Inagotable ingenio
Enemigo declarado de la modernidad, G. K. Chesterton muestra en 'Autobiograf¨ªa' su pasi¨®n indomable por la pol¨¦mica. Ortodoxo y exc¨¦ntrico, el creador del padre Brown salpica sus recuerdos con opiniones y humor
En los duros y represivos tiempos de la censura franquista y eclesial, donde ¨²nicamente compet¨ªan en el mundo de las ideas la ?o?er¨ªa con la memez, hubo escritores inteligentes y de car¨¢cter que, por el hecho de ser cat¨®licos -y adem¨¢s no sospechosos de comunistas o masones- vieron traducidos sus libros en Espa?a. Por ah¨ª empez¨® a penetrar la luz en las mentes de mi generaci¨®n. Los dos que recuerdo con mayor afecto y gratitud son Teilhard de Chardin y Chesterton. Nunca he dejado de releer al segundo, aun con sus altibajos, y debo decir que esta impagable Autobiograf¨ªa, que se public¨® en el mismo a?o de su muerte, es un tal monumento de humor, vitalidad, tolerancia, independencia e inteligencia que no es que resista el paso del tiempo: es que crece con ¨¦l.
AUTOBIOGRAF?A
Gilbert Keith Chesterton
Traducci¨®n de Olivia de Miguel
Acantilado. Barcelona, 2003
400 p¨¢ginas. 21 euros
El lector actual admirar¨¢ cap¨ªtulos como el dedicado a la corrupci¨®n
As¨ª empieza Chesterton a contar su vida: "Doblegado ante la autoridad y la tradici¨®n de mis mayores por una ciega credulidad habitual en m¨ª y aceptando supersticiosamente una historia que no pude verificar en su momento mediante experimento ni juicio personal, estoy firmemente convencido de que nac¨ª el 29 de mayo de 1874...". As¨ª, de una sentada, debi¨® escribir este libro. Se advierte incluso en algunas reiteraciones, como las referencias a la infancia y los cuentos morales, pero es que ¨¦se era su car¨¢cter, no podr¨ªa haberlo hecho de otro modo.
Chesterton tuvo y tiene fama de hombre conservador, amante de la Inglaterra rural y feudal, nost¨¢lgico de la ¨¦poca victoriana, enemigo declarado de la modernidad...
, pero, siendo cierto todo ello, hay que decir que lo fue a su manera, como un desali?ado caballero dispuesto a batirse con el mayor denuedo, valent¨ªa y buena cabeza. "Yo hab¨ªa debatido desde que nac¨ª", dice de s¨ª mismo y nadie lo dudar¨¢ leyendo este libro. En realidad, Chesterton era un radical. Y como tal, arremeti¨® contra los desmanes, arbitrariedades y falacias de la sociedad de su tiempo. De hecho, cuando entra en lo que ¨¦l llama la ortodoxia, una vez superadas las dudas y perplejidades de la primera ¨¦poca, se trata de una ortodoxia que roza la excentricidad. Y es que el amor a la paradoja como m¨¦todo de expresi¨®n lo aplic¨® por igual a su vida: ortodoxo, s¨ª, pero exc¨¦ntrico. Sus reticencias ante ciertos usos de la democracia o el socialismo a la moda, su aprecio por las formas de la aristocracia o su decidida fe en la propiedad privada en tiempos marcados por la Revoluci¨®n de Octubre o el capitalismo imperioso no le impidieron luchar "por la propiedad privada de los que no tienen ninguna propiedad".
Las armas de este caballero fueron: el humor en todas sus facetas, de la s¨¢tira a la iron¨ªa pasando por la mordacidad; una rapidez de reflejos y brillantez en el debate que hoy se aprecian como un vino de guarda al que le ha llegado su d¨ªa; una feliz jovialidad producto de una infancia feliz, un alto sentido de los placeres de la vida tan exigente y vigorosa que le llev¨® a entender que "lo realmente dif¨ªcil para el hombre es disfrutar del placer"; y, en fin, una pasi¨®n indomable por la pol¨¦mica, p¨²blica o privada. Con ello construye una autobiograf¨ªa que, en principio, parece seguir los pasos cronol¨®gicos adecuados; lo m¨¢s divertido es que le puede su amor a la discusi¨®n y as¨ª, el cap¨ªtulo de antecedentes familiares es una disertaci¨®n sobre los contrastes entre la ¨¦poca victoriana y la actual suya; la infancia es un tratado de pedagog¨ªa (por cierto: espl¨¦ndido; cualquier educador de hoy encontrar¨¢ apreciaciones de lo m¨¢s estimulante y vigente); la adolescencia, eso que "incluso cuando uno la ha pasado, no puede explicarse qu¨¦ era"; y as¨ª sucesivamente. Como sucede en sus novelas, la carga del debate y la exposici¨®n de ideas es mucho m¨¢s poderosa que la estructura del relato; pero no se intimide el lector de este libro; al contrario: agrad¨¦zcalo, porque el ingenio de Chesterton es inagotable. Su capacidad de darle la vuelta a las cosas tiene algo de sofista y algo de alegre razonador: "Un chico debe ir a la escuela para estudiar el car¨¢cter de sus maestros".
