Literatura es libertad
Al dirigirme a todos ustedes en esta hist¨®rica Paulkirche, y en esta ocasi¨®n, me siento inspirada e infundida de humildad. Por ello no puedo sino lamentar la ausencia deliberada del embajador de Estados Unidos, el se?or Daniel Coats, cuya negativa a asistir a la reuni¨®n de hoy, invitado por la Asociaci¨®n de Libreros Alemanes en junio cuando se anunci¨® el Premio de la Paz de este a?o, muestra que est¨¢ m¨¢s interesado en afirmar la posici¨®n ideol¨®gica y el car¨¢cter reactivo y rencoroso del Gobierno de Bush que en cumplir con su normal deber diplom¨¢tico de representar los intereses y la reputaci¨®n de su -de mi- pa¨ªs. El embajador ha preferido no estar aqu¨ª, supongo, por las cr¨ªticas que he expresado contra la nueva tendencia radical de la pol¨ªtica exterior estadounidense, tal como muestra la invasi¨®n y ocupaci¨®n de Irak. Me parece que deber¨ªa estar presente, pues una ciudadana del pa¨ªs que representa en Alemania ha sido honrada con un importante premio alem¨¢n.
"El enemigo es siempre una amenaza a nuestro 'modo de vida', es un infiel"
"La literatura puede definirse como la historia de la respuesta humana a lo que est¨¢ vivo"
"No podemos deshacernos de lo viejo porque en ¨¦l est¨¢ invertido todo nuestro pasado"
El embajador tiene el deber de representar a su pa¨ªs, a todo su pa¨ªs. Yo no represento, por supuesto, a Estados Unidos, ni siquiera a la considerable minor¨ªa que no respalda el programa imperial del se?or Bush y sus asesores. Me gusta pensar que no represento sino la literatura, una idea de la literatura, y la conciencia, una idea de la conciencia o el deber. No obstante, atenta a la menci¨®n del premio de un importante pa¨ªs europeo, la cual hace referencia a mi condici¨®n de "embajadora intelectual" entre dos continentes (apenas es preciso se?alar que embajadora en su sentido m¨¢s lato), no puedo resistirme a proponer unas cuantas reflexiones acerca de la reiterada brecha entre Europa y Estados Unidos que supuestamente salvan mis intereses y entusiasmos.
En primer lugar, ?es una brecha lo que se sigue salvando? ?No es asimismo un conflicto? Las expresiones de menosprecio y c¨®lera contra Europa, contra algunos pa¨ªses europeos, son la actual moneda corriente del discurso pol¨ªtico estadounidense; y aqu¨ª, al menos en los pa¨ªses pr¨®speros del lado occidental del continente, el sentimiento antiamericano es m¨¢s com¨²n, m¨¢s manifiesto y m¨¢s intempestivo que nunca. ?De qu¨¦ conflicto se trata? ?Sus ra¨ªces son profundas? Me parece que s¨ª. Siempre ha habido un antagonismo latente entre Europa y EE UU, al menos tan complejo y ambivalente como el que existe entre padre e hijo. EE UU es un pa¨ªs neoeuropeo y, hasta hace pocos decenios, habitado sobre todo por pueblos europeos. No obstante, las diferencias entre Europa y EE UU siempre han impresionado a los observadores extranjeros m¨¢s perspicaces: Alexis de Tocqueville, que visit¨® la joven naci¨®n en 1831 y volvi¨® a Francia a escribir La democracia en
Am¨¦rica, el cual es todav¨ªa, casi 170 a?os despu¨¦s, el mejor libro sobre mi pa¨ªs, y D. H. Lawrence, que hace 80 public¨® el libro m¨¢s interesante jam¨¢s escrito sobre la cultura estadounidense, su influyente y exasperante Studies in Classical American
Literature, comprendieron que EE UU, hijo de Europa, se estaba convirtiendo o se hab¨ªa convertido ya en la ant¨ªtesis de Europa.
