El escenario como div¨¢n

Antonio Orozco se encerr¨® solo con su guitarra en un caf¨¦ abarrotado de p¨²blico. Ofreci¨® un recital inusual. Una suerte de concierto f¨®rum en el que, entre canci¨®n y canci¨®n, explicaba qu¨¦ le hab¨ªa llevado a escribirlas, relataba an¨¦cdotas y se somet¨ªa a las preguntas de sus seguidores. Aunque estuvo cerca de dos horas sobre el escenario, apenas pudo cantar poco m¨¢s de media docena de canciones, muchas de ellas coreadas por esos cientos de incondicionales apretujados. Sincero, Orozco desvel¨® sus inseguridades y alguna intimidad. Una especie de terapia del triunfo con un p¨²blico que hac¨ªa de psic¨®logo que escucha. El escenario se transform¨® en su div¨¢n. Como si fuera uno m¨¢s de El club de la comedia, hizo chascarrillos, cont¨® chistes y tore¨® el asedio de preguntas.

Cuando consegu¨ªa cantar, sin m¨¢s acompa?amiento que su guitarra desnuda, Orozco pon¨ªa esa pasi¨®n de la que ha hecho imagen de marca. A medio camino entre el andalucismo y el pop rom¨¢ntico de corte italiano, desgran¨® esas canciones de amor que le han llevado a considerarle ya como uno de los int¨¦rpretes y autores espa?oles de mayor proyecci¨®n comercial.