En las garras del ¨¢guila
Por lo que antecede habr¨¢ quedado en claro que, en los tiempos ag¨®nicos del final del franquismo, las autoridades norteamericanas se centraron en lo que cabr¨ªa caracterizar como su l¨ªnea estrat¨¦gica tradicional: garantizarse el acceso a las bases. ?Hicieron algo, y c¨®mo, en la l¨ªnea constantemente subordinada de apoyar el cambio pol¨ªtico de cara al inevitable futuro posfranquista? La respuesta que [el ex secretario de Estado Henry] Kissinger dio en sus memorias fue un rotundo s¨ª. Con todo, a ra¨ªz de ciertos testimonios y de documentaci¨®n que ha ido aflorando, m¨¢s bien parece que la contestaci¨®n debe acentuar la tibieza de los preparativos.
En el caso portugu¨¦s (que, como dijo el jefe de la CIA en Lisboa, Cord Meyer, cogi¨® a Estados Unidos en la pausa del almuerzo) una de las razones de la sorpresa radic¨® en la concentraci¨®n del inter¨¦s norteamericano (tanto de los diplom¨¢ticos como de los servicios de inteligencia) en el cultivo de los lazos con las ¨¦lites pol¨ªticas y empresariales, volcadas totalmente en favor de la dictadura, y nada en el cultivo de los lazos con la oposici¨®n. Es inveros¨ªmil que un embajador como el almirante [Horacio] Rivero, de autoproclamadas simpat¨ªas profranquistas, se moviese demasiado fuera de los c¨ªrculos m¨¢gicos del r¨¦gimen. Desde su partida, en noviembre de 1974, hasta la llegada de su sucesor, Wells Stabler, en marzo de 1975, la embajada estuvo en las manos del encargado de negocios, Samuel D. Eaton. En sus memorias, ¨¦ste reconoce haber organizado una amplia gama de encuentros con representantes de la oposici¨®n pol¨ªtica hasta el punto de que cerca de un tercio de los miembros de los tres primeros Gobiernos de la Monarqu¨ªa hab¨ªan pasado por la embajada. Esto no significa, en s¨ª, demasiado. Mucho m¨¢s interesante es su confesi¨®n de que no cont¨® con demasiado apoyo del Departamento de Estado. Stabler, por su parte, lleg¨® desde Washington sin instrucciones precisas sobre qu¨¦ hacer de cara al futuro. Lo ¨²nico que preocupaba eran las negociaciones sobre las bases.
'En las garras del ¨¢guila'
?ngel Vi?as
Cr¨ªtica. Contrastes.
?Hicieron los norteamericanos algo de cara al inevitable futuro posfranquista? A ra¨ªz de ciertos testimonios y de documentaci¨®n que han ido aflorando, parece que la contestaci¨®n debe acentuar la tibieza de los preparativos
El secretario de Estado Kissinger afirm¨® que no cab¨ªa confiar en que Franco se retirara del poder ("su se?ora no le deja"), aunque ya no se encontraba en buenas condiciones
EE UU apoyaba a Marruecos en el S¨¢hara y le suministraba armamento. Alguien debi¨® de pensar que una dictadura moribunda con problemas de seguridad externos era maleable
Con vistas a la visita de[l presidente Gerald] Ford y Kissinger de finales de mayo, Stabler trat¨® de prepararles un encuentro con lo que denomin¨® la "oposici¨®n domesticada" (tame people). La negativa del presidente del Gobierno, a quien pidi¨® autorizaci¨®n, fue rotunda. Stabler se inclin¨®. Hubiese sido, afirm¨® m¨¢s tarde, una peque?a se?al de que Estados Unidos se preocupaba de conectar con la oposici¨®n. Con la experiencia de la derrota sufrida, el embajador volvi¨® a la carga y, sin instrucciones de Washington, inform¨® de nuevo a[l presidente del Gobierno] Carlos Arias de su intenci¨®n de encontrarse con representantes de la oposici¨®n pol¨ªtica. Esta vez no hubo objeciones. Poco a poco, gota a gota, cristiano-dem¨®cratas y socialistas tomaron contacto con los diplom¨¢ticos norteamericanos. Entre ellos destac¨® el joven secretario del PSOE, todav¨ªa en la ilegalidad, Felipe Gonz¨¢lez. Quienes no gozaron de tal privilegio fueron los comunistas y, cabe imaginar, la extrema izquierda. Las instrucciones permanentes de Washington lo imped¨ªan.
