El PSC y la Constituci¨®n de 1978
En estas fechas fachas y ominosas, cuando el aznarismo rajoyesco, para celebrar el 25? aniversario de la Constituci¨®n, le dicta a un poder judicial supremo y dependiente que rechace la reforma de la misma y ataque, entre otros, al socialismo catal¨¢n maragalliano por promoverla y destruir con ella a Espa?a entera, no estar¨¢ de m¨¢s que mi recuerdo personal conmemorante rompa una y mil lanzas por lo que nuestra ley fundamental, hoy congelada y casi yerta en la acaparadora diestra del PP, le debe al PSC. Tuve el privilegio de trabajar para Joan Revent¨®s en la lid constituyente y, oculto tras la voluminosa figura en carnes y en saberes del representante del PSOE, Gregorio Peces-Barba, pude vivir a fondo cuanto voy a contar por ser como una especie de D'Artagnan-Cyrano junto a los tres bravos mosqueteros catalanes Roca, Sol¨¦-Tura y Mart¨ªn Toval.
Aunque mi evocaci¨®n actual se centre en el r¨¦gimen auton¨®mico que alumbr¨® el texto de 1978, quiero dejar constancia de dos aportaciones del PSC de no poca trascendencia: la pr¨¢ctica abolici¨®n de la pena de muerte (con f¨®rmula jur¨ªdica defendida por el senador Cirici Pellicer, de aquella Entesa dels Catalans promovida por el catalanista socialista Jaume Lor¨¦s) y las funciones tasadas del jefe del Estado, que la derecha ex franquista quer¨ªa propias de una "dictadura regia" en vez de la "rep¨²blica coronada" o monarqu¨ªa parlamentaria de los verdaderos dem¨®cratas. Ante las presiones que el Rey recibi¨® de esa derecha para que, con su influencia, impidiese la aprobaci¨®n de la propuesta del PSC y ante el insistente recordatorio de su origen socialista y, para m¨¢s inri, catal¨¢n, Juan Carlos I acab¨® comentando con cierta sorna que tal vez en el futuro debiera agradecerles a los socialistas catalanes su cuidado en evitarle compromisos partidistas, muy peligrosos para la Corona y a¨²n m¨¢s para el pa¨ªs. Su gratitud ten¨ªa ya motivos anteriores, pues, a sugerencia del PSC, el PSOE forz¨® una votaci¨®n en la Comisi¨®n Constitucional de las Cortes sobre la forma mon¨¢rquica o republicana del Estado, y as¨ª, de ese modo, los representantes populares sometieron al hasta entonces heredero de Franco a un proceso de elecci¨®n que lo legitimara democr¨¢ticamente y lo sometiera a la Constituci¨®n, no como un poder del Estado, sino como mero ¨®rgano constitucional de precisas y muy limitadas funciones.
Pero, la aportaci¨®n constituyente del PSC m¨¢s significativa, original e importante para la configuraci¨®n democr¨¢tica de un poder estatal y plurinacional de autogobierno, basada en la tradici¨®n federalista de Pi i Margall y de todo el catalanismo hist¨®rico de las izquierdas, fue el art¨ªculo 2? y el famoso T¨ªtulo VIII, los cuales, respectivamente, garantizan y regulan la autonom¨ªa pol¨ªtica de las nacionalidades y regiones de Espa?a, entendidas como "fragmentos de Estado" unidos por la solidaridad rec¨ªproca. En este asunto crucial, el PSC se vio apoyado sin reservas por el PSOE, pues ¨¦stas, si bien se dieron al principio porque se tem¨ªa una reivindicaci¨®n ego¨ªsta y privilegiada como la del nacionalismo burgu¨¦s catal¨¢n, pronto desaparecieron al comprobarse que el proyecto ofrecido integraba el pluralismo nacional espa?ol y fortalec¨ªa la democracia com¨²n. De hecho, la autor¨ªa material y formal del art¨ªculo y del t¨ªtulo citados correspondi¨® al PSC en su redacci¨®n originaria, y tanta fuerza renovadora y tanto desarrollo promet¨ªa que un sector militar, anticuado pero influyente, crey¨® que, al imponer un a?adido ret¨®rico (sin efectos jur¨ªdicos, desde mi punto de vista), castraba la autonom¨ªa garantizada a las nacionalidades.