Roma y Atenas. Marte y Venus. Los autores de recientes tratados populares que promueven la idea de un inevitable choque de intereses y valores entre Europa y Estados Unidos no inventaron estas ant¨ªtesis. Los extranjeros meditaron en ellas y crearon la paleta, la melod¨ªa recurrente de buena parte de la literatura a lo largo del siglo XIX, de Fenimore Cooper y Emerson a Whitman, de James, Dean Howells a Twain. La inocencia estadounidense y el refinamiento europeo; el pragmatismo estadounidense y la intelectualizaci¨®n europea; el vigor en Estados Unidos y el hast¨ªo en Europa; la candidez de un lado y el cinismo del otro; la buena fe frente a la malicia; el moralismo estadounidense frente a las artes concesivas europeas... ya conocen ustedes las tonadas.
Es posible cambiar la coreograf¨ªa, sin duda, pues se han bailado con toda suerte de evaluaciones o pasos durante dos siglos tumultuosos. Los eur¨®filos pueden emplear la antigua ant¨ªtesis que identifica el barbarismo orientado por el comercio con EE UU y la alta cultura con Europa, mientras que los eurof¨®bicos extraen de un punto de vista prefabricado que EE UU representa el idealismo, la apertura y la democracia y Europa el debilitado refinamiento petulante. Pero Tocqueville y Lawrence advirtieron algo m¨¢s ac¨¦rrimo: no solamente una declaraci¨®n de independencia respecto de Europa y sus valores, sino un constante desgaste, el asesinato de los valores y el poder europeos. "Nunca se puede tener algo nuevo sin romper con lo viejo", escribi¨® Lawrence. Resulta que Europa era lo viejo. EE UU tendr¨ªa que ser lo nuevo. "Lo nuevo es la muerte de lo viejo". Lawrence adivin¨® que EE UU ten¨ªa como misi¨®n destruir Europa empleando la democracia -sobre todo la democracia cultural, la democracia de los modales- como arma. Y cuando la tarea se haya cumplido, escribi¨®, EE UU podr¨ªa apartarse de la democracia en busca de algo distinto. (Quiz¨¢s ese algo es lo que est¨¢ surgiendo hoy d¨ªa).
Ruego su paciencia si mis referencias han sido s¨®lo literarias. No obstante, una de las funciones de la literatura -de la literatura importante, de la literatura necesaria- es la profec¨ªa. Lo que se presenta ante nosotros, escrito en grandes caracteres, es la antigua pol¨¦mica literaria -cultural- entre antiguos y modernos.
El pasado es (o era) Europa, y EE UU se fund¨® en la idea del rompimiento con el pasado, que se considera estorboso, sofocante y -por sus deferencias y prioridades, por sus modelos- en esencia no democr¨¢tico, o "elitista", el sin¨®nimo reinante en la actualidad. Quienes se declaran a favor de un EE UU triunfalista siguen dando a entender que su democracia implica el repudio de Europa y, de hecho, la adopci¨®n de una determinada barbarie saludable y liberadora. Si en la actualidad Europa es tenida por la mayor¨ªa de los estadounidenses por m¨¢s socialista que elitista, ello a¨²n hace de Europa, siguiendo los criterios estadounidenses, un continente retr¨®grado, apegado con testarudez a sus antiguos modelos, por ejemplo, al Estado benefactor. "Renu¨¦valo" no s¨®lo es un lema de la cultura; es la descripci¨®n de una maquinaria econ¨®mica de alcance mundial, en avance perpetuo. Sin embargo, si es necesario, incluso lo "viejo" puede ser bautizado otra vez como lo "nuevo".