?Qu¨¦ revelan estos testimonios? En primer lugar, que cualesquiera que fueran los tipos de contactos, no obedecieron a una pol¨ªtica establecida. En segundo lugar, que posiblemente no fueron muy intensos y empezaron en fecha tard¨ªa. En tercer lugar, que respondieron a iniciativas locales y quiz¨¢ no tuvieran un impacto profundo en la formulaci¨®n de la pol¨ªtica hacia Espa?a en Washington. Una excepci¨®n en la que hubo un contacto entre opositores al ag¨®nico r¨¦gimen y funcionarios de rango relativamente elevado en el Departamento de Estado se produjo a finales de 1974, cuando James Lowenstein, equivalente a director general, de paso por Madrid se entrevist¨® con varias figuras prominentes de la oposici¨®n y dio una conferencia sobre el papel del Congreso en la pol¨ªtica exterior norteamericana, posiblemente con la intenci¨®n de pasar el mensaje de que los anhelos de tratado no llegar¨ªan a mucho. Estuvieron presentes varios militares. El episodio le cost¨® un peque?o disgusto burocr¨¢tico a Eaton con su departamento. Tampoco gust¨® en ciertos sectores del palacio de Santa Cruz, donde se pensaba que los norteamericanos pod¨ªan bascular hacia una actitud de interferencia en los asuntos internos. Ahora bien, el r¨¦gimen ya no estaba en condiciones de imponer, como veinte a?os antes, la expulsi¨®n de diplom¨¢ticos extranjeros que se desmandaran.
Todo ello parece haber tenido una proyecci¨®n y una influencia mucho menores que las actuaciones de numerosos Gobiernos y partidos pol¨ªticos europeos, liderados por alemanes, franceses, brit¨¢nicos y suecos. Otra cosa son, naturalmente, las actividades de la CIA, sobre las que corr¨ªan todos los rumores posibles. Ciertamente, antes de la visita de Ford vino a Espa?a de nuevo el general [y director adjunto de la CIA, Vernon] Walters, y su viaje despert¨® una gran polvareda.
Las circunstancias cambiaron con la r¨²brica del acuerdo-marco entre Kissinger y [el ministro de Asuntos Exteriores, Pedro] Cortina y la ulterior enfermedad de Franco. La primera satisfizo los deseos norteamericanos, la segunda mostr¨® el riesgo de que pudieran encontrarse sin contactos -y sin amigos- entre los dirigentes futuros, como hab¨ªa ocurrido en Portugal. Este factor adquiri¨® entonces cierto relieve, si es que no lo tuvo previamente. El propio Kissinger, testigo de excepci¨®n, reconoci¨® en uno de sus viajes a Pek¨ªn ante sus interlocutores chinos que la situaci¨®n en Espa?a era bastante complicada para Estados Unidos. El r¨¦gimen estaba en las ¨²ltimas, pero, por otro lado, hab¨ªa que evitar que se repitiera el caso de Portugal. De aqu¨ª que Washington tratase de ampliar la cooperaci¨®n con Espa?a en una amplia gama de actividades (culturales, econ¨®micas) que permitiera desarrollar contactos org¨¢nicos con una gran variedad de espa?oles al movilizar tal infraestructura. Incluso las negociaciones hab¨ªa que verlas desde esta perspectiva. Las bases permit¨ªan una interacci¨®n permanente con los militares y, en particular, con los altos mandos entre los cuales la influencia aperturista era menor. Lo que pasara entre los oficiales de menor graduaci¨®n era secundario porque su impacto en las Fuerzas Armadas era mucho m¨¢s reducido. Si estas declaraciones respond¨ªan a lo cierto (aspecto que la investigaci¨®n documental ulterior podr¨¢, quiz¨¢, demostrar), Kissinger pon¨ªa con ellas al descubierto la orientaci¨®n general de la preparaci¨®n norteamericana: influir de manera puntual en grupos determinados de las ¨¦lites econ¨®micas, pol¨ªticas y militares sin correr el riesgo de exponerse al contacto con los plebeyos. ?sta era una orientaci¨®n muy diferente de la que, por ejemplo, siguieron el Gobierno y ciertos partidos alemanes, sobre todo el socialdem¨®crata.
