Coraz¨®n 'part¨ªo' (con perd¨®n)
Un caballero de coraz¨®n desbocado me hace saber que durante un d¨ªa y una noche va a tener que llevar un aparato pegado al cuerpo que registrar¨¢ su funcionamiento card¨ªaco: todos los impulsos de su coraz¨®n quedar¨¢n grabados en el aparato, que se llama holter. Si ve pasar a una chica guapa por la calle, si le pegan un susto, si le dan una alegr¨ªa, si el taxista le grita por pagar con uno de 50, si se topa con Ferran Adri¨¤, si tiene un orgasmo, si ve Poltergeist o si le atropellan, el monitor registrar¨¢ sus palpitaciones (o la ausencia de ellas en caso de defunci¨®n s¨²bita). Claro que, mientras lleve el holter, tiene que procurar hacer vida normal (y toparse con Ferran Adri¨¤ no es normal). Tiene que conseguir que hoy sea un d¨ªa tipo. El d¨ªa molde de su vida. Es lo que le han dicho los doctores. Su coraz¨®n tiene que exponerse a un d¨ªa lo m¨¢s cotidiano posible. Pero ?qu¨¦ es exactamente lo cotidiano? Me dice que le apetecer¨ªa ir al cine, aunque no puede, porque el cine para ¨¦l no es cotidiano. Y luego, est¨¢n los imponderables. Hoy puede haber un terremoto, su mujer puede confesarle que se la pega o -peor a¨²n- Bruce Springsteen puede sacar un nuevo disco por sorpresa. De manera que decido ser la cronista de este d¨ªa tan extraordinario.
El caballero de coraz¨®n desbocado tiene que anotar durante un d¨ªa si se siente deca¨ªdo o acelerado, si nota palpitaciones, lo que sea...
A las 8.30, el caballero, su mujer y yo estamos en la cl¨ªnica del Sagrado Coraz¨®n (nombre de lo m¨¢s apropiado). La enfermera nos hace pasar a la consulta y el caballero se quita el jersey. "Quiero que la cr¨®nica d¨¦ mucha pena", me advierte mientras se sienta en la camilla. La enfermera ya abre el caj¨®n y extrae una bolsa de maquinillas de afeitar desechables. Le rasura el pecho y le pega los electrodos con una pasta azul. Luego le enfunda el t¨®rax en una redecilla de est¨¦tica Locom¨ªa. Los cables van conectados al aparato, que el caballero llevar¨¢ en una ri?onera. "El se?or ?puede practicar el sexo?", le pregunto a la sanitaria (que es una manera fina de preguntarle si podr¨¢ echar un coito). Ella se r¨ªe. "Mientras no sude, s¨ª, por si se le despegan los electrodos". Luego, le da una hoja para apuntar las incidencias del d¨ªa. "Si se siente deca¨ªdo, acelerado o cansado, si nota palpitaciones, si le ocurre algo que le altere, lo que sea... debe escribirlo", le explica, "sin olvidar apuntar la hora que era. Pulse el bot¨®n del holter y la hora quedar¨¢ registrada". El caballero observa el papel, ofendido: "Con una sola hoja no tengo ni para empezar", se queja. "Supongo que, por poco que haga, van a sucederme muchas m¨¢s incidencias que cinco". Y tiene raz¨®n. Cuando Hamlet se despert¨® el d¨ªa en que empieza su obra, seguro que cre¨ªa que esa jornada iba a tener las mismas incidencias cualquier otra. Si le hubiesen puesto un holter (y no s¨¦ c¨®mo no se le ha ocurrido todav¨ªa a Calixto Bieito), tendr¨ªa que haber anotado: "Doce del mediod¨ªa: el t¨ªo acaba de asesinar a pap¨¢. Quiere cepillarse a mam¨¢". En cambio, el Dalai Lama es de los pocos que dejar¨ªan la hoja en blanco. Aunque, nunca se sabe. A lo mejor anotar¨ªa: "Cinco en punto de la ma?ana: acaba de sonar el gong".
Al salir de la consulta con el holter puesto, el caballero se siente trascendente. "Creo que voy a empezar a apreciar las peque?as cosas cotidianas", me dice (se refiere a lo de valorar un atardecer o la sonrisa de un perro). Se para un momento delante de una fotograf¨ªa que adorna una pared de la sala de espera y la observa con ojos nuevos. Es el Guggenheim de Bilbao, con ese perro gigante repleto de flores. "Estoy tratando de sentir emoci¨®n art¨ªstica", me anuncia. Y apunta: "9.10 horas. Miro el perro del Guggenheim y me parece repulsivo". Su mujer murmura: "Qu¨¦ tarde es. En Previasa no te hacen esperar tanto". "?Doy l¨¢stima?", le pregunta ¨¦l. Y se levanta el jersey y abre la chaqueta, como un exhibicionista, para ense?ar los electrodos. "Tengo que decirte algo", le responde la mujer, "y querr¨ªa que tuvieras el holter puesto, porque no te va a gustar". Hay un momento de p¨¢nico hasta que ella a?ade: "Me tienes que acompa?ar al BBV".
Una vez en la calle, la se?ora se va al trabajo, el caballero se monta en mi ciclomotor ("voy de paquete en una moto", anota) y le llevo a su casa, donde se echa una siesta en el sof¨¢ ("me echo una siesta en el sof¨¢", anota). Le contemplo. Puede que ustedes crean que quien firma estas l¨ªneas es una persona muy confiada yendo a las casas de los caballeros a contemplar c¨®mo duermen. Puede que piensen que, cualquier d¨ªa, haciendo una cr¨®nica de ¨¦stas, tan creativas, tendremos un susto (mi jefe lo piensa). Pero no se preocupen. Lo tengo todo previsto. Si el se?or me quiere asesinar, seguro que lo anota en la hoja de incidencias. Es muy met¨®dico.
Al despertar, el caballero propone darles un tute extra a sus palpitaciones. Vamos a un sex shop y pregunta por la pel¨ªcula Mala donna (se ve que le pone). Despu¨¦s, comemos Filipinos y Conguitos (el chocolate le provoca arritmias). Al final de la tarde, bebemos gin-tonics en un bar que se llama Liverpool, donde ponen v¨ªdeos de Shakira. ("Contemplo a Shakira", escribe).
Cuando nos despedimos, el caballero tapa el monitor del holter como si fuera un micr¨®fono y me dice: "Ha sido un placer pasar el d¨ªa con usted", mientras se lleva la mano al electrodo izquierdo.
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