No es una casualidad que el resuelto ministro de Defensa estadounidense intentara hincar una cu?a en el seno de Europa al distinguir de modo inolvidable la "vieja" (mala) Europa de la "nueva" (buena). ?C¨®mo es que Alemania, Francia y B¨¦lgica se han visto consignadas a la "vieja" Europa, mientras que Espa?a, Italia, Polonia, Ucrania, Holanda, Hungr¨ªa, la Rep¨²blica Checa y Bulgaria son parte de la "nueva"? Respuesta: apoyar a EE UU en la actual expansi¨®n de su poder¨ªo pol¨ªtico y militar es, por definici¨®n, pasar a la m¨¢s deseable categor¨ªa de lo "nuevo". El que est¨¢ con nosotros es "nuevo". Todas las guerras modernas, incluso cuando sus tradicionales motivos son la expansi¨®n territorial o la adquisici¨®n de recursos escasos, se presentan como choques de civilizaciones -guerras culturales- en los que cada bando reivindica elevadas razones e imprime car¨¢cter de b¨¢rbaro al otro. El enemigo es siempre una amenaza a nuestro "modo de vida", es un infiel; contamina y ultraja los valores superiores. La guerra actual contra la amenaza absolutamente manifiesta que representa el islamismo radical es un ejemplo muy claro. Lo que merece la pena se?alar es que una versi¨®n m¨¢s atenuada de los mismos t¨¦rminos injuriosos subyace en el antagonismo entre Europa y EE UU. Deber¨ªa recordarse tambi¨¦n que, hist¨®ricamente, el discurso antiamericano m¨¢s virulento pronunciado en Europa -que en esencia acusa a los estadounidenses de barbarie- no provino de la llamada izquierda, sino de la extrema derecha. Tanto Hitler como Franco condenaron repetidamente a un EE UU (y a la internacional jud¨ªa) decidido a contaminar la civilizaci¨®n europea con sus vulgares valores empresariales.
La mayor parte de la opini¨®n p¨²blica europea, por supuesto, sigue admirando la energ¨ªa estadounidense, la versi¨®n estadounidense de "lo moderno". Y, sin duda, siempre ha habido compa?eros de viaje estadounidenses de los ideales culturales europeos (una de ellas est¨¢ ante ustedes), que entienden las antiguas artes de Europa como una liberaci¨®n y una enmienda a las tenaces inclinaciones mercantilistas de la cultura estadounidense. Y siempre ha habido equivalentes en el lado europeo: los europeos fascinados, profundamente atra¨ªdos por EE UU, a causa precisamente de las diferencias que lo distinguen de Europa.
Los estadounidenses casi siempre ven lo contrario del lugar com¨²n eur¨®filo: se ven a s¨ª mismos defendiendo la civilizaci¨®n. Las hordas de los b¨¢rbaros ya no est¨¢n a las puertas. Est¨¢n en nuestro seno, en cada ciudad pr¨®spera, maquinando su destrucci¨®n. Los pa¨ªses "productores de chocolate" (Francia, Alemania, B¨¦lgica) tendr¨¢n que apartarse, mientras que un pa¨ªs con "voluntad" -y Dios de su lado- contin¨²a la batalla contra el terrorismo (en su actual mezcla con la barbarie). Seg¨²n el ministro de Exteriores Colin Powell, es rid¨ªculo que la vieja Europa ambicione un papel en el gobierno o la gesti¨®n de territorios que ha ganado la coalici¨®n del conquistador. No tiene los recursos militares ni el gusto por la violencia ni el respaldo de sus poblaciones, mimadas y demasiado pac¨ªficas. Y los estadounidenses lo han entendido bien. Los europeos no est¨¢n de humor evang¨¦lico o beligerante.
En efecto, a veces debo pellizcarme para asegurar que no estoy so?ando: muchas personas en mi pa¨ªs se sienten agraviadas porque en la actualidad a la poblaci¨®n alemana, que descarg¨® indecibles horrores en el mundo durante casi un siglo (como si se tratara de un nuevo "problema alem¨¢n"), le repugne la guerra; que la mayor¨ªa de la opini¨®n p¨²blica alemana sea ya virtualmente... pacifista. ?Acaso EE UU y Europa no fueron socios y amigos nunca? Claro que s¨ª. Pero quiz¨¢s es cierto que los periodos de unidad son la excepci¨®n m¨¢s que la regla. Uno de esos periodos transcurri¨® desde la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de la guerra fr¨ªa, cuando los europeos sintieron profunda gratitud por la intervenci¨®n, socorro y apoyo de EE UU. Pero espera entonces que los europeos le est¨¦n eternamente agradecidos, lo cual no es lo que est¨¢n sintiendo en este momento.
Desde el punto de vista de la "vieja" Europa, EE UU parece propenso a dilapidar la admiraci¨®n -y la gratitud- que sienten la mayor¨ªa de los europeos. La inmensa simpat¨ªa que despert¨® en las postrimer¨ªas de los atentados del 11 de septiembre de 2001 fue genuina. (Puedo dar testimonio de su particular ardor y sinceridad en Alemania: me encontraba en Berl¨ªn en ese entonces.) Pero lo que ha seguido es un creciente distanciamiento mutuo.
