"La humanidad s¨®lo aprende del sufrimiento"
Mi ¨²ltimo escrito de guerra ser¨¢ mi autobiograf¨ªa", dijo en broma hace ya a?os Hans K¨¹ng, uno de los m¨¢s brillantes pensadores sobre Dios y las religiones en el ¨²ltimo medio siglo. Acaba de publicar el primer tomo de sus memorias, pero tiene en cartera a¨²n algunos libros y mucho "esp¨ªritu de lucha". Nacido en Sursee (Suiza) hace 75 a?os y profesor de teolog¨ªa en la Universidad alemana de Tubinga, K¨¹ng marc¨® con sus primeros escritos la agenda reformista del Concilio Vaticano II y deslumbr¨® a Juan XXIII, que lo protegi¨® como el m¨¢s "joven te¨®logo rebelde" del concilio, junto al ahora cardenal Joseph Ratzinger. Tras la muerte del papa Juan en 1963, Roma y K¨¹ng sostuvieron tempestuosos desencuentros de resonancia mundial.
PREGUNTA. La palabra libertad aparece a lo largo de todos sus libros, como si necesitase repetirla para respirar, para avanzar. ?Cu¨¢ndo empez¨® todo?
RESPUESTA. Al alma de un ni?o le pueden afectar y conmover acontecimientos no s¨®lo personales y privados, sino tambi¨¦n pol¨ªticos. Mi ni?ez coincide con la ¨¦poca en que toma el poder Hitler y se ve amenazada nuestra libertad nacional y personal. Eso es lo que marca mis primeros a?os, m¨¢s que cualquier otra cosa. Yo tengo seis a?os el 25 de julio de 1934, el d¨ªa que se difunde una noticia radiof¨®nica que es la primera que ha quedado grabada en mi memoria: el asesinato del canciller austriaco Engelbert Dollfus, v¨ªctima de un golpe nacionalsocialista. De la reacci¨®n de mis padres concluyo que ha ocurrido algo muy peligroso, algo amenazante para la libertad. El segundo choque, el 12 de marzo de 1938, es el d¨ªa en que empiezo a leer peri¨®dicos diariamente. Es cuando entra el ej¨¦rcito alem¨¢n en Austria. La semana antes de cumplir mis diez a?os. Los suizos estamos profundamente inquietos: el amigo vecino no ofrece resistencia. No defiende su libertad. Y el tercer choque: 1 de septiembre de 1939, comienzo de la II guerra mundial y movilizaci¨®n. Me convierto en patriota activo. Con mis once a?os, l¨®gicamente, no formo parte de los 400.000 soldados llamados a filas, entre los que se encuentra el te¨®logo Karl Barth, que ense?a en Basilea, pero ya estoy comprometido con el movimiento juvenil cat¨®lico de orientaci¨®n patri¨®tica Jungwacht (guardia juvenil).
P. De peque?o pens¨® en ser arquitecto o historiador. Se hizo sacerdote. ?Por qu¨¦?
R. Se trat¨® de una llamada de Dios cuando ten¨ªa 12 a?os: no, l¨®gicamente, una llamada desde arriba, de forma sobrenatural o milagrosa, sino transmitida por la voz de un amigo, que se hace presente en una situaci¨®n real, cuando le pregunto por lo que le gustar¨ªa ser y responde que "sacerdote como nuestro presi" [el cura de la parroquia]. La respuesta me pas¨® como un rayo por la cabeza y el coraz¨®n: ?tambi¨¦n para ti ser¨ªa ¨¦sa una gran tarea!, dije. S¨ª. Y as¨ª tom¨¦ mi primera decisi¨®n vital fundamental, que me exigir¨ªa mucho, pero en la que nunca vacilar¨ªa. La llamada se manifest¨® en una urgencia interior, en un ¨ªntimo reconocerse capaz, en la disponibilidad para ese concreto servicio. M¨¢s tarde, en un recreo, el profesor de historia me pregunta qu¨¦ voy a estudiar. A mis compa?eros y compa?eras siempre les dec¨ªa, entre sonrisas y acudiendo a una respuesta simb¨®lica y de doble sentido, que "ingenier¨ªa de profundidad"; al profesor se lo digo a las claras: "Teolog¨ªa". "Bien, bien", me dice, "pero mantente abierto, siempre abierto".