Para aquella fecha, cuando Franco estaba ingresado de nuevo en el hospital, Kissinger se?al¨® a sus interlocutores que el PCE hab¨ªa hecho varios intentos de tomar contacto con los norteamericanos. Siempre se les hab¨ªa dicho que no, porque Washington cre¨ªa que el PCE se encontraba bajo el control del Kremlin. En la perspectiva de aumentar contactos se consider¨® la posibilidad de establecerlos, pero en Washington se pensaba que los comunistas espa?oles segu¨ªan demasiado influidos por Mosc¨². Los chinos respondieron que entre los partidos comunistas europeos y el PCUS hab¨ªa divergencias (contradictions) importantes, pero que las m¨¢s profundas eran las que se daban con el PCE y el partido comunista holand¨¦s. Kissinger no reaccion¨® y los contactos con el PCE continuaron prohibidos.
Un hombre simp¨¢tico
Una de las razones por las cuales a Kissinger le parec¨ªa necesaria tal proliferaci¨®n de contactos con los distintos sectores de la vida espa?ola era porque el pr¨ªncipe don Juan Carlos, un hombre simp¨¢tico ("He is a nice man. Naive"), no comprend¨ªa bien los peligros de la revoluci¨®n ni lo que se le ven¨ªa encima ("He doesn't understand revolution and doesnt understand what he will face") y quiz¨¢ no pudiera lidiar con ello ("I don't think he is strong enough to manage events by himself"). Este tipo de confidencias, o de intercambio de impresiones, era evidentemente molesto para el Kissinger que escrib¨ªa este cap¨ªtulo de sus memorias a finales de los a?os noventa. As¨ª que, si se acordaba de ellas, las suprimi¨® completamente, aunque no olvid¨® mencionar que Mao era favorable al ingreso de Espa?a en la CEE (como si China pudiera impulsarlo).
Por lo dem¨¢s, el secretario de Estado afirm¨® que no cab¨ªa confiar en que Franco se retirara del poder ("su se?ora no le deja"), aunque ya no se encontraba en buenas condiciones ("He estado con ¨¦l acompa?ando a dos presidentes y las dos veces se nos ha dormido. Es m¨¢s, causa un efecto hipn¨®tico. Cuando estuve con el presidente Nixon y vi que se dorm¨ªa, tambi¨¦n me dorm¨ª yo. As¨ª que las dos ¨²nicas personas despiertas fueron el presidente y el ministro de Asuntos Exteriores"). No cabe duda de que en Pek¨ªn el secretario de Estado se encontraba a sus anchas. De las actas de las reuniones se desprende una atm¨®sfera, casi palpable, de buen humor y bonhom¨ªa, muy alejada de la intensidad dram¨¢tica con que Espa?a entera comenzaba a vivir la larga agon¨ªa del caudillo.
En una segunda entrevista, esta vez con la participaci¨®n del presidente Ford y de su consejero de seguridad nacional, general Brent Scowcroft, Kissinger insisti¨® en que le preocupaba de tal suerte lo que pudiese ocurrir en el sur de Europa (Portugal, Espa?a, Italia y Yugoslavia) que Estados Unidos se reun¨ªa en secreto y a alto nivel una vez por mes con otros tres pa¨ªses europeos para intercambiar informaci¨®n, coordinar planes e incluso pensar en actuaciones comunes de cara a Yugoslavia. No los identific¨®.
Las dos Alemanias
La identificaci¨®n puede hacerse gracias a las memorias de[l ministro alem¨¢n de Exteriores, Hans-Dietrich] Genscher. Se trataba de encuentros de los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, Francia, Rep¨²blica Federal de Alemania y el Reino Unido. Ten¨ªan lugar antes de las reuniones del Consejo de la OTAN y en ellas se abordaban temas relacionados con las dos Alemanias y Berl¨ªn (su raz¨®n de ser originaria), y, en una segunda parte, otros referidos a los pa¨ªses mencionados. Estos ¨²ltimos se trataban de forma muy confidencial.