Los ciudadanos de la naci¨®n m¨¢s poderosa y pr¨®spera de la historia deben enterarse de que a EE UU se le quiere, envidia... y resiente. M¨¢s de uno sabr¨¢ que al viajar al extranjero muchos europeos creen que los estadounidenses son unos ordinarios, palurdos e incultos, y no dudan en identificar estas expectativas con la conducta que alude al resentimiento de la ex colonia. Y algunos europeos cultivados, que parecen gozar de su visita o residencia en EE UU, le atribuyen, condescendiendo, las virtudes liberadoras de una colonia en la que nos sacudimos las restricciones y los lastres de la alta cultura del "terru?o". Recuerdo que un cineasta alem¨¢n, residente en aquel entonces en San Francisco, me coment¨® que le gustaba vivir en EE UU "porque aqu¨ª no hay cultura". Para m¨¢s que unos cuantos europeos, entre ellos debo mencionar a D. H. Lawrence, ese pa¨ªs era su escape. Y viceversa: Europa fue el gran escape de varias generaciones de estadounidenses en busca de "cultura". Desde luego, me refiero s¨®lo a unas minor¨ªas, las minor¨ªas privilegiadas.
As¨ª pues, EE UU se cree actualmente el defensor de la civilizaci¨®n y el salvador de Europa y se pregunta por qu¨¦ los europeos no entienden las cosas; y ¨¦stos ven en EE UU a un temerario Estado guerrero, descripci¨®n que aqu¨¦l devuelve viendo en Europa al enemigo: s¨®lo simula su pacifismo, sostiene el discurso que cada vez se oye m¨¢s en Washington, para as¨ª contribuir al debilitamiento del poder¨ªo estadounidense. Se cree que sobre todo Francia est¨¢ conspirando para convertirse en su igual, e incluso en su superior, cuando se trata de configurar los asuntos mundiales, en lugar de reconocer que la derrota estadounidense en Irak animar¨¢ a los "grupos de islamistas radicales, de Bagdad a las chabolas musulmanas de Par¨ªs" que prosiguen con su yihad contra la tolerancia y la democracia.
Es dif¨ªcil para las personas no pensar el mundo con nociones polarizadas ("ellos" y "nosotros"), nociones que en el pasado han arreciado el tema del aislacionismo de la pol¨ªtica exterior estadounidense tanto como en la actualidad arrecian el tema imperialista. Los estadounidenses se han habituado a pensar el mundo por medio del concepto de enemigo. Los enemigos est¨¢n en otro sitio, al igual que la lucha casi siempre esta "all¨¢", y el radicalismo islamista ha sustituido al comunismo chino y ruso como amenaza a nuestro "modo de vida". Y "terrorista" es una palabra m¨¢s el¨¢stica que "comunista". Puede agrupar una amplia gama de luchas e intereses muy diversos. Lo que esto puede implicar es que la guerra ser¨¢ interminable, puesto que siempre habr¨¢ terrorismo (como siempre habr¨¢ pobreza y c¨¢ncer); es decir, siempre habr¨¢ conflictos asim¨¦tricos en los que el lado m¨¢s d¨¦bil emplea ese tipo de violencia, cuyo objetivo en general son los civiles. La oratoria estadounidense, si no es que su talante popular, acaso respalde este triste panorama, pues la lucha en favor de la rectitud nunca cesa.
El genio de EE UU, un pa¨ªs profundamente conservador, con un sesgo que los europeos no alcanzan a entender, ha concebido una variante del pensamiento conservador que celebra lo nuevo m¨¢s que lo viejo. Pero esto tambi¨¦n nos dice que del mismo modo que EE UU parece en extremo conservador, por ejemplo, en el extraordinario poder del consenso y en la pasividad y el conformismo de la opini¨®n p¨²blica (como se?alara Tocqueville en 1831) y los medios, es asimismo radical, incluso revolucionario, con un sesgo que los europeos tampoco alcanzan a entender.