P. Teolog¨ªa significa hablar sobre Dios. Logos sobre theos. ?C¨®mo se cree en Dios? ?C¨®mo discutir la cuesti¨®n entre estudiantes para cura?
R. ?Apasionadas discusiones! Se centraban en un planteamiento b¨¢sico: la clara separaci¨®n entre filosof¨ªa y teolog¨ªa, entre la verdad natural de la raz¨®n y la sobre-natural de la fe, entre naturaleza y gracia. Nosotros, como estudiantes, est¨¢bamos en contra de un "pensamiento por pisos", seg¨²n el cual la gracia de Dios aparece como una superestructura de la naturaleza humana, muy bella, pero, propiamente hablando, no necesaria. En realidad, no ¨¦ramos los ¨²nicos que critic¨¢bamos esa mentalidad de pisos. Lo hacen, sobre todo, la escuela de la Nouvelle th¨¦ologie, los te¨®logos Henri de Lubac y Henri Bouillard, a los que P¨ªo XII hab¨ªa condenado en su enc¨ªclica Humani generis.
P. ?Y las chicas? ?Pens¨® en esa renuncia vital como sacerdote?
R. La llamada sacerdotal siempre me pareci¨® muy superior y, l¨®gicamente, m¨¢s dif¨ªcil. Porque la opci¨®n del sacerdocio lleva consigo, a la vez, la grav¨ªsima opci¨®n del celibato. Y no; no es tan simple la cosa. El enamoramiento no me era desconocido, ya como alumno de instituto; y m¨¢s de una vez. Por supuesto que tengo alguna idea de la incomparable felicidad que Friedrich Schiller describi¨® con aquello de "sigui¨® sonrojado sus pasos y sinti¨® dichoso su saludo". Y, como m¨¢s de uno, tambi¨¦n jugu¨¦ con la esperanza de que tal vez fuera posible conciliar el sacerdocio con una mujer, con ¨¦sta. Tras un par de semanas, pregunto a mi "presi", que tambi¨¦n conoce y estima a la bonita muchacha. Y, en efecto, ?qu¨¦ va a decirme sino "decide t¨² mismo"? Y decid¨ª: distanciarme. Aunque todos los d¨ªas tomaba el mismo tren para Lucerna, me tragu¨¦ mis l¨¢grimas por lo cruel de la cosa y le di un beso, el ¨²nico: de despedida.
P. El celibato, una norma eclesi¨¢stica humana, pero inquebrantable. ?Hasta cu¨¢ndo?
R. Entonces nadie nos dec¨ªa en la Iglesia que el celibato, seg¨²n Jes¨²s y tambi¨¦n Pablo, tenga que ser una vocaci¨®n libremente aceptada (carisma: "s¨®lo quien pueda abrazarlo, que lo abrace"), que no debe ser norma obligatoria para quienes prestan un servicio. Los ap¨®stoles y los primeros obispos fueron, casi sin excepci¨®n, casados. S¨®lo en tiempos del concilio caemos todos en la cuenta de la diferencia entre ley y carisma. Los alumnos del Colegio Germ¨¢nico sol¨ªamos hacer de gu¨ªas en Roma, con nuestras sotanas rojas, a grupos de mujeres y muchachas. Un d¨ªa telefonearon al colegio porque el papa P¨ªo XII "ve¨ªa en peligro nuestra castidad". M¨¢s tarde, por medio de su secretario privado, el Papa hace saber que no quiere que los del Germ¨¢nico gu¨ªen a mujeres. Nos quedamos perplejos. Grandes discusiones. Pero se obedece el deseo del Papa. Yo lo considero del todo incomprensible y planteo la cuesti¨®n a nuestro director de ejercicios, el padre Johannes Hirschmann, de Francfort, un conocido moralista. Me abre los ojos para siempre con una respuesta que desarma a cualquiera: los papas no est¨¢n siempre libres de complejos sexuales: "castidad" puede tambi¨¦n significar "falta de libertad interior".
P. La relaci¨®n de Roma con la mujer sigue siendo aristot¨¦lica, como si la mujer fuera un ser defectuoso. ?Para cu¨¢ndo estar¨¢ en la Iglesia en situaci¨®n de igualdad?