En descargo, tal vez, de esta pol¨ªtica que a unos puede parecer excesivamente pragm¨¢tica y a otros un tanto improvisada en sus manifestaciones concretas, hay que recordar que en aquellos a?os se ten¨ªa poca experiencia de c¨®mo apoyar los procesos de democratizaci¨®n en pa¨ªses que sal¨ªan de un oscuro pasado autoritario o dictatorial. No hab¨ªa doctrinas ni instituciones, nacionales o internacionales, con la capacidad operativa necesaria. Tal vez la excepci¨®n que confirma la regla fuesen las fundaciones pol¨ªticas alemanas, porque las norteamericanas apenas si actuaron en Espa?a. M¨¢s adelante se desarroll¨® una abundante producci¨®n acad¨¦mica sobre el colapso de los reg¨ªmenes autoritarios y su contexto internacional, las influencias rec¨ªprocas y su compatibilidad o incompatibilidad relativas. En lo que se refiere al estudio del caso concreto espa?ol, las catas realizadas por otros autores no invalidan las tesis desarrolladas en p¨¢ginas anteriores.
Al lado de esta l¨ªnea pol¨ªtica, que deber¨ªa ser objeto de un an¨¢lisis documental m¨¢s detenido, lo que s¨ª salt¨® a la vista de todo el mundo fue que Estados Unidos apoyaba a Marruecos en su reclamaci¨®n sobre el S¨¢hara y que no dudaba en suministrar armamento al reino alau¨ª. A pesar de que ello provoc¨® preocupaci¨®n en Santa Cruz y alarma en la c¨²pula militar, los norteamericanos no cejaron. Se escapa de este trabajo analizar las razones por las que ello fue as¨ª. Alguien debi¨® pensar que una dictadura moribunda con problemas de seguridad externos ser¨ªa maleable. En definitiva, una traducci¨®n a la pr¨¢ctica de la realpolitik kissingeriana. El apoyo norteamericano al proceso democratizador del posfranquismo se produjo, en realidad, una vez desaparecido el dictador. ?sta es la cuesti¨®n que se analiza en el pr¨®ximo cap¨ªtulo. (...)
Insatisfacci¨®n canalizada
(...) Los resultados siempre dejaron insatisfechos a los negociadores espa?oles. A veces tal insatisfacci¨®n, debidamente canalizada y modulada, sali¨® a la luz p¨²blica, de la pluma de periodistas adictos y seguros. Con mayor frecuencia, su extensi¨®n e intensidad quedaron consignadas a la oscuridad de los archivos, muchos de los cuales, por si las moscas, permanecen cerrados: Alto Estado Mayor, Junta de Defensa Nacional, incluso los de los tres ministerios militares. Hubo sus dramas. Cuando [el ministro de Exteriores, Fernando Mar¨ªa] Castiella intent¨®, tard¨ªamente desde luego, dignificar un tanto la posici¨®n espa?ola, su l¨ªnea de conducta despert¨® tales enconos que, a pesar de su impecable ortodoxia y de estar en l¨ªnea con los planteamientos estrat¨¦gicos del omnisciente jefe del Estado, no consigui¨® otra cosa que su defenestraci¨®n. Con la dictadura en declive, la relaci¨®n hispano-norteamericana alcanz¨® un grado de simbiosis notable. El general [Manuel] Guti¨¦rrez Mellado lanz¨® el grito de alarma ante la posibilidad de que los norteamericanos tratasen a los espa?oles como "cipayos". Las ejecuciones, primero, y la muerte de Franco, despu¨¦s, crearon otros par¨¢metros. Con Kissinger, el renovado abrazo que Estados Unidos, en la mejor tradici¨®n de la realpolitik, hab¨ªa estado dispuesto a dar al r¨¦gimen, se transfiri¨® a la monarqu¨ªa casi sin soluci¨®n de continuidad.
Frente a este revisionismo espa?ol, practicado al alim¨®n por numerosos diplom¨¢ticos y militares, aunque no sin roces y sin emboscadas rec¨ªprocos, EE UU trat¨® siempre de mantener el statu quo, una posici¨®n eminentemente conservadora que defendieron con u?as y dientes. Deseosos de preservar el disfrute lo m¨¢s irrestricto posible de las ventajas conseguidas en 1953, contemplaron la relaci¨®n bilateral no desde una ¨®ptica pol¨ªtica como los espa?oles, sino desde un ¨¢ngulo esencialmente militar. Lo que les preocupaba era que en el rinc¨®n tranquilo -o tranquilizado- de la Espa?a de Franco la evoluci¨®n futura pudiese poner en cuesti¨®n el acceso a las bases. Muchos diplom¨¢ticos destinados en Madrid, pensando en el porvenir, alertaron repetidamente sobre los riesgos de una asociaci¨®n estrecha con la dictadura. Hubo a?os durante las Administraciones de Kennedy y de Johnson [1961-1968] en que Estados Unidos pareci¨® jugar con dos barajas, con un pie s¨®lidamente instalado intramuros del r¨¦gimen y con el otro jugueteando inquieto con una oposici¨®n domesticada a la que no daban demasiadas posibilidades. Al final siempre triunf¨® la carta de la colaboraci¨®n con la dictadura. No se llamaba a enga?o el todopoderoso jefe del Estado al menospreciar como meras molestias lo que pensaba eran actividades no declaradas de la CIA en Espa?a.