Acaso el origen m¨¢s importante del nuevo (y no tan nuevo) radicalismo estadounidense es el que sol¨ªa estimarse como fuente de los valores conservadores: en una palabra, la religi¨®n. Numerosos comentaristas han advertido que quiz¨¢s la mayor diferencia entre EE UU y casi todos los pa¨ªses europeos (tanto viejos como nuevos en la actual distinci¨®n estadounidense) es que en el primero la religi¨®n a¨²n desempe?a un papel estelar en la sociedad y el lenguaje p¨²blico. Pero es una religi¨®n al estilo estadounidense: es decir, m¨¢s su concepto que la religi¨®n propiamente. En efecto, cuando Bush se present¨® a las elecciones presidenciales, un periodista inspirado le pidi¨® al candidato que mencionara a su "fil¨®sofo predilecto". Recibida con benepl¨¢cito, la respuesta -la cual habr¨ªa convertido en un hazmerre¨ªr a todo candidato de cualquier partido centrista europeo- fue "Jesucristo". Si bien Bush no quiso decir, desde luego, y as¨ª se entendi¨®, que si resultaba elegido su Gobierno se adherir¨ªa a cualesquiera preceptos o proyectos sociales que Jes¨²s expuso realmente.
EE UU es una sociedad que aprueba la religi¨®n en general. Es decir, no importa qu¨¦ religi¨®n se profese, siempre que se profese alguna. Una dominante, incluso una teocracia que s¨®lo fuese cristiana (o de una particular denominaci¨®n cristiana) ser¨ªa imposible. La religi¨®n en EE UU debe ser cuesti¨®n de preferencia. Esta idea moderna de la religi¨®n, relativamente despojada de contenido, concebida siguiendo las preferencias del consumo, es la base del conformismo estadounidense, de su santurroner¨ªa y de su moralismo (lo que los europeos a menudo confunden, condescendiendo, con puritanismo). Toda fe hist¨®rica que las distintas entidades religiosas estadounidenses pretenden representar predica algo semejante: la reforma de la conducta personal, el valor del ¨¦xito, la cooperaci¨®n comunitaria, la tolerancia de las preferencias ajenas. (Virtudes todas que favorecen y facilitan el funcionamiento del capitalismo de consumo). El hecho mismo de profesar una religi¨®n asegura la respetabilidad, promueve el orden y ofrece garant¨ªas de que las intenciones de la misi¨®n estadounidense de dirigir el mundo son virtuosas.
?Estamos entonces tan apartados? Es extra?o que, en un momento en el que Europa y EE UU jam¨¢s hab¨ªan sido tan semejantes desde el punto de vista cultural, haya una divisoria tan amplia. Con todo, a pesar de las semejanzas en la vida diaria ciudadana en los pr¨®speros pa¨ªses europeos y en la vida diaria estadounidense, la brecha es genuina y se funda en importantes diferencias hist¨®ricas, en las nociones del car¨¢cter de la cultura y en los recuerdos reales e imaginarios. El antagonismo -pues existe- no habr¨¢ de resolverse en el futuro inmediato, a pesar de la buena voluntad de muchas personas en ambas costas del Atl¨¢ntico. Y no obstante s¨®lo nos queda deplorar los intentos de acendrar esas diferencias, cuando tenemos tanto en com¨²n.
El dominio de EE UU es un hecho. Sin embargo, no puede hacer todo en solitario, como est¨¢ comenzando a advertir el presente Gobierno. El futuro del mundo -el mundo que compartimos- es sincr¨¦tico, impuro. No estamos aislados. Cada vez m¨¢s nos filtramos los unos en los otros.
En suma, el modelo de todo entendimiento -de conciliaci¨®n- posible que alcancemos se basa en reflexionar m¨¢s sobre la antigua oposici¨®n de "viejo" y "nuevo". La oposici¨®n entre "civilizaci¨®n" y "barbarie" est¨¢ condicionada en esencia: corrompe pensar y pontificar sobre ella, aunque mucho refleje determinadas realidades. Pero la oposici¨®n entre lo "viejo" y lo "nuevo" es genuina, no se puede erradicar, est¨¢ en el centro mismo de lo que entendemos por experiencia.
