Santas y excluidas
En alg¨²n momento de su vida las mujeres han reflexionado sobre la tradici¨®n religiosa a la que culturalmente pertenecen, bien para conocerla mejor y afirmarse en sus creencias, bien para rechazarla. Las que pertenecemos a la corriente cristiana de denominaci¨®n cat¨®lica nos hemos puesto a pensar, desde nuestras conquistas econ¨®micas, sociales y pol¨ªticas, sobre el lugar que ocupamos en esa Iglesia, y nos encontramos con algunos problemas, que se han visto agudizados durante el pontificado de Juan Pablo II.
Con motivo de la beatificaci¨®n de la Madre Teresa de Calcuta, he repasado la biograf¨ªa de las mujeres que han obtenido el grado de beatas o santas (alrededor de sesenta en este periodo). Todas ellas ejemplifican perfectamente el rol que se nos adjudica: ser sensibles a las necesidades de los sectores m¨¢s d¨¦biles de la sociedad y dar respuesta concreta y pr¨¢ctica a los problemas inmediatos all¨ª donde no llegan las instituciones p¨²blicas; ser mujeres orantes, para quienes la dimensi¨®n espiritual constituye la fuente de sus propuestas sociales. Echo de menos, sin embargo, a mujeres que han asumido su compromiso social m¨¢s all¨¢ de lo asistencial y que han empe?ado sus vidas, incluso sufriendo el martirio, en transformar estructuras sociales y pol¨ªticas que son el origen de las desigualdades.
Podemos comprobar, buscando en las genealog¨ªas de nuestras antepasadas cristianas, que tampoco pueblan los altares mujeres que han hecho su propia reflexi¨®n teol¨®gica, poniendo de manifiesto el androcentrismo antropol¨®gico de la teolog¨ªa patriarcal dominante. Muchas de ellas monjas, beguinas o seglares independientes, dedicaron su vida a la b¨²squeda de nuevos caminos de espiritualidad; desde sus experiencias como mujeres, denunciaron la corrupci¨®n del clero y cualquier forma de devoci¨®n meramente externa, a la vez que proclamaban su ilimitado amor por Dios con un lenguaje sensual acompa?ado de representaciones llenas de fantas¨ªa que romp¨ªan las barreras morales de su momento hist¨®rico.
Para ellas, como para muchas de nosotras, el cuerpo de las mujeres es un lugar teol¨®gico desde donde repensamos nuestra fe. Sin embargo, para la instituci¨®n cat¨®lica nuestro cuerpo es el obst¨¢culo para acceder a los ministerios ordenados, ya que ¨¦l no representa a Cristo. La prohibici¨®n se sustenta en dos pilares: a) la mujer no es vir (var¨®n) y, por lo tanto, en funci¨®n de su sexo, no puede representar a Cristo, que fue var¨®n, lo que supone una discriminaci¨®n en funci¨®n del sexo, y b) en una interpretaci¨®n restrictiva de la Tradici¨®n, que reduce el grupo de los seguidores y seguidoras de Jes¨²s al c¨ªrculo de los Doce, sin tener en cuenta, primero, el discipulado igualitario del movimiento de Jes¨²s y, despu¨¦s, la comunidad cristiana a la que se incorporan en igualdad de condiciones hombres y mujeres a trav¨¦s del bautismo, que es un sacramento inclusivo y no excluyente.
Juan Pablo II, en su carta del 22 de mayo de 1994, Ordinatio sacerdotales, afirma: "... declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenaci¨®n sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia". Con esta contundencia se quiere cerrar el debate que, sin embargo, est¨¢ m¨¢s abierto que nunca con las ¨²ltimas ordenaciones de siete mujeres como sacerdotes (29-6-2002) y dos obispas (26-6-2003). ?stas fueron ordenadas en un barco de vapor en el Danubio, entre Passau y Linz (Austria) por obispos cat¨®licos.
La masculinidad de Jes¨²s es usada tambi¨¦n para reforzar una imagen patriarcal de Dios. Si Jes¨²s es hombre, y como tal revelaci¨®n de Dios, entonces hay que deducir que la masculinidad es una caracter¨ªstica esencial del propio ser divino. Por esto, los hombres, gracias a su parecido natural, gozan de la capacidad de identificarse m¨¢s con Cristo que las mujeres, y tienen la capacidad de representarle. Sin embargo, el credo Niceo-constantinopolitano afirma et homo factus est, usando el t¨¦rmino inclusivo homo, no el t¨¦rmino vir que usan tanto el catecismo de la Iglesia cat¨®lica (N? 1.577) como el Derecho Can¨®nico (Can. 1.024).
Nos encontramos as¨ª con una antropolog¨ªa que valora negativamente la sexualidad, ra¨ªz del celibato obligatorio en los sacerdotes y motivo por el que las mujeres son separadas de lo sagrado, al tiempo que la imagen masculina de Dios justifica una concepci¨®n jer¨¢rquico-patriarcal de la iglesia cat¨®lica (kiriarqu¨ªa).
Es as¨ª como las mujeres tenemos vetado el acceso al poder y no podemos participar en las decisiones que en muchas cosas, como la moral sexual, nos afectan directamente. El poder sobre los cuerpos (sea ¨¦ste un trozo de pan, un ni?o/a, una mujer, un salario, un espacio natural) sigue siendo una prerrogativa masculina y el origen de la violencia de g¨¦nero. Por esto, seguir planteando esta vindicaci¨®n de manera te¨®rica y pr¨¢ctica es una forma de quebrar el patriarcado eclesial.
Margarita Pintos de Cea-Naharro es te¨®loga
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