As¨ª, pues, el advenimiento de la democracia se top¨® con numerosas asignaturas pendientes, a pesar del espaldarazo dado a la monarqu¨ªa con el tratado de 1976 y la sonada recepci¨®n a su majestad don Juan Carlos meses m¨¢s tarde en Washington. Los planteamientos iniciados en la ¨¦poca de [Adolfo] Su¨¢rez y [Marcelino] Oreja, y en los que [Jos¨¦] Llad¨® y su equipo desde la embajada y Carlos Fern¨¢ndez Espeso y un peque?o grupo de diplom¨¢ticos en Madrid jugaron un papel considerable, permitieron clarificar, en las nuevas condiciones constitucionales, los entresijos de la relaci¨®n, pero las circunstancias pol¨ªticas ambientales no llevaron a extraer todas las conclusiones operativas posibles o deseables. En 1981-1982, el palacio de Santa Cruz indujo un giro, todav¨ªa no bien documentado, al sentido que hubiera podido tener la negociaci¨®n. Lo que como tratado exig¨ªa el asentimiento de los senadores norteamericanos se reconvirti¨® en mero acuerdo ejecutivo, en la m¨¢s pura y rancia tradici¨®n bilateral. Se utilizaron subterfugios que recordaban a los manejados por el fenecido r¨¦gimen. Ello no obstante, se continu¨® atornillando el control espa?ol respecto a las autorizaciones de uso de las instalaciones de apoyo. En medio de pol¨¦micas muy intensas ligadas a la entrada y/o permanencia en la Alianza, correspondi¨® a las nuevas fuerzas pol¨ªticas que llegaron al Gobierno a finales de 1982 extraer las consecuencias que se impon¨ªan de una larga y no siempre armoniosa historia. J¨®venes nacionalistas o no, lo hicieron con ¨¦xito y ampliaron los pilares de la estrategia espa?ola. El modelo de disuasi¨®n franquista qued¨® obsoleto.
Cipayos
La atracci¨®n de Washington, que hab¨ªa existido durante la dictadura desde que el sue?o de la afiliaci¨®n con el Tercer Reich como valladar contra el Este se revel¨® imposible, se complement¨® con el anclaje en Europa, es decir, el marco natural del que hab¨ªa quedado excluida Espa?a. Frente a un polo washingtoniano en el que las posibilidades de adquirir influencia eran limitadas, ni siquiera como "cipayos", el polo europeo, basado en el derecho y en el m¨¦todo comunitario o en la negociaci¨®n intergubernamental a numerosas bandas, result¨® mucho m¨¢s permeable a las acometidas de un pa¨ªs como Espa?a. Frente al unilateralismo norteamericano, demostrado en Granada, Libia o Centroam¨¦rica, la Comunidad ofrec¨ªa la posibilidad de formaci¨®n de frentes comunes multiformes m¨¢s f¨¢ciles de manejar que en la Alianza. Felipe Gonz¨¢lez la aprovech¨® a fondo y lleg¨® incluso a establecer una relaci¨®n excelente con George Bush [padre]. Con ello demostr¨® que el nacionalismo primario que, de puertas adentro y ocasionalmente hacia afuera, hab¨ªa impelido la dictadura, no constitu¨ªa el enfoque adecuado para defender e impulsar los intereses espa?oles. [Michael] Marks ha estudiado [The formation of European policy in post-Franco Spain, 1997] la forma y manera en que la imbricaci¨®n de ¨¦stos en los m¨¢s generales favoreci¨® a Espa?a a los europeos e incluso a los norteamericanos.
Cuando el PSOE dej¨® el Gobierno, Espa?a hab¨ªa superado la dependencia que con respecto a Estados Unidos hab¨ªa heredado del franquismo y que se ha retratado, a grandes trazos, en la presente obra.
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