Mentira de pr¨ªncipe
El Gatopardo es una de esas obras literarias que aparecen de tiempo en tiempo y que, a la vez que nos deslumbran, nos confunden, porque nos enfrentan al misterio de la genialidad art¨ªstica. Una vez agotadas todas las explicaciones a nuestro alcance -y Dios sabe hasta qu¨¦ extremos han sido averiguadas y manoseadas las fuentes de este libro y la peripecia biogr¨¢fica de su autor-, satisfecha nuestra curiosidad sobre las circunstancias en que se gest¨®, una duda fundamental queda planeando, inc¨®lume: ?c¨®mo fue posible? Que no haya respuesta definitiva significa, simplemente, que esos ocasionales estallidos que desarreglan la producci¨®n literaria de una ¨¦poca fij¨¢ndole nuevos topes est¨¦ticos y desbarajustando su tabla de valores reposan sobre un fondo de irracionalidad humana y de accidente hist¨®rico para los que nuestra capacidad de an¨¢lisis es insuficiente. Ellos nos recuerdan que el hombre es, siempre, algo m¨¢s que raz¨®n e inteligencia.
El Gatopardo es una de esas excepciones que espor¨¢dicamente empobrecen su contorno literario, revel¨¢ndonos, por contraste, la modestia decorosa o la mediocridad rechinante que lo caracteriza. Apareci¨® en 1957 y desde entonces no se ha publicado en Italia, y acaso en Europa, una novela que pueda rivalizar con ella en delicadeza de textura, fuerza descriptiva y poder creador. (...)
Para gozar de una novela como El Gatopardo hay que admitir que una ficci¨®n no es esta realidad en la que estamos inmersos, sino una ilusi¨®n que a fuerza de fantas¨ªa y de palabras se emancipa de ella para construir una realidad paralela. Un mundo que, aunque erigido con materiales que proceden todos del mundo hist¨®rico, lo rechaza radicalmente, enfrent¨¢ndose un persuasivo espejismo en el que el novelista ha volcado su ira y su nostalgia, su quimera de una vida distinta, desatada de las horcas caudinas de la muerte y del tiempo. Una novela lograda nos recuerda que la realidad en la que estamos es insuficiente, que somos m¨¢s pobres que aquello que so?amos e inventamos. Y pocas novelas contempor¨¢neas nos lo hacen saber tan bellamente como El Gatopardo. (...)
Como en Lezama Lima, como en Alejo Carpentier, narradores barrocos que se le parecen porque tambi¨¦n ellos construyeron unos mundos literarios de belleza escult¨®rica, emancipados de la corrosi¨®n temporal, en El Gatopardo la varita m¨¢gica que ejecuta aquella supercher¨ªa mediante la cual la ficci¨®n adquiere fisonom¨ªa propia, un tiempo soberano distinto del cronol¨®gico, es el lenguaje. El de Lampedusa tiene la sensualidad del de Paradiso y la elegancia del de Los pasos perdidos. Pero tiene, adem¨¢s, una inteligencia m¨¢s acerada y c¨¢ustica y una nostalgia m¨¢s intensa por aquel pasado que finge estar resucitando cuando, en verdad, est¨¢ invent¨¢ndolo. Es un lenguaje de soberbia exquisitez, capaz de matizar un percepci¨®n visual, t¨¢ctil o auditiva hasta la evanescencia y de modelar un sentimiento con una riqueza de detalles que le confiere consistencia de objeto. Todo lo que ese lenguaje nombra o sugiere se vuelve espect¨¢culo; lo que pasa por ¨¦l pierde su naturaleza y adquiere otra, exclusivamente est¨¦tica. Incluso las porquer¨ªas -los escupitajos, el excremento, las moscas, las llagas y la hediondez de un cad¨¢ver- tornan a ser, gracias a la musicalidad sin fallas, a la oportunidad con que comparecen en la frase, a los adjetivos que las escoltan, gr¨¢ciles y necesarias, como todos los dem¨¢s seres y objetos de esa compacta realidad ficticia en la que, adem¨¢s del tiempo, ha sido sustra¨ªda tambi¨¦n la fealdad. (...)
Lampedusa no entend¨ªa tal vez muy cabalmente el mundo y, acaso, no sab¨ªa vivir en ¨¦l. Su propia vida denota algo del inmovilismo de su visi¨®n hist¨®rica. Hab¨ªa nacido en Palermo, el 23 de diciembre de 1896, en el seno de una antiqu¨ªsima familia que comenzaba a dejar de ser pr¨®spera. Y sirvi¨® de artillero en el frente de los Balcanes durante la Primera Guerra Mundial. Hecho prisionero, se fug¨® y, al parecer, cruz¨® media Europa a pie, disfrazado. A mediados de los a?os veinte conoci¨® en Londres a la baronesa letona Alejandra von Wolff-Stomersll, una psicoanalista, con la que se cas¨®. Estos dos episodios parecen haber agotado su capacidad de aventuras f¨ªsicas. Porque seg¨²n todos los testimonios, los treinta y pico de a?os restantes -muri¨® en Roma, el 23 de julio de 1957- los pas¨® en su ciudad natal sumido en una rutina rigurosa, de lecturas copiosas y caf¨¦s, de la que no parece haberlo apartado ni siquiera la bomba que, en 1943, pulveriz¨® el palacio de Lampedusa, en el centro de Palermo, que hab¨ªa heredado.
De la vieja casona de la Via Butera, donde viv¨ªa, se lo ve¨ªa salir cada ma?ana, temprano apresurado. ?Ad¨®nde se iba? A la Pasticceria del Massimo, de la Via Rugero Settimo. All¨ª desayunaba, le¨ªa y observaba a la gente. M¨¢s tarde, en un caf¨¦ vecino, el Caflish, asist¨ªa a una tertulia de amigos en la que acostumbraba permanecer mudo, escuchando. Era un incansable rebuscador de librer¨ªas. Almorzaba tarde, siempre en la calle, y permanec¨ªa hasta el anochecer en el caf¨¦ Mazzara, leyendo. All¨ª escribi¨® El Gatopardo, entre fines de 1954 y 1956, y sin duda los relatos, el peque?o texto autobiogr¨¢fico y las Lezioni su Stendhal que han quedado en ¨¦l. No tuvo contactos con escritores, salvo una fugaz aparici¨®n que hizo en un congreso literario, en el convento de San Pellegrino, acompa?ando a un primo, el poeta Piccolo. No abri¨® la boca y se limit¨® a o¨ªr el poeta. Le¨ªa en cinco lenguas -el espa?ol fue la ¨²ltima que aprendi¨®, ya viejo- y su cultura literaria era, seg¨²n Francesco Orlando (Ricordo di Lampedusa, Mil¨¢n, 1963), muy vasta. Sin duda lo era y la mejor prueba es su novela. Pero, aun as¨ª, la duda se agiganta cuando advertimos que este perseverante lector no hab¨ªa escrito sino cartas hasta que, a los cincuenta y ocho a?os de edad, cogi¨® de pronto la pluma para garabatear en pocos meses una obra maestra. ?C¨®mo fue posible? ?Debido a que este arist¨®crata que no sab¨ªa vivir en el mundo que le toc¨® sab¨ªa, en cambio, so?ar con fuerza sobrehumana? S¨ª, de acuerdo, pero ?c¨®mo fue posible?
Extracto del cap¨ªtulo sobre El Gatopardo del libro de Mario Vargas Llosa La verdad de las mentiras (Alfaguara).
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