Mucho rostro
"Un rostro que se lo pisan". As¨ª habla el filat¨¦lico de la calle de Fernanflor al guardi¨¢n de su negocio, un b¨®xer en edad de aprender las lecciones de la Historia. Frente a la puerta acristalada del local, septiembre agoniza, atardece en Madrid y el oto?o se abre de capa para exhibir esa atm¨®sfera de sutileza que dora las acacias y derrama por avenidas y glorietas el aroma de nardo que enalteci¨® Cansinos y la melancol¨ªa lupanaria exaltada por Carr¨¨re.
"Una cara de cemento armado", insiste el filat¨¦lico, menos atento que su perro a la tele del establecimiento, que retransmite la Feria de San Miguel en el coso de Las Ventas. Parpadea el b¨®xer cuando el banderillero agarra los rehiletes, brinda al entendido del tendido, que se ahueca de felicidad anticipada, y dice: "Vamos para all¨¢". Y s¨®lo de intuir lo que se avecina, el animal contiene el aliento y, como el resto de la plaza, boca abajo se viene deseando que nunca termine el acab¨®se, por la misma contradicci¨®n con que la gallarda suplicaba "m¨¢tame" no por el gusto de que la ejecutase su amante, sino para dilatar su deleite hasta la agon¨ªa.
Toma el olivo el banderillero para salvar sus femorales de la embestida del morlaco. Pica Lagartos, un cabal de Madrid, extrae el reloj del chaleco como si sacara a pasear el intestino grueso y, tras mirarlo a distancia y o¨ªrlo de cerca, se lo guarda. Es entonces cuando traspasan la puerta de su taberna los tres del antifaz y los naipes pidiendo agua del grifo. "Vaya tr¨ªo", murmura el tabernero mientras se afana en atenderlos para que no le busquen las vueltas. "Vaya jeta", exclama el filat¨¦lico en la acera de enfrente; y procura desviar la atenci¨®n de su b¨®xer a los ¨²ltimos sellos recibidos con la fisonom¨ªa del pollo de Tejas, su cuate de Piccadilly y el tercero en discordia. "No los pierdas de vista", le ruega, con el patetismo del que arranca la saeta de su garganta al paso ceremonioso del Crucificado. Matan la sed en la taberna los tres del antifaz, inicia la faena el torero con un ayudado por bajo y el filat¨¦lico no sabe c¨®mo contar a su b¨®xer la escandalera que organizaron los caballeros de los sellos. Porque, ?qui¨¦n va a creerse que esos tres atribuyeron armas radiactivas a unos pobres de pedir y, para meterlos en una democracia, los frieron a bombas, y en su misi¨®n humanitaria les dejaron sin luz ni agua? "Corta, Blas, que no me vas", ser¨¢ la respuesta m¨¢s educada del b¨®xer, si no empieza a restregar los dientes, mostrar la lengua y romperse en un bostezo cuando escuche que, despu¨¦s de dejarlo todo hecho trizas, esos barandas pasaron la gorra a los que estaban de mirones para que les costeasen el safari.
"As¨ª son las fiestas del se?orito", comenta el filat¨¦lico a su perro, "siempre quieren que otro les pague el polvo". Y contin¨²a: "Para cazar a un terrorista que no era Lawrence de Arabia ni el moro Muza, mataron, mutilaron y encarcelaron a inocentes". Y ante la incredulidad del b¨®xer, anuncia: "F¨ªjate la cara de mentirosos que se les qued¨® en los sellos", y le tiende el cuentahilos para que lo compruebe, "cuando se supo que el terrorista que persegu¨ªan no era pol¨ªtico ni general ni esp¨ªa, sino uno que andaba por los montes con su cayado: un pastor". La vehemencia del filat¨¦lico topa con la abulia del b¨®xer, m¨¢s pendiente de la tele donde el toro cuadra y el torero se perfila para matar. "?No te convence, verdad?", se desencanta el filat¨¦lico cerrando el ¨¢lbum. "Claro, como t¨² no votas".
Una estocada desprendida, aunque con mucha muerte, y el filat¨¦lico propone al b¨®xer: "Vamos a tomar un vaso donde Pica Lagartos". Apaga la tele y las luces de la tienda y, ya a punto de echar el cierre y cruzar la calle, se presentan los tres de la taberna con pasamonta?as y naipes. "Quietos los semovientes", dice el primero. "Dame las armas masivas", grita el segundo. Y el tercero arrebata la recaudaci¨®n: "Aqu¨ª est¨¢n las pruebas". Con las manos en alto, el filat¨¦lico comenta al b¨®xer: "Pues s¨ª que cunde el ejemplo de los caras de los sellos". "Un respeto, que somos h¨¦roes", rectifica el primero. "De la civilizaci¨®n occidental", a?ade el segundo. "De la Patria pluscuamperfecta", vocifera el ¨²ltimo. Ladra el b¨®xer para cubrir el expediente. Y entre aplausos al toro apuntillado y alg¨²n suspiro oto?al a la memoria de Valle-Incl¨¢n, Cansinos y Carr¨¨re, clausuramos otra jornada hist¨®rica mientras los terroristas de la baraja escapan por la carrera de San Jer¨®nimo sin pasar por el Parlamento.
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