Plata toledana
Julio Rey acaba segundo en el marat¨®n m¨¢s r¨¢pido de la historia de los Mundiales y los Juegos, que gana el marroqu¨ª Gharib
"Esto es muy duro, t¨ªos". Javier Cort¨¦s, un hombret¨®n hecho y derecho, un maratoniano veterano, curtido, lleg¨® hasta la zona mixta, hasta donde los periodistas, lleg¨® y se derrumb¨®. Empez¨® a llorar. "Tres meses sin ver a mi hija, entren¨¢ndome como un condenado, tres meses sin vivir, para esto...".
El marat¨®n es una carrera de parias, de sufrir miserias, de perderse en el campo o en la monta?a y entrenarse todos los d¨ªas pensando en un sue?o esquivo. En un objetivo que muchas veces se escurre de los dedos en el ¨²ltimo momento. Javier Cort¨¦s no era muy ambicioso. Le bastaba con quedar octavo o d¨¦cimo, con contribuir a una victoria de Espa?a para irse a la cama satisfecho. Pero le atac¨® el flato, insidioso. La venganza del cuerpo contra el atleta que le tortura es una bolsa de aire en el colon, una presi¨®n sobre el h¨ªgado, un dolor que se hace insoportable y no lo arregla ni la visi¨®n de la torre Eiffel, el Arco de Triunfo o el Sacre Coeur. Son 42 kil¨®metros de tortura. F¨ªsica y mental. Tantas esperanzas hundidas, tantos sacrificios por nada. "Me tuve que parar varias veces y ni por ¨¦sas", llor¨® Cort¨¦s. Alberto Juzdado, otro del equipo espa?ol, tambi¨¦n sufri¨® los nervios, tambi¨¦n se vio atacado por el flato. "Me cost¨®, pero pude quit¨¢rmelo", dijo Juzdado, el m¨¢s veterano. Se apret¨® el costado, respir¨® hondo, logr¨® que el diafragma alegrara el ritmo de los intestinos. Tampoco iba muy bien.
Rey y Gharib entraron juntos en el estadio, pero a la luz y al clamor sali¨® primero el marroqu¨ª
El espa?ol iba tan fuerte que meti¨® metacarpianos y se fue solo. Se volv¨ªa y no se lo cre¨ªa
Cuando se va muy bien, los kil¨®metros son cortos, las cuestas no existen, las piernas no pesan, el asfalto es una nube sobre la que se flota. Chema Mart¨ªnez iba muy bien, iba en el grupo importante, su cabeza rapada sobresaliendo en medio bote a bote, zancada a zancada. Iba en su t¨²nel. Iba bien hasta que las cosas se pusieron serias. O m¨¢s serias. Serias estuvieron desde el principio. Desde el ayuntamiento de Par¨ªs. "Hemos corrido como animales desde el principio", dijo Mart¨ªnez. "Demasiado". Se empez¨® a correr en tres minutos el kil¨®metro desde el comienzo y nunca se baj¨® el ritmo. M¨¢s bien se aceler¨®. Y siempre, al principio, al medio y, sobre todo, al final, siempre estuvo all¨ª delante, ense?ando el dorsal a todo el mundo, Julio Rey. Saltando a por todo lo que se mov¨ªa, fuera angole?o, tanzano, japon¨¦s o marroqu¨ª.
Hace un a?o, en el Europeo de M¨²nich, Julio Rey iba en el primer grupo cuando se escap¨® un desconocido finland¨¦s, Janne Holm¨¦n. Todos le dejaron ir. Los espa?oles, sobre todo, que eran los favoritos. Cuando decidieron ir a por el insolente finland¨¦s, ya era tarde. Julio Rey acab¨® tercero y cariacontecido. Se jur¨® que nunca repetir¨ªa el error. Que antes se pasar¨ªa de generoso que de rata. Que m¨¢s val¨ªa perder un oro a por el que se hab¨ªa ido, que ganar un bronce de consolaci¨®n. "He salido a muerte a todos los ataques", dijo ayer orgulloso el atleta toledano. "Ya hab¨ªa dicho que estaba para cualquier ritmo y para cualquier tipo de carrera. Para tres minutos el kil¨®metro y para 3.15. Para una carrera regular y para una marcha a tirones". La carrera fue espectacular, r¨¢pida -muy r¨¢pida: el ganador termin¨® en 2h 8m 31s, el tiempo m¨¢s corto de la historia de los maratones ol¨ªmpicos y de campeonatos del mundo- y entrecortada. Siempre a tirones. Siempre con ataques, con cambios de ritmo de ¨¦sos que vac¨ªan los dep¨®sitos de energ¨ªas. En uno de esos ataques, el decisivo, el que inici¨® el marroqu¨ª Jauad Gharib en el kil¨®metro 31, en el ¨²ltimo repecho fuerte, en la subida a la plaza de Stalingrado, revent¨® Mart¨ªnez. "Llegu¨¦ al final de la cuesta y vi que estaba vac¨ªo", dijo el madrile?o. "Hab¨ªa venido para ganar, y tener que correr agotado 10 kil¨®metros m¨¢s y sin ninguna esperanza se hace dur¨ªsimo". En cambio, correr hacia el oro es la felicidad.
Julio Rey estaba muy fuerte. Tan fuerte que en el kil¨®metro 29, bajando de la Bastilla a la plaza de la Rep¨²blica, una bonita cuesta, meti¨® metacarpianos como quien no quiere la cosa y se fue solo. Se volv¨ªa y no se lo cre¨ªa. "Yo no intentaba atacar", dijo. "Ad¨®nde iba a ir yo solo. Me tuve que frenar". No se fren¨®, claro, cuando el que atac¨® fue el marroqu¨ª Gharib. Se fue tras ¨¦l como se hab¨ªa ido a por todos, pero esta vez detr¨¢s se hizo el vac¨ªo. S¨®lo aguant¨®, pero poco, el keniano Michael Rotich, un corredor peligroso que hab¨ªa ganado en primavera el marat¨®n de Par¨ªs bajando de 2h 7m. Pero el marroqu¨ª, en su d¨ªa de gloria, lo dej¨® clavado. Fue en uno de los muchos tirones que dio en los ¨²ltimos 10 kil¨®metros. "El marroqu¨ª me llev¨® todo el tiempo a tirones", explic¨® Rey. "Eran tironcitos como poco convencidos, como si tuviera miedo de quedarse sin fuerzas". El keniano se qued¨®. S¨®lo aguant¨® Rey. Le aguant¨® hasta el t¨²nel. Hasta que no quedaban m¨¢s de 500 metros. Entraron juntos, pero a la luz y al clamor sali¨® primero el marroqu¨ª. Rey ya no pod¨ªa m¨¢s. "Ten¨ªa los cu¨¢driceps imposibles. Han sido muchos tirones. Quiz¨¢s si no hubiera salido a todos los ataques... Quiz¨¢s si hubiera economizado m¨¢s... Pero ten¨ªa que ser as¨ª. As¨ª ten¨ªa que correr el marat¨®n. Y, adem¨¢s, la plata me hace feliz".
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