Lo "viejo" y lo "nuevo" son los perennes polos de todo sentido de orientaci¨®n en el mundo. No podemos deshacernos de lo viejo porque en ¨¦l est¨¢ invertido todo nuestro pasado, nuestra sabidur¨ªa, nuestros recuerdos, nuestra tristeza, nuestro sentido del realismo. No podemos deshacernos de la fe en lo nuevo porque en ella invertimos toda nuestra energ¨ªa, nuestra capacidad de optimismo, nuestro ciego anhelo biol¨®gico, nuestra capacidad para olvidar: la capacidad curativa sin la cual toda reconciliaci¨®n es imposible. La vida interior tiende a desconfiar de lo nuevo. Es m¨¢s, una vida interior profundamente desarrollada se resistir¨¢ a lo nuevo. Se nos dice que hemos de elegir entre lo viejo y lo nuevo. De hecho, hemos de elegir ambos. ?Qu¨¦ m¨¢s es la vida sino el trato reiterado entre lo viejo y lo nuevo? Me parece que siempre deber¨ªamos buscar el modo de evitarnos semejantes oposiciones tajantes.
Lo viejo frente a lo nuevo, la naturaleza frente a la cultura: quiz¨¢s es inevitable que los grandes mitos de nuestra vida cultural se expresen como geograf¨ªa y no s¨®lo como historia. No obstante, son mitos, lugares comunes, estereotipos, nada m¨¢s; las realidades son mucho m¨¢s complejas.
He pasado buena parte de mi vida intentando desmitificar modos de pensar que se polarizan y oponen. Traducido a la pol¨ªtica, esto implica apoyar el pluralismo y lo secular. Como algunos estadounidenses y muchos europeos, me gustar¨ªa m¨¢s vivir en un mundo multilateral, un mundo que no domina ning¨²n pa¨ªs en particular (entre ellos el m¨ªo). Podr¨ªa expresar mi apoyo, en un siglo que ya promete ser otro de extremismos y de horrores, a toda una panoplia de actitudes que promueven la mejor¨ªa: sobre todo la que Virginia Woolf llama "la melanc¨®lica virtud de la tolerancia".
Me permito hablar m¨¢s bien como escritora, como palad¨ªn de la empresa de la literatura, pues en ello reside la ¨²nica autoridad que detento. La escritora en m¨ª desconf¨ªa de la buena ciudadana, de la "embajadora intelectual", de la activista en favor de los derechos humanos: esos papeles que se citan en la menci¨®n del premio, a pesar de mi v¨ªnculo con ellos. La escritora es m¨¢s esc¨¦ptica, m¨¢s dubitativa que la persona que intenta hacer (y apoyar) lo justo.
Una de las tareas de la literatura es formular preguntas y elaborar afirmaciones contrarias a las beater¨ªas reinantes. E incluso cuando el arte no es contestatario, las artes tienden a la oposici¨®n. La literatura es di¨¢logo, respuesta. La literatura puede definirse como la historia de la respuesta humana a lo que est¨¢ vivo o moribundo a medida que las culturas se desarrollan y relacionan unas con otras. Los escritores algo pueden hacer para combatir esos lugares comunes de nuestra alteridad, nuestra diferencia, pues los escritores son hacedores, no s¨®lo transmisores, de mitos. La literatura no s¨®lo ofrece mitos, sino contramitos, al igual que la vida ofrece contraexperiencias: experiencias que confunden lo que cre¨ªas creer, sentir o pensar.
Un escritor es alguien que presta atenci¨®n al mundo. Eso significa que intentamos comprender, asimilar, relacionarnos con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos -volvi¨¦ndonos c¨ªnicos o superficiales- al comprenderlo.
La literatura nos puede contar c¨®mo es el mundo. La literatura puede ofrecer modelos y legar profundos conocimientos encarnados en el lenguaje, en la narrativa. La literatura puede adiestrar y ejercitar nuestra capacidad para llorar a los que no somos nosotros o no son los nuestros.
