Ovaci¨®n para 'Los so?adores', el brillante regreso de Bernardo Bertolucci a Mayo del 68
"Imagining Argentina", con Antonio Banderas y Emma Thompson, recibe el primer abucheo
El mejor Bertolucci, el m¨¢s sincero, est¨¢ en la pel¨ªcula y en estado de gracia y alerta
Se mueve Bertolucci en Los so?adores en un ¨¢mbito hist¨®rico y dram¨¢tico que conoce como la palma de su mano, porque no s¨®lo la ha vivido, sino que la ha observado desde los observatorios privilegiados de un cineasta precoz, que ya era reverenciado en los alrededores de la batalla de Mayo del 68, en cuyas galer¨ªas cin¨¦filas parisienses camin¨® con aires de pr¨ªncipe escoltado por la aureola de Antes de la revoluci¨®n, su legendaria primera y premonitoria pel¨ªcula. Los so?adores procede de una novela del ingl¨¦s Gilbert Adair, que tambi¨¦n es autor, y con notable dominio de la escritura cinematogr¨¢fica, del gui¨®n. La buena construcci¨®n de ¨¦ste y la primorosa, y llena de conocimiento y buen gusto, puesta en pantalla de Bertolucci dan al filme solidez y brillantez notabil¨ªsimas, en las que sin embargo chirr¨ªan, como casi siempre en las pel¨ªculas de este elegante cineasta italiano solitario, algunas desarmon¨ªas en las articulaciones del juego de int¨¦rpretes.
?stos, escoltados por algunos buenos comparsas, son tres j¨®venes novatos, el franc¨¦s Louis Garrel, la inglesa Eva Green y el estadounidense Michael Pitt. Los dos primeros representan a dos hermanos franceses mellizos. Han nacido juntos, pero no se parecen, casi son opuestos; y completa el tri¨¢ngulo Pitt, eje narrativo del filme, que cierra sin la fuerza que necesita el menage ¨¤ trois con los dos hermanos iguales y opuestos. Ella, la hermana y amante, es todo un hallazgo de belleza y potencia expresiva; el hermano, por su parte, es un tipo de facciones ani?adas y mirada dur¨ªsima, que funciona sin matices, como m¨¢scara; y el intruso americano es eso mismo, un intruso, un pasmarote que ni maneja los matices ni tiene golpe de m¨¢scara y parece ocupar un rinc¨®n del trono triangular por una precipitada decisi¨®n, m¨¢s cordial que inteligente, de Bertolucci, que parece haberlo elegido como medium propio, pues esta sosa nulidad de actor aficionado tiene parecido f¨ªsico con ¨¦l. Y es por ah¨ª, por el lado de la vanidad, donde inevitablemente cojea la m¨¦dula espinal del intenso relato, que junto a escenas eminentes -la primera de sexo, la llegada de los padres a la casa, la estampida final de los chicos a las calles del Par¨ªs sublevado-, tiene balbuceos gestuales e imprecisiones miniaturescas en el acabamiento de los tipos, el invitado americano por v¨ªa directa y los hermanos franceses por v¨ªa indirecta, de respuesta al primero.
Pese a esta intromisi¨®n del barro en la piedra, el filme se sostiene, cobija y cautiva, pues el mejor Bertolucci -el m¨¢s sincero y sabedor de que lo suyo es el mundo del ni?o turbado y perturbado que se refugia en la madre y en su sustituta: la oscuridad de las salas de cine- est¨¢ all¨ª y en estado de gracia y alerta.
Todo lo contrario que Christopher Hampton, Emma Thompson y Antonio Banderas, que no est¨¢n en Imagining Argentina, est¨¢n en otra parte, y se encubren en ella con inexpresibidad calculada y ¨¦l con artificios de sobreactuaci¨®n y de gesticulaci¨®n abusivos, para escapar de un embolado indigerible, que tiene la osad¨ªa de querer dar una imagen del genocidio argentino vali¨¦ndose de un penoso relato, completamente trivial y sin pies ni cabeza. Y para colmo, dirigido por el guionista ingl¨¦s Hampton con un impericia devastadora.
En cambio, detr¨¢s de Zatoichi, filme del japon¨¦s Takeshi Kitano, hay m¨¢s que pericia, hay un alarde de refinamiento y un ostensible buen gusto pict¨®rico. Pero esta vez destinado no a las enso?aciones tr¨¢gicas de La boda y l¨ªricas de Kikuhiro, sino a reanudar la bronca violencia de Hana-bi, pero no situada en el Jap¨®n actual de las mafias yakuza,sino en el mundo b¨¢rbaro del Jap¨®n del siglo XIX, todav¨ªa apresado en la r¨ªgida mand¨ªbula del feudalismo. Pero tambi¨¦n esto se convierte en un divertido espejismo, porque Kitano da al final la vuelta al asunto con una ¨¢gil, feroz y lib¨¦rrima disgresi¨®n que conduce a una visi¨®n burlona del Jap¨®n actual.
La figura rom¨¢ntica de un campesino errante y sin ojos, pero que es invencible en el uso de la espada y de las t¨¦cnicas de deg¨¹ello de los samur¨¢is lo dice casi todo, pues equivale a la dislocada met¨¢fora del cirujano ciego. Kitano tiene fama bien ganada de iconoclasta y aqu¨ª se mofa de las incontables pel¨ªculas de samur¨¢is que llenan la mitolog¨ªa del cine japon¨¦s. Pero, sin embargo, se las arregla para tomarlas completamente en serio cuando conviene a su enloquecida pel¨ªcula y esto nos hace ser testigos de varias escenas de combate a muerte llenas de los rituales geom¨¦tricos de la esgrima tradicional samur¨¢i, de la que Kitano saca im¨¢genes poderosas, posiciones de c¨¢mara muy originales y cadencias secuenciales que combinan a la perefecci¨®n las calmas con los brotes de vertiginosas peleas a muerte, que parecen danzadas. Hasta que, finalmente, esta danza se hace real, el Kitano exc¨¦ntrico da una patada en la escena y resuelve el tinglado en ritmo de rock, que es como el cineasta se dio a conocer en tugurios y televisiones de su pa¨ªs hace ya casi treinta a?os. Y lo curioso es que este viejo rockero de fondo no disuena o no suena a disparate, de manera que ver a medio centenar de astrosos campesinos del viejo Jap¨®n soltarse las melenas a lo Elvis Presley entra perfectamente en las reglas de juego de esta pel¨ªcula incatalogable y tocada de una rara gracia.
La pel¨ªcula tiene relieve, pero es m¨¢s que improbable que proporcione a Kitano un segundo Le¨®n de Oro que poner junto al que le proporcion¨® Hana-bi. Como tambi¨¦n da la impresi¨®n de tener ocasi¨®n de irse con las manos vac¨ªas, tras la proyecci¨®n de su Raja, el franc¨¦s, premiado aqu¨ª otros a?os, Jaques Doillon.
Babelia
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