Duque de Deshonra
Es bien sabido por cuantos lo conocieron, y tambi¨¦n por quienes lo han le¨ªdo, cu¨¢n exigente era Juan Benet en su estimaci¨®n literaria. ?se es uno de los motivos, supongo, por los que, casi once a?os despu¨¦s de su muerte, todav¨ªa es frecuente leer u o¨ªr denuestos contra ¨¦l por parte de numerosos escritores espa?oles (la mayor¨ªa autores de ¨¦xito, dicho sea de paso, y sin pretextos para el resentimiento). Pero la severidad del juicio de Benet no afectaba s¨®lo a sus compatriotas, sino a sus contempor¨¢neos en general. No es dif¨ªcil imaginar, por tanto, que cada vez que elogiaba a alguien "nuevo", quienes lo trat¨¢bamos aguz¨¢ramos el o¨ªdo, en la seguridad de que la alabanza no pod¨ªa ser gratuita ni fr¨ªvola ni obedecer a ninguna moda o raz¨®n espuria. Y adem¨¢s ten¨ªamos la vaga sensaci¨®n de que se hab¨ªa producido un milagro. Y eso fue lo que sucedi¨® con el surafricano Coetzee al poco de que Alfaguara publicase, a¨²n en los a?os ochenta, sus primeros libros en espa?ol, Vida y ¨¦poca de Michael K. y Foe (el segundo, traducido excelentemente por un gran amigo m¨ªo, Alejandro Garc¨ªa Reyes).
Desde un principio Coetzee ha trabajado sobre y desde la conciencia del individuo
Benet y el esquivo Coetzee llegaron a conocerse en persona algo m¨¢s tarde en alg¨²n congreso en el extranjero, e incluso hicieron leve amistad. Transcurrieron unos a?os en los que Coetzee dej¨® de ser publicado en Espa?a y, recurriendo a esa cruel frase tan propia de nuestros tiempos, "su nombre ya no sonaba" aqu¨ª. Salvo en labios de Benet, es decir, m¨¢s bien tan s¨®lo en privado.
Cuando en 2001 cre¨¦ el Premio Reino de Redonda para escritores o cineastas exclusivamente extranjeros (el primero en nuestro pa¨ªs de estas caracter¨ªsticas), prefer¨ª limitarme a organizarlo y financiarlo, y no votar. As¨ª pues, el hecho de que recayera en Coetzee en su convocatoria inaugural no fue en modo alguno asunto m¨ªo, sino de los muy distinguidos jurados, con especial entusiasmo hacia el ganador, recuerdo, por parte de Pedro Almod¨®var, Eduardo Mendoza y Juan Villoro. Este ¨²ltimo, gran conocedor de su obra, tuvo la amabilidad de redactar las frases "institucionales" que acompa?aron a la concesi¨®n.
Una vez producido el fallo, quedaba ponerse en contacto con el premiado, explicarle la loca historia de Redonda, confiar en que no me tomara por un chiflado y en que aceptara el galard¨®n. Sab¨ªa de la aversi¨®n de Coetzee a muchas cosas mundanas (apenas si concede entrevistas, y no siempre se presenta a recoger sus premios), as¨ª que me dirig¨ª a ¨¦l con escasa esperanza, casi hecho a la idea de que nuestro invento iba a nacer con mal pie, pese al prestigioso jurado involucrado en ¨¦l. Pero el profesor Coetzee contest¨®, desde la Universidad de Ciudad del Cabo (ahora vive en Australia), con una nota de agradecimiento de lo m¨¢s cort¨¦s, y eligi¨® llamarse en Redonda "Duke of Deshonra". "Aunque soy consciente", escribi¨®, "tanto de la denotaci¨®n como de las connotaciones de la palabra espa?ola 'deshonra', y a menos que usted considere que con ello trato a la compa?¨ªa de Duques demasiado a la ligera, me adherir¨¦ a ese t¨ªtulo, que me parece adecuadamente quijotesco".
Ahora le llega el Nobel a John Michael (o no se sabe si Maxwell) Coetzee, y uno no puede sino alegrarse por ¨¦l, por la Academia sueca, por Redonda y por Juan Benet. Y tambi¨¦n pensar que el mundo, pese a su tremendo desorden habitual, todav¨ªa se molesta de vez en cuando en poner en orden alg¨²n detalle. Frente a tantos ex¨¦getas de Coetzee como surgir¨¢n ahora, con mejores conocimientos que yo, s¨®lo puedo decir, como mero lector suyo ya antiguo, que cada frase de las novelas de Coetzee tiene la extra?¨ªsima virtud de impelir fuertemente a pasar a la pr¨®xima, y tambi¨¦n, a la vez, de hacer que uno desee demorarse en ella y lamente siempre abandonarla o dejarla atr¨¢s. No s¨¦ de ning¨²n efecto mejor ni m¨¢s noble al que pueda aspirar un escritor.
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