Mayor ¨¦xito tuvo la derecha nacionalista catalana al pactar Su¨¢rez y Pujol una desfiguraci¨®n del reparto de competencias entre el Estado y las comunidades aut¨®nomas que el PSC hab¨ªa propuesto para garantizar de forma estable y exenta de conflictos las relaciones mutuas. So pretexto de oponerse al caf¨¦ para todos (en una lectura sesgada y maliciosa del federalismo socialista), mi querido amigo y ex militante, como Maragall, del FOC, Miquel Roca (que, por cierto, le deb¨ªa el papel de ponente constitucional al PSOE, pues ¨¦ste renunci¨® a su cuota en su favor para impedir la exclusi¨®n del nacionalismo catal¨¢n y vasco, pretendida por la derecha ex franquista) pact¨® con ella una f¨®rmula competencial para que, en el futuro, predominaran las relaciones bilaterales comunidad aut¨®noma-Gobierno central con un signo comercial de pacto conflicto, que tan buenos r¨¦ditos electorales ha dado y sigue dando hasta hoy mismo, ya que permit¨ªa tanto a Su¨¢rez (y ahora a Aznar-Rajoy) como a Pujol (y ahora a Mas-Pujol) presentarse cuando conviniera como defensores respectivos de la unidad de Espa?a y de una Catalu?a irredenta y agraviada. Esta frustraci¨®n del proyecto federalista del PSC y del PSOE tuvo, entre otras consecuencias, la de impedir un Senado que encauzara la participaci¨®n viva de los pueblos de Espa?a en la pol¨ªtica estatal e internacional y lograra ahondar en el autogobierno de las nacionalidades y regiones en di¨¢logo multilateral, abierto y sincero, as¨ª como trenzar la solidaridad econ¨®mica entre todas ellas. Eso es lo que suele dar pie a las protestas, oportunas a veces y otras no, de socialistas, como Bono o Rodr¨ªguez Ibarra, en nombre de la justicia y en contra de bilateralismos aprovechados y fenicios, que creen propios de la derecha nacionalista catalana, pero que nada tienen que ver con la actitud constante del catalanismo del PSC ni con la que mantiene Maragall con sus propuestas de reforma constitucional y estatutaria. Tranquiliza comprobar que los citados dirigentes regionales del PSOE as¨ª lo han entendido tanto en la declaraci¨®n un¨¢nime de Santillana como en sus vibrantes apoyos al candidato a la presidencia de la Generalitat en el masivo mitin socialista de Las Ventas en Madrid.
Durante estos 25 a?os de vigencia constitucional, el PSC no ha renunciado a su proyecto autogobernante y federante. En varias ocasiones ha insistido con libros, congresos, encuentros de alto nivel y proyectos de reforma en remediar los errores cometidos durante el proceso constituyente por culpa de los compartidos intereses de las derechas espa?ola y catalana, no siendo el menor el inter¨¦s electoral de fingir conflictos patri¨®ticos para impedir la hegemon¨ªa y el consenso interno del socialismo ib¨¦rico. En tal sentido, las propuestas de Maragall son tan combatidas por los conservadores de uno u otro pelaje como lo fueron hace un cuarto de siglo y, mucho antes a¨²n, frente a Pi i Margall. Porque el PSC y su presidente pretenden culminar el edificio que idearon y estuvieron a punto de construir en 1978; edificio que se trunc¨®, desfigur¨® y erosion¨® en sus cimientos y que hoy se empecina en conservarlo as¨ª quien entonces ya lo ve¨ªa como un aerolito destructor de la Espa?a eterna en su injusto monolitismo. ?Qui¨¦n puede creerse que el "nou Estatut" de Pujol-Mas es algo m¨¢s que una a?agaza para seguir comerciando con un Gobierno del PP? Como ha pronosticado Maragall, los verdaderos catalanistas, que de verdad quieran para los catalanes el autogobierno y la influyente presencia en Espa?a y en Europa que tanto proclaman, acabar¨¢n por apoyar y sumarse al ¨²nico proyecto que aspira a una estable garant¨ªa, jur¨ªdica y pol¨ªtica, de lo leg¨ªtimamente reivindicado y por darle una vida creadora y eficaz a la Constituci¨®n de 1978; esa vida que le est¨¢ arrebatando, con alevosa hipocres¨ªa, quien tan a menudo viola nuestro Estado de derecho al dictarles a jueces, magistrados y fiscales la sentencia que condene a cuantos la quieren viva.
J. A. Gonz¨¢lez Casanova es profesor de Derecho Constitucional de la UB
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