?Qu¨¦ ser¨ªamos si no pudi¨¦ramos sentir simpat¨ªa por quienes no somos nosotros o no son los nuestros? ?Qui¨¦nes ser¨ªamos si no pudi¨¦ramos olvidarnos de nosotros mismos, al menos un rato? ?Qu¨¦ ser¨ªamos si no pudi¨¦ramos aprender? ?Perdonar? ?Volvernos algo diferente de lo que somos?
En ocasi¨®n de la entrega de este glorioso premio, este premio alem¨¢n, me permito contarles algo de mi propia trayectoria.
Soy descendiente de jud¨ªos lituanos y polacos, la tercera generaci¨®n estadounidense, y nac¨ª dos semanas antes del ascenso de Hitler al poder. Crec¨ª en las provincias estadounidenses (Arizona y California), lejos de Alemania, y sin embargo toda mi infancia estuvo imbuida de Alemania, de la monstruosidad de Alemania y de los libros y la m¨²sica alemanes que adoraba y fijaron en m¨ª su modelo de seriedad e intensidad.
Antes de Bach y Beethoven, de Schubert y Brahms, hubo unos cuantos libros alemanes. Estoy pensando en un profesor de mis a?os de ense?anza elemental en un pueblo del sur de Arizona, el se?or Starkie, el cual atemorizaba a sus alumnos al decirnos que hab¨ªa combatido en el ej¨¦rcito de Pershing contra Pancho Villa en M¨¦xico: este canoso ex combatiente de una otrora aventura imperialista estadounidense se hab¨ªa conmovido con el idealismo -en traducci¨®n- de la literatura alemana y, habiendo comprendido mi singular afici¨®n por los libros, me dio en pr¨¦stamo sus propios ejemplares de Werther y de Immensee.
Poco tiempo despu¨¦s, en mi org¨ªa lectora infantil, la casualidad me gui¨® hasta otros libros alemanes, entre ellos La colonia penitenciaria de Kafka, en la que descubr¨ª el pavor y la injusticia. Y aun unos a?os despu¨¦s, cuando cursaba el bachillerato en Los ?ngeles, encontr¨¦ toda Europa en una novela alemana. Ning¨²n libro ha sido m¨¢s importante en mi vida que La monta?a
m¨¢gica, cuyo asunto es, precisamente, el conflicto de los ideales en el coraz¨®n de la civilizaci¨®n europea. Y as¨ª hasta el presente, a lo largo de una vida inmersa en la alta cultura alemana. En efecto, tras los libros y la m¨²sica, que fueron experiencias virtualmente clandestinas, dado el desierto cultural en que viv¨ªa, llegaron las experiencias reales. Pues tambi¨¦n soy tard¨ªa beneficiaria de la di¨¢spora cultural alemana, habiendo tenido la enorme buena fortuna de tratar ¨ªntimamente a algunos de los incomparablemente brillantes refugiados de Hitler, aquellos escritores, artistas, m¨²sicos y eruditos que EE UU acogi¨®, a partir de los a?os treinta, y que tanto enriquecieron al pa¨ªs, sobre todo a las universidades. Me permito mencionar a dos que tuve el privilegio de contar entre mis amigos al final de la adolescencia y principios de la edad adulta, Hans Gerth y Herbert Marcuse; a muchos otros, cuando curs¨¦ estudios en Chicago y Harvard; y a Hannah Arendt, a quien conoc¨ª despu¨¦s de trasladarme a Nueva York a los 26... cu¨¢ntos modelos de seriedad cuyo recuerdo me gustar¨ªa evocar aqu¨ª.
Con todo, nunca olvidar¨¦ que mi v¨ªnculo con la cultura alemana, con la seriedad alemana, comenz¨® con el exc¨¦ntrico y desconocido se?or Starkie (creo que nunca supe su nombre de pila), mi profesor cuando ten¨ªa diez a?os y al que nunca volv¨ª a ver.