R. En mi libro La mujer en el cristianismo he analizado los diversos paradigmas en los que, con sus luces y sus sombras, tuvo que vivir la mujer en el transcurso de la historia de la Iglesia. Estoy convencido de que el Papa y la curia perder¨¢n su lucha contra la revalorizaci¨®n de la mujer, igual que perdieron la que libraron contra la libertad religiosa y los derechos humanos en general. Este Papa ya ha causado enormes da?os a las mujeres de la Iglesia con sus declaraciones rigoristas sobre control de la natalidad, aborto, homosexualidad y su afirmaci¨®n de que la ordenaci¨®n de la mujer es contraria a la voluntad de Dios, en cuyo apoyo no ha aportado prueba alguna.
P. Cuando el Papa corrigi¨® en 1999 las ideas tradicionales sobre el M¨¢s All¨¢, afirmando que ni el cielo ni el infierno son un lugar f¨ªsico, sino algo as¨ª como estados de ¨¢nimo, se comprob¨® que eso, casi con las mismas palabras, lo hab¨ªa escrito usted en Ser cristiano, de 1975. ?Qu¨¦ pens¨®?
R. Que una y otra vez, en Roma, se acaba aprendiendo y tomando ideas de autores a los que no se cita, pero que se utilizan generosamente. Cuando Juan Pablo II presenta en la Academia Papal de las Ciencias Sociales un discurso sobre una ¨¦tica com¨²n de la humanidad, ?el autor del Proyecto de una ¨¦tica mundial tiene que sentirse satisfecho!
P. ?se es ahora su trabajo m¨¢s querido: reivindicar una ¨¦tica mundial junto con la ONU. ?C¨®mo alcanzar ese objetivo?
R. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, acudir¨¢ el 12 de diciembre a Tubinga, a invitaci¨®n de nuestra fundaci¨®n, ?tica Mundial, para pronunciar un discurso en el tercer encuentro sobre ¨¦tica mundial. Hablar¨¢ sobre el tema de si todav¨ªa tenemos valores compartidos. Por desgracia, la humanidad s¨®lo aprende del sufrimiento. Pero precisamente la guerra en Irak ha mostrado a muchos, tanto en Estados Unidos como en Espa?a, los da?os que causa el que los pol¨ªticos mientan y azucen a pueblos enteros a una guerra. En vez de una pol¨ªtica de entendimiento, cooperaci¨®n y reconciliaci¨®n vuelve a dominar la pol¨ªtica de confrontaci¨®n militar, de agresi¨®n y de venganza. Dos cosas son necesarias: los hombres tienen que volver a ser conscientes de las normas elementales de la ¨¦tica (principio de humanidad, la regla de oro; respeto profundo a la vida; justicia, veracidad y cooperaci¨®n) y tienen que manifestar su oposici¨®n, m¨¢s de lo que lo han hecho hasta ahora, a los poderosos de la pol¨ªtica, la econom¨ªa y los medios de comunicaci¨®n que conculcan esos principios. Hay que practicar la regla de oro de la reciprocidad: "No hagas a los dem¨¢s lo que no quieras que te hagan a ti".
P. "Por tener raz¨®n, ten¨¦is que ser destruidos". Es una frase del drama de Fritz Hochw?lder sobre los jesuitas en Paraguay. Usted interpret¨® una vez el papel del encargado de imponer obediencia al Rey. Le reprenden por c¨®mo dice la frase. "Es el tooono, es el tooono". ?Ese hablar de t¨² a t¨² es lo que m¨¢s molesta a Roma?
R. Tengo cada vez m¨¢s claro que quiero ejercer una teolog¨ªa para las personas que ans¨ªan un alimento s¨®lido y no para una jerarqu¨ªa que s¨®lo elige las golosinas y encuentra inc¨®moda mi teolog¨ªa porque les exigir¨ªa una transformaci¨®n. La teolog¨ªa tambi¨¦n debe escribirse con buen estilo; me enorgullece que por ese motivo se me eligiera miembro del Pen Club alem¨¢n y estadounidense. En los pa¨ªses rom¨¢nicos es habitual que el pensamiento profundo y la claridad de la expresi¨®n y la elegancia del estilo no tengan por qu¨¦ ser mutuamente excluyentes. El que por ese motivo mis libros tuvieran un ¨¦xito extraordinario sin duda caus¨® irritaci¨®n en Roma, aparte de suscitar sentimientos de envidia entre algunos colegas.
P. "Lo que m¨¢s desear¨ªa es que mi compa?ero de edad y camino Joseph Ratzinger, que escogi¨® otro camino, al mirar hacia atr¨¢s (y lo digo sin la menor sombra de iron¨ªa), pudiera ser tan feliz como yo", escribe sobre el cardenal del ex Santo Oficio. ?Ser¨¢ as¨ª?
