Un nuevo contrato
En los ¨²ltimos a?os se ha agravado la crisis en las relaciones de la agricultura con la sociedad europea. Existen desencuentros de fondo que explican este divorcio creciente, tanto sobre lo que la sociedad espera de la agricultura en cuanto a productos y m¨¦todos de producci¨®n, como sobre las ayudas a los agricultores y sus criterios de asignaci¨®n. Al calor de esas dificultades se acumulan cr¨ªticas y descalificaciones de trazo muy grueso, que cuestionan la funci¨®n social de los agricultores europeos y la legitimidad de las ayudas. Demasiados frentes abiertos para un colectivo que ha perdido peso social, y apenas representa ya el 4% del empleo europeo.
Para los consumidores europeos, la disponibilidad de alimentos en cantidad suficiente dej¨® hace tiempo de ser un problema. Destinan apenas el 16% de su gasto a la alimentaci¨®n, abominan de los excesos productivistas de la agricultura europea, y est¨¢n muy sensibilizados por la calidad y el car¨¢cter saludable de sus alimentos, estimulados por la ingente cultura gastron¨®mica europea por un lado, y alarmados por los reiterados esc¨¢ndalos alimentarios por otro. Por ello no se conforman con que el sector agroalimentario europeo sea el m¨¢s avanzado en la introducci¨®n de sistemas de trazabilidad de los alimentos, el m¨¢s riguroso en la aplicaci¨®n del principio de precauci¨®n en la regulaci¨®n de productos y procesos en la actividad agroalimentaria, o en establecer l¨ªmites de presencia en los alimentos de agentes potencialmente nocivos para la salud, y el m¨¢s exigente en la informaci¨®n a los consumidores. La moratoria sobre los productos transg¨¦nicos, que ahora se levanta, ha sido un ejemplo de la aplicaci¨®n m¨¢s exigente del principio de precauci¨®n, y de respuesta al generalizado rechazo de la sociedad europea, mientras se desarrollaba una normativa sobre el etiquetado de los productos con transg¨¦nicos para facilitar la libre opci¨®n de los consumidores, y se estudiaban los problemas, no del todo resueltos, de su coexistencia geogr¨¢fica con la producci¨®n convencional.
Se ha agravado la crisis de las relaciones de la agricultura con la sociedad europea
Las exigencias de la sociedad europea se extienden a las implicaciones de los m¨¦todos de producci¨®n agraria para el medio ambiente y el bienestar de los animales.
Por otro lado, la agricultura europea es percibida como un freno para el comercio internacional, y en particular para las exportaciones de los pa¨ªses en desarrollo, y en cierta medida es as¨ª. No aten¨²a la cr¨ªtica que la UE sea el mayor, y creciente, importador neto de productos agrarios del mundo, y que importe de los pa¨ªses en desarrollo m¨¢s productos agrarios que EEUU, Canad¨¢, Australia y Jap¨®n juntos. Europa debe avanzar en la eliminaci¨®n de mecanismos de ayuda que distorsionan los intercambios, pero al mismo tiempo debe incorporar a las negociaciones internacionales la sensibilidad europea por la seguridad alimentaria, la protecci¨®n medioambiental, el bienestar animal, el principio de precauci¨®n, la protecci¨®n de las indicaciones geogr¨¢ficas o la informaci¨®n a los consumidores. Pero sobre todo debe defender una apertura de las fronteras que favorezca a los pa¨ªses en desarrollo -la iniciativa "Todo Menos Armas", de liberalizaci¨®n completa de las importaciones procedentes de los pa¨ªses menos desarrollados, es un buen ejemplo- y no casi exclusivamente a los pa¨ªses desarrollados del Nuevo Mundo con agricultura m¨¢s competitiva, como ha ocurrido a lo largo de los noventa.
El cambio del sistema de apoyo a la agricultura europea, a partir de los primeros noventa, con reducciones de precios compensadas por ayudas directas, ha proporcionado transparencia y visibilidad a esas ayudas. Los cazaprimas, los agravios comparativos, una distribuci¨®n de las ayudas percibida como injusta y desequilibrada, tanto desde el punto de vista sectorial como territorial o entre explotaciones, han erosionado gravemente su legitimidad ante la sociedad.
Pero la agricultura europea va a seguir necesitando ayudas. Las limitaciones de suelo y clima, la reducida dimensi¨®n de las explotaciones y su lenta reestructuraci¨®n, los mayores costes, tanto sociales como derivados de las exigencias medioambientales, de calidad alimentaria o de bienestar animal, hacen que apenas un mill¨®n de los seis millones de explotaciones europeas puedan obtener en el mercado mundial un precio que cubra sus costes de producci¨®n. Su desaparici¨®n tendr¨ªa graves consecuencias para la econom¨ªa y el empleo de las zonas rurales, as¨ª como para la protecci¨®n del medio ambiente y el paisaje, lo que no se corresponde con el modelo social y territorial europeo.
Es necesario, por tanto, un nuevo contrato entre la sociedad y sus agricultores. Para defender un modelo de agricultura como el que demanda la sociedad europea. Orientada al mercado, al valor a?adido, a las exigencias en materia de calidad y seguridad de los consumidores europeos, que mantenga el incentivo a la profesionalidad y a la actividad empresarial, pero no incentive la producci¨®n de excedentes. Una agricultura m¨¢s respetuosa con el medio ambiente y que recoja la inquietud social por el bienestar de los animales. Que no distorsione los intercambios y favorezca una apertura de fronteras que discrimine en favor de los pa¨ªses menos desarrollados. Que contribuya a la cohesi¨®n social y territorial y se integre mejor en una estrategia global para el desarrollo rural.
No es tarea f¨¢cil conciliar esos objetivos. Temo que estemos asistiendo a una reorientaci¨®n de la pol¨ªtica agr¨ªcola europea muy plausible en sus objetivos pero que, confrontada a la defensa de derechos hist¨®ricos que han ido consolidando, en el devenir de la PAC, desequilibrios y discriminaciones de car¨¢cter sectorial, territorial e individual, puede conducir a un h¨ªbrido irreconocible en sus principios, poco eficaz en sus instrumentos, desincentivador de la incorporaci¨®n de j¨®venes a la agricultura, y crecientemente insostenible ante los ciudadanos.
Luis Atienza Serna es economista. Fue ministro de Agricultura, Pesca y Alimentaci¨®n entre 1994 y 1996.
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