La bienvenida
El tren sale de Cercedilla a las 19.33 con direcci¨®n a los diversos apeaderos de Madrid. El altavoz de la estaci¨®n lo anuncia antes de que se forme en la v¨ªa -o surja de la propia monta?a, como un telesilla o un trineo-. Los viajeros aguardan en el and¨¦n indicado en la convocatoria, la mayor¨ªa sin maletas: son los veraneantes que ma?ana reanudar¨¢n el trabajo en la capital, los alpinistas que no volver¨¢n por aqu¨ª hasta que cuaje la nieve y -sorprendente en el paisaje madrile?o de la sierra rica- unos jubilados de inspiraci¨®n tirolesa con mochila a la espalda y piel cocida. Hay tambi¨¦n madres ensimismadas, adolescentes inseguras, padres prosaicos y un perro grande, de ciego, al que su amo vidente ofrece agua de una botella. La boca del animal no recoge todo el l¨ªquido, que resbala por su piel y forma charco, y los ni?os se entretienen con el espect¨¢culo del perro insatisfecho.
A estas notas de color costumbrista se a?aden las exigidas a la redacci¨®n escolar para merecer el aprobado del profesor de Literatura. Por ejemplo, el respaldo rocoso de los Siete Picos, cuya tonalidad oscila del gris al marr¨®n y al violeta, seg¨²n el clima y la hora del d¨ªa; la bajada de los pinares desde las cumbres de Segovia hasta la llanura edificada de Villalba, siguiendo el recorrido del ferrocarril; el pintoresco injerto en el valle arbolado de unas casas blancas, a la manera de granjas, con teja colorada por gorrito, y, este verano, la estridente noticia del calor riguroso que seca las flores y enerva a los d¨¦biles, esa quemadura de alto voltaje, ins¨®lita en estos pagos de bosques y neveros, de cuya magnitud no dan idea los grados de la temperatura, sino un comentario como el que aprovecha para su redacci¨®n el alumno: "Ni una noche de agosto he sacado la rebeca".
Pero en Madrid nadie se cree esa frase. ?O es que un inquilino del barrio de la Paloma imagina el atardecer veraniego en Guadarrama, La Navata o Alpedrete sin el jersey sobre los hombros o ce?ido a la cintura? ?Se atrever¨¢n a decir los veraneantes de Cotos o Rascafr¨ªa a sus vecinos de Vic¨¢lvaro o de San Blas que pasaron el mes de agosto en un horno donde la zarpa de aire sofocante amagaba con disparar su lengua de fuego y convertir su alrededor en pavesas y ceniza? Otros alumnos avalar¨¢n con fotos sus referencias a playas candentes, urbes cosmopolitas, montes pelados, continentes ex¨®ticos o safaris de inmobiliarios, y esas im¨¢genes les ahorrar¨¢n palabras y divagaciones penosas. Pero el usuario del tren de Cercedilla, si intenta convencer al machacado de Pinto de que este a?o Navacerrada fue ?frica, tiene que fantasear lo justo para merecer su cr¨¦dito.
Como la sorpresa que saca el ilusionista del sombrero de copa, as¨ª se ha presentado en la estaci¨®n la larga cremallera de vagones, en inesperado momento y m¨¢s tarde de lo previsto. No se trata de un truco; en su cabecera dice que su destino es Madrid, no hay confusi¨®n posible. Los ni?os manipulan los botones de las puertas y conquistan los asientos. A remolque de ellos se instalan los padres. Mas los escaladores y los excursionistas tiroleses est¨¢n divididos: una mayor¨ªa monta en el tren, pero otros se resisten a hacerlo, prefieren viajar en uno posterior. El escolar, acodado a la ventanilla, imagina el motivo: ?por qu¨¦ van a perderse el paseo de esta noche con el jersey a la espalda, recibiendo la caricia de la brisa? "Que espere Madrid", han dicho siempre los veraneantes. Pero ese grito de resistencia no les sirve este a?o, porque la sierra tambi¨¦n est¨¢ con calentura.
"Peor no puede ser", decide una mujer subiendo al vag¨®n delante de su esposo. Afectado por el presagio, el tren arranca con timidez. Como si se dirigiera al frente, mantiene una marcha recelosa, y en las paradas obligatorias no le importa demorarse, aunque no gane viajeros. Algunas estaciones parecen abandonadas a su suerte, sin curiosos en la cantina, seguramente los desaloj¨® la amenaza. Una fuerza suprema retiene en pleno campo al convoy, que soporta el fuego de la can¨ªcula en un silencio heroico. Inesperadamente parte hacia Las Rozas en lo que se antoja una maniobra de distracci¨®n, pero ya el enemigo avanza en oleadas y a la altura de Las Matas han huido los p¨¢jaros. En El Tejar arde el aire y en Pitis quema la tierra. La redacci¨®n del escolar se disuelve en un volar de abanicos. Ha subido el term¨®metro y en cinco minutos les dar¨¢ la bienvenida la ciudad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.