R. Joseph Ratzinger est¨¢ m¨¢s influido que yo por san Agust¨ªn, sobre todo por el Agust¨ªn tard¨ªo y su pesimismo respecto a la ciudad de los hombres. El mundo mira sombr¨ªamente a Ratzinger porque tambi¨¦n ¨¦l mira al mundo de forma muy sombr¨ªa. En el ejercicio de su cargo, el Gran Inquisidor recibe diariamente correo con malas noticias de todo el mundo: denuncias, demandas, calumnias de todo tipo..., esas cosas sobre las que decide la Inquisici¨®n. Eso echa a perder el est¨®mago y el humor. No cambiar¨ªa mi puesto por el de Ratzinger. Jam¨¢s podr¨ªa ser feliz en un cargo semejante.
P. Salvo excepciones, los grandes te¨®logos son personas perseguidas o marginadas. ?Para repensar a Dios hay que sufrir?
R. Por lo general suelen conservarse los nombres de los te¨®logos perseguidos m¨¢s que los de sus perseguidores. Todos los nombres de los cardenales y monse?ores que dirigieron a comienzos del siglo XX, bajo P¨ªo X, la campa?a antimodernista han ca¨ªdo en el olvido. ?Qui¨¦n se acuerda del cardenal espa?ol Merry del Val, secretario de Estado y palad¨ªn de la campa?a antimodernista, que pol¨ªticamente fue un fracasado? Tambi¨¦n ha sido casi olvidado Ottaviani, Gran Inquisidor durante el Concilio Vaticano II. Lo mismo ocurrir¨¢ con sus sucesores. Quien no construye torres, sino que se dedica a impedir que las construyan otros, se condena a s¨ª mismo al olvido. Joseph Ratzinger lamenta no poder mostrar una gran obra teol¨®gica. Pero eso no ha sido cosa del destino, sino su decisi¨®n m¨¢s propia y genuina: quer¨ªa hacer carrera dentro de la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica. Era previsible que al final se haya quedado, cient¨ªficamente, con las manos bastante vac¨ªas.
P. Hablando del castigo a Teilhard de Chardin y a Yves Congar, admira que nunca pensaran en irse de la Iglesia. ?Lo pens¨® usted?
R. No, nunca he sentido la tentaci¨®n de abandonar la Iglesia. Es la comunidad de los creyentes en cuyo seno me encuentro y en la que encuentro mucho apoyo y alegr¨ªa. El hecho de que tenga problemas con sus administradores me causa molestias con frecuencia, pero nada puede expulsarme de mi patria espiritual natal. ?Usted tampoco abandon¨® Espa?a por culpa de Franco, no?
P. Morris West ten¨ªa raz¨®n: su existencia es de novela. Debi¨® acceder a que el autor de Las sandalias del pescador escribiera sobre usted, como le pidi¨®.
R. Muchas de las reacciones a mis memorias me han mostrado que algunos las leen como una novela. Pero no fue preciso inventar nada. S¨®lo tuve que relatar de forma realista la apasionante historia de mi vida. No ten¨ªa inter¨¦s alguno en una existencia de novela, en la que hay que estar distinguiendo siempre entre verdad y literatura, y no pod¨ªa permitir a Morris West asomarse a un mont¨®n de documentos que s¨®lo por la cantidad resultan inabarcables. Tambi¨¦n soy lo contrario a un Umberto Eco, que, como "fil¨®sofo de la obnubilaci¨®n", propone a su h¨¦roe Baudolino el consejo episcopal: "Si quieres ser hombre de escritura, tienes que mentir e inventar historias; si no, tu historia ser¨¢ aburrida". Sigue siendo la vida misma la que escribe las historias, porque son verdaderas.
BIBLIOGRAF?A
La iglesia cat¨®lica. Mondadori.
La mujer en el cristianismo. Trotta.
?Por qu¨¦ una
¨¦tica mundial? Religi¨®n y ¨¦tica en tiempos de globalizaci¨®n. Herder.
?Vida eterna? Trotta.
Morir con dignidad. Trotta.
El juda¨ªsmo: pasado, presente y futuro. Trotta.
Teolog¨ªa para la posmodernidad. Alianza.
Ser cristiano. Trotta.
El cristianismo, esencia e historia. Trotta.
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