Apag¨®n
En la oscuridad cerrada del apag¨®n, no sabemos si esa presencia que intuimos respirando frente a nosotros es un hombre o una mujer, un anciano o un ni?o. Tampoco podemos examinar su aspecto, solamente intentar averiguar, por su respiraci¨®n tr¨¦mula, si es un ser humano o un animal. Entre tinieblas se produce el encuentro de dos amantes. Al principio ambos seres se olisquean mutuamente, sin llegar a tocarse. Despu¨¦s fuerzan la vista, sospechando que est¨¢n ciegos. "?Eres t¨²?", susurra el primero. "Soy yo", dice el segundo. A¨²n as¨ª, se quedan inm¨®viles, el uno frente al otro, dudando.
Este enfrentamiento se puede prolongar en silencio durante unos minutos. Despu¨¦s, es posible que alguno de los dos pregunte directamente, sin rodeos, aprovechando la desinhibici¨®n que otorga la oscuridad: "?Eres constitucionalista?". Vaya por dios, se dir¨¢n ustedes, ya empezamos. Entramos en discusiones filos¨®ficas de gran envergadura, que no todo el mundo est¨¢ dispuesto a emprender. En la noche larga del apag¨®n, el drama se hace realidad, cuando uno de los amantes contesta: "S¨ª. Soy constitucionalista". Se oye un roce de las s¨¢banas, y despu¨¦s la primera voz: "Me da lo mismo. S¨®lo quiero que sigas ah¨ª, existiendo, a mi lado". Un silencio alquitranado rebosa por los costados de la cama, cuando la otra voz replica: "A m¨ª a veces se me hace raro. No s¨¦ si podr¨¦ vivir con una persona nacionalista. ?Todo es tan dif¨ªcil! Incluso ponerse de acuerdo para ir de compras".
Se oye un suspiro en el otro lado de la cama. "Dame un beso". Los labios se unen en la oscuridad: es un verdadero morreo a tornillo. Luego, de nuevo, se oye una de las voces: "Vale. Nunca volver¨¦ a decirte que vayamos juntos a la fiesta de la Constituci¨®n". El otro cuerpo parece estremecerse sobre el colch¨®n: "Bueno, pues yo tampoco te llevar¨¦ al Aberri Eguna". Un nuevo silencio se instala en la habitaci¨®n. Maldito apag¨®n. Ten¨ªa que ser justo ahora, que dan en la tele CSI. Una mano se desliza sobre la piel, y los pelos se erizan. Hay cada vez m¨¢s huellas dactilares en los cuerpos del delito. "De todas formas, nunca te gust¨® el talo con chorizo", se oye musitar, como en un gemido. Los muelles del colch¨®n trepidan. Otra voz, entrecortada, contesta: "En cambio, a ti te encanta Ana Bel¨¦n".
Las respiraciones se agitan, los cuerpos se entrelazan, los amantes se desembarazan de las s¨¢banas, y el ovillo de miembros se enreda locamente, mientras la oscilaci¨®n s¨ªsmica de la cama va en aumento, y el t¨¢lamo golpea la pared con un ritmo que evoluciona en progresi¨®n ascendente. Al concierto de los objetos se unen los gru?idos, los jadeos, y parece que el mundo entero va a derrumbarse: los gatos callejeros ma¨²llan, pasan los camiones de la basura, y una alarma de coche se dispara misteriosamente.
Tras un escandaloso ¨¦xtasis que sobresalta a los vecinos, todo queda en relativo silencio. S¨®lo se escucha el resuello de los cuerpos que yacen, unidos, fundidos con las sombras del apag¨®n: la oscuridad est¨¢ llena de sorpresas.
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