As¨ª que, si es verdad que se desv¨ªa en cuanto puede de la historia para ofrecer sus brillantes y divertidas opiniones, no es menos cierto que lo interesante de su expresi¨®n es, de una parte, el ingenio con que debate y de otra, que la modernidad no est¨¢ tanto en sus afirmaciones como, sobre todo, en sus argumentaciones, admirablemente agudas. Adem¨¢s, el lector de hoy admirar¨¢ la vigencia de los asuntos que le escandalizan. V¨¦ase sin m¨¢s el cap¨ªtulo IX dedicado a la corrupci¨®n pol¨ªtica. Luego le sigue un X de alegre francachela con sus amigos. La relaci¨®n de personajes es magn¨ªfica porque es un gran observador de caracteres; por ejemplo, en esta imagen pickwickiana de su padre conferenciando en un club de estiradas damas locales: "Ellas le segu¨ªan la corriente sin inmutarse cuando ¨¦l observaba de pasada: 'Aqu¨ª tenemos una ramita de bigamia salvaje'; s¨®lo cuando a?ad¨ªa que hab¨ªa una variedad local conocida como 'Bigamia de Obispo', empezaban a comprender lo absolutamente depravado de su car¨¢cter". Chesterton fue un polemista formidable y uno de los escritores m¨¢s cordiales, honestos y divertidos que me ha sido dado leer. No es un novelista y poeta de primera; tampoco es un fil¨®sofo con un sistema de pensamiento. Yo dir¨ªa de ¨¦l lo que dice ¨¦l de su padre: "En resumen, me alegro de que nunca fuese un artista. Ello podr¨ªa haberle impedido ser un amateur".
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Con la boca cerrada
EL MAYOR volumen de texto impreso de Chesterton pertenece a su labor de periodista. Cientos de art¨ªculos contra esto y aquello de un tipo que amaba el periodismo como bohemia, que escribi¨® en la mejor prensa inglesa y que lanz¨® sus m¨¢s duras diatribas desde una modesta publicaci¨®n cuando su sentido de la independencia se lo exigi¨®. "El periodismo", se quejaba, "se lleva ahora como cualquier otro negocio. Se dirige con la misma tranquilidad, sobriedad y sensatez que la oficina de un prestamista o de un financiero moderadamente fraudulento. A estas personas les parecer¨¢ ocioso si yo recuerdo que las viejas tabernas en las que los hombres beb¨ªan o las antiguas plazuelas en las que se mor¨ªan de hambre estaban llenas de poetas hambrientos, de eruditos borrachos y de toda clase de personalidades perversas que a veces intentaban incluso decir la verdad". Chesterton, que sobre ser vehemente siempre fue l¨²cido, supo que no era un gran literato aunque escribiera los maravillosos cuentos del padre Brown o una novela como El hombre que fue jueves; y lo confesaba: "En resumen, no pod¨ªa ser novelista, porque en realidad a m¨ª me gustaba ver las ideas y los conceptos forcejear desnudos, por as¨ª decirlo, y no disfrazados de hombres y mujeres. Pero, en cambio, pod¨ªa ser periodista porque no puedo evitar ser pol¨¦mico". Si una afirmaci¨®n suya lo retrata es ¨¦sta, referida a Henry James, a quien respetaba: "Creo que ¨¦l pensaba que el objetivo de abrir la mente es simplemente abrirla, mientras que yo estoy absolutamente convencido de que el objeto de abrir la mente, como el de abrir la boca, es cerrarla de nuevo sobre algo s¨®lido". Discutible (como a ¨¦l le gustaba), pero chispeante, como sab¨ªa ser.
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