auton¨®mica). Pero es que aparte de entrar y salir, ya el solo hecho de circular por ellas, por las Rondas, es una experiencia muy grata, sobre todo cuando puede hacerse a velocidad moderada y sostenida, para "verlo y observarlo todo hasta Poniente", como dijo el poeta. Ve¨¢moslo: este espacio perfectamente funcional donde la excelencia de los ingenieros ha concebido cada detalle para que sirva a un mismo fin, el de circular; es el ¨¢mbito de la fluidez sin sem¨¢foro, de la movilidad que se dir¨ªa perpetua y que nos atrevemos a so?ar como literalmente circular, de los flujos de energ¨ªa mec¨¢nica que se hunden en la profundidad o asoman a la superficie, se demoran y aceleran, se dilatan o menguan al albur de los afluentes y desag¨¹es que se suman o se van por las pronunciadas rampas. Se tuvo en mucha consideraci¨®n al trazar el recorrido el imperativo de la amenidad, y as¨ª de vez en cuando se atisban unos parterres con sus palmeritas agonizantes, un aparcamiento de coches polvorientos, fantasmag¨®ricos, camuflado tras una reja, un edificio singular a trav¨¦s de una claraboya importada del cine expresionista, y hasta un barrio entero y soleado, que inmediatamente oculta el imponente lienzo de muro cicl¨®peo. Aqu¨ª en las Rondas, tambi¨¦n porque en las se?alizaciones de los ramales de salida ve desfilar los nombres de los barrios que conoce tan bien como si fueran suyos, y los repite mentalmente, reapropi¨¢ndoselos, todo usuario se siente se?or de unos jardines de hormig¨®n y de asfalto que recorre, como es lo propio de los se?ores, sin hacer uso de los pies, en carroza. La prueba de lo mucho que las Rondas nos exaltan es ese sentimiento de descenso -a la ciudad y a un ¨¢nimo inferior- que sufre todo el mundo cuando sale de las Rondas.
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