Un plato fuerte de la China destruida
Un homenaje al "cal¨ªgrafo de los sue?os", como llama el escritor catal¨¢n al autor chileno Roberto Bola?o, fallecido el pasado mes de julio en Barcelona. Frases de Kafka o de Duras sobre la forma de vivir la literatura o pasajes de la vida de Perec recuerdan a este narrador suramericano, considerado como uno de los m¨¢s prometedores en lengua castellana. Un elogio al vivir, a la efervescencia y a la necesidad de arder lo suficiente en cada texto.
Le dec¨ªa en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: "En este sentido, escribir es un sue?o m¨¢s profundo. Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podr¨¢ arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo". Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bola?o y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos a?os en los que se dedic¨®, sin tregua alguna y con intensidad fuera de la normal, a entrelazar sue?o profundo, muerte y caligraf¨ªa.
Tambi¨¦n Marguerite Duras, en las ¨²ltimas p¨¢ginas de Eso es todo, me trajo ayer la memoria de Bola?o: "Ya est¨¢. Estoy muerta. Se ha terminado". Y poco despu¨¦s, tras una breve pausa: "Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida". Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infancia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bola?o. Y poco despu¨¦s, el tema de fondo de la muerte, asociado a esa idea de tomar algo muy fuerte, me llevaron a pensar de nuevo en este escritor chileno desaparecido en Barcelona, este cal¨ªgrafo del sue?o que ha dejado a sus lectores literatura pura y dura, una obra de creaci¨®n seria y sin medias tintas, un plato fuerte de la China destruida.
Gracias a que ten¨ªa la impresi¨®n de que Roberto Bola?o lo le¨ªa todo, pas¨¦ a vivir en un estado de constante exigencia literaria
Todo lo que ayer le¨ªa o pensaba -la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bola?o- me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y as¨ª esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tard¨¦ en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bola?o. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como Bola?o. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vac¨ªo que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y ten¨ªa un estilo m¨¢s bien c¨®mico, a pesar de que hab¨ªa nacido de una familia de jud¨ªos polacos que emigraron a Francia y perdi¨® a su padre en la invasi¨®n alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentraci¨®n. "No tengo recuerdos de infancia", escribir¨ªa m¨¢s tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero ten¨ªa un pasado devastado. Me acuerdo de una fotograf¨ªa en la que muy especialmente asoma ese drama. Est¨¢ hecha en el 24 de la Rue Vilin de Par¨ªs, donde el escritor naci¨®, est¨¢ hecha unos d¨ªas antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos a¨²n pod¨ªa leerse esta inscripci¨®n: Peluquer¨ªa de se?oras. Su madre, treinta y cinco a?os antes, hab¨ªa sido la peluquera de aquella calle de las afueras de Par¨ªs, y Perec acompa?¨® a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno poco antes de que las excavadoras hicieran su aparici¨®n y borraran del mapa la serpenteante Rue Vilin y el barrio entero.
Perec, que vio c¨®mo desaparec¨ªa su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos a?os despu¨¦s, a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareci¨® tambi¨¦n ¨¦l, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudici¨®n, una obra admirable, escrita en un apretado, intens¨ªsimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bola?o de los ¨²ltimos a?os, de ese Bola?o, que, consciente de la sombra que la Muerte hab¨ªa proyectado sobre ¨¦l, se dedic¨® febrilmente, con obstinaci¨®n ¨²nica, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no s¨®lo quer¨ªa arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y despu¨¦s destruirlo todo.
Supongo que no exagero si digo que, en sus ¨²ltimos a?os, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bola?o de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus ¨²ltimos a?os me trae el recuerdo de una mesa ro¨ªda por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: "Fue entonces cuando se le ocurri¨® la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fant¨¢stica, representaci¨®n exacta de lo que hab¨ªa sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposici¨®n inm¨®vil, mineral, de cuantos movimientos hab¨ªan constituido su existencia ciega, aquella obstinaci¨®n ¨²nica, aquel itinerario pertinaz: (
...) imagen desnuda, visible, enormemente turbadora de aquel caminar sin fin, que hab¨ªa reducido la madera m¨¢s dura a una red impalpable de precarias galer¨ªas".
No me resulta dif¨ªcil asociar ese intenso y pertinaz itinerario literario del Bola?o final con la intensidad de escritura del Perec de sus ¨²ltimos a?os, ese Perec al que Bola?o admiraba y conoc¨ªa muy bien. Una red impalpable de precarias galer¨ªas une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec. Esas galer¨ªas se hicieron ayer totalmente visibles en mi estudio cuando, por puro azar, mientras buscaba unos papeles, apareci¨® entre ellos una carta de 1997 que Bola?o me hab¨ªa escrito en una pausa de su lectura de un libro que yo acababa de publicar: "Conozco tambi¨¦n esa foto: una fachada de ladrillos y una puerta hecha con cuatro tablones de madera, encima de la cual, sobre los ladrillos, est¨¢ pintada la leyenda Peluquer¨ªa de se?oras. Por ahora es el texto de tu libro que m¨¢s me ha conmovido. Me ha hecho llorar y me ha hecho recordar al gran Perec, el novelista m¨¢s grande de la segunda mitad de este siglo".