Y esto me lleva a una historia con la que concluir¨¦, pues no soy embajadora cultural en primer lugar ni cr¨ªtica ferviente de mi propio Gobierno (una labor que desempe?o como buena ciudadana estadounidense). Soy una narradora. As¨ª que vuelvo a mis diez a?os, cuando hallaba consuelo a los agotadores deberes de ser ni?a absorta en los maltrechos vol¨²menes de Goethe y Storm propiedad del se?or Starkie. Hablo de una ¨¦poca, 1943, en la que supe que hab¨ªa un campo de miles de soldados prisioneros al norte del Estado, soldados nazis como cre¨ª entonces, y, consciente de que era jud¨ªa (s¨®lo de modo nominal, aunque lo nominal, ya se sabe, bastaba para los nazis), me aquejaba una pesadilla recurrente en la que los soldados, fugados de la prisi¨®n, hab¨ªan conseguido llegar al sur del Estado, al chal¨¦ a las afueras del pueblo donde viv¨ªa con mi madre y hermana, y estaban a punto de asesinarme.
Muchos a?os m¨¢s tarde, los setenta, cuando Hanser Verlag comenz¨® a publicar mis libros y conoc¨ª al distinguido Fritz Arnold (que se hab¨ªa unido a la casa en 1965), mi editor hasta su muerte en febrero de 1999. En una de las primeras veces que nos reunimos, Fritz me dijo que quer¨ªa aclarar -suponiendo, imagino, que era requisito previo a toda amistad que pudiera surgir entre nosotros- lo que hab¨ªa hecho durante la guerra. Le asegur¨¦ que no me deb¨ªa explicaci¨®n alguna, aunque, desde luego, me conmovi¨® que abordara el asunto. He de a?adir que Fritz Arnold no fue el ¨²nico alem¨¢n de su generaci¨®n (hab¨ªa nacido en 1916) que poco despu¨¦s de conocerme insisti¨® en contarme lo que hab¨ªa hecho durante la guerra. Y no todas las historias fueron tan inocentes como la que estaba a punto de escuchar de Fritz. Pues bien, lo que Fritz me relat¨® fue que hab¨ªa estado cursando literatura e historia del arte en la universidad, cuando, al comienzo de la guerra, fue reclutado por la Wehrmacht con el rango de cabo. Su familia, desde luego, estaba a favor de todo menos de los nazis -su padre hab¨ªa sido Karl Arnold, el legendario dibujante pol¨ªtico de Simplicissimus- pero la emigraci¨®n no era viable, as¨ª que acept¨®, con pavor, la llamada al servicio militar, con la esperanza de no morir y de no tener que matar a nadie.
Fritz fue uno de los afortunados. Afortunado de encontrar destino primero en Roma (donde rechaz¨® un ascenso), despu¨¦s en T¨²nez; afortunado de permanecer tras las l¨ªneas y de nunca disparar un arma; y finalmente afortunado, si ¨¦sa es la palabra justa, de caer preso de los estadounidenses en 1943, de ser transportado por barco hasta Norfolk, Virginia, y luego conducido en tren por el continente para pasar el resto de la guerra en un campo de prisioneros en un pueblo... al norte de Arizona.
Luego tuve el placer de relatarle, suspirando de admiraci¨®n, pues ya hab¨ªa comenzado a sentir un profundo cari?o por este hombre, que mientras ¨¦l era prisionero de guerra en el norte de Arizona, yo estaba en el sur del Estado, aterrorizada por los soldados nazis que estaban all¨¢, aqu¨ª, y de los que no hab¨ªa escapatoria.
Y luego Fritz me relat¨® que sus casi tres a?os en prisi¨®n hab¨ªan sido soportables gracias a que se le permiti¨® leer libros: esos a?os transcurrieron leyendo y releyendo a los cl¨¢sicos ingleses y estadounidenses. Yo le dije que la lectura, de libros traducidos y escritos en ingl¨¦s, me hab¨ªa salvado cuando era colegial en Arizona, mientras esperaba crecer y escapar a una realidad m¨¢s amplia.
La disponibilidad de la literatura, de la literatura mundial, permit¨ªa escapar de la prisi¨®n de la vanidad nacional, del filiste¨ªsmo, del provincianismo forzoso, de la inanidad educativa, de los destinos imperfectos y de la mala suerte. La literatura era el pasaporte de entrada a una vida m¨¢s amplia; es decir, a un territorio libre.
La literatura era la libertad. Y sobre todo en una ¨¦poca en que los valores de la lectura y la introspecci¨®n se cuestionan con tenacidad, la literatura es la libertad.
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