No recordaba para nada esa carta y la verdad es que me conmovi¨® ayer dar con ella, y me dej¨® pensando en ciertas instrucciones de uso de la vida que nos ha dejado Bola?o. Una de esas instrucciones me lleva a evocar a Montaigne que, cuando era joven, cre¨ªa "que la meta de la filosof¨ªa era ense?ar a morir" y que, con la edad, acab¨® rectificando y dijo "que la verdadera meta de la filosof¨ªa es ense?ar a vivir", que es a lo que me parece que se dedicaba Bola?o en los ¨²ltimos a?os de su existencia. "Para Roberto", ha escrito Rodrigo Fres¨¢n, "ser escritor no era una vocaci¨®n, era un modo de ser y de vivir la vida".
Viv¨ªa la vida de tal forma que nos ense?aba a escribir, como si estuviera dici¨¦ndonos que jam¨¢s hay que perder de vista que vivir y escribir no admite bromas, aunque uno sonr¨ªa. Sonr¨ªo de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los ¨²ltimos tiempos muchos de los textos que me dispon¨ªa a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez en un exceso de celo por mi parte, por una revisi¨®n de ¨²ltima hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bola?o los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que ten¨ªa la impresi¨®n de que Roberto lo le¨ªa todo, pas¨¦ a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues ¨¦l hab¨ªa colocado el list¨®n muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con alg¨²n texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no arde lo suficiente o, lo que es lo mismo, no pone toda la carne en el asador. Eso acab¨® convirtiendo alguno de mis textos en historias interminables que no hac¨ªan m¨¢s que crecer y crecer, sobre todo cuanto m¨¢s me acordaba de la mirada omnipresente de Bola?o: historias que se volv¨ªan infinitas y se me convert¨ªan en detectives salvajes. Y as¨ª yo llegu¨¦ a presenciar, por ejemplo, c¨®mo un texto (que, por estar destinado a una revista de tercera divisi¨®n, consideraba secundario) comenzaba a crecer en distintas direcciones y se transformaba en una novela, la mejor de las m¨ªas. Y todo por la maldita altura a la que Bola?o hab¨ªa colocado el list¨®n.
Si algo siempre apreci¨¦ muy especialmente de ese exigente list¨®n y de esa altura ha sido que tra¨ªa impl¨ªcito el list¨®n una lista de impresentables, de escritores o p¨¢jaros (da lo mismo) a los que, dada la alarmante situaci¨®n de la literatura, "habr¨ªa que enviar siete a?os a Corea del Norte", por ejemplo, y no concederles en todo ese tiempo ni siquiera un permiso de fin de semana en la China destruida. Aunque esos impresentables deben hoy sentirse igual de felices o m¨¢s todav¨ªa, felices con sus oportunistas y mediocres cantos literarios de siempre, es m¨¢s, aliviados algunos por la muerte de Bola?o. Juan Ram¨®n Jim¨¦nez ya tem¨ªa esa continuidad de la casta de los analfabetos y trepadores, de los impresentables, cuando dec¨ªa: "Y yo me ir¨¦ / Y se quedar¨¢n los p¨¢jaros cantando".
Con la muerte de Bola?o, aparte de mi pena de amigo y de la rabia por la conversaci¨®n literaria interrumpida para siempre, yo me he quedado en situaci¨®n de alerta ante uno de los problemas que este Bola?o en la ausencia (que no en la distancia) me plantea: cierto p¨¢nico a que en el momento menos pensado su no presencia pueda conducirme a cierta relajaci¨®n en la escritura, aunque a este problema creo verle un remedio: tratar de arder (en mis escritos) como ard¨ªa ¨¦l, pues no de otro modo las tinieblas podr¨¢n volverse alg¨²n d¨ªa claridad. As¨ª vivo ahora: buscando que esa ausencia no me devuelva a un estado de menor atenci¨®n ante los peligros que acechan al escritor serio. As¨ª vivo ahora. Consciente, por lo dem¨¢s, de que debo seguir viviendo, de que debo vivir, por ejemplo, para seguir escribiendo con exigencia alta (que es la mejor forma de poder ir se?alando siempre a los impresentables) o, simplemente, para poder decir que me conmovi¨® ayer encontrar al azar la carta de Bola?o con la confesi¨®n de que, ante la China destruida de Perec, hab¨ªa llorado.
La vida no admite bromas, aunque uno sonr¨ªa. Como dice Nazim Hikmet: "Has de vivir con toda seriedad, como una ardilla, por ejemplo; es decir, sin esperar nada fuera y m¨¢s all¨¢ del vivir, es decir, toda tu tarea se resume en una palabra: vivir (...) Sucede, por ejemplo, que estamos muy enfermos; que hemos de soportar una dif¨ªcil operaci¨®n, que cabe la posibilidad de que no volvamos a levantarnos de la blanca mesa. Aunque sea imposible no sentir la tristeza de partir antes de tiempo, seguiremos riendo con el ¨²ltimo chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las ¨²ltimas noticias de prensa". Es decir, estemos donde estemos, hemos de vivir. Creo que Bola?o, cal¨ªgrafo del sue?o, entend¨ªa esto a la perfecci¨®n, pues escrib¨ªa sin esperar nada fuera, ni nada m¨¢s all¨¢ del vivir, y en esa desesperanza resid¨ªa a veces la gran fuerza de su escritura, la seriedad excepcional de muchos momentos de su escritura de plato fuerte de la China destruida: una escritura consciente de que ha de sentirse la tristeza de la vida, pero al mismo tiempo uno puede amarla, amar con intensidad esa tristeza (que algunos llaman escritura y otros l¨¢grimas perdidas), amar al mundo en todo instante, amarle tan conscientemente que podamos decir: hemos vivido.
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