Nota al pie
JORGE MANRIQUE, o tradici¨®n y originalidad -todav¨ªa la mejor lectura del poeta-, se escribi¨® de una sentada, en pocas semanas, en el oto?o de 1945. Los libros de consulta que Salinas echaba en falta al redactarlo en Puerto Rico los vio un a?o despu¨¦s al revisarlo en Baltimore: ¨¦sos y todos los otros libros deseables, porque todos estaban en los opulentos anaqueles de la Johns Hopkins University, y si alguno no estaba bastaba pedirlo a Washington. De modo que en marzo de 1947 don Pedro enviaba a Sudamericana el original pulido, para engrosar la espl¨¦ndida cosecha de prosa que a pocos meses de distancia form¨® con El defensor y el Rub¨¦n Dar¨ªo.
Por los mismos d¨ªas, a principios de 1947, comenzaba Jos¨¦ Manuel Blecua el carteo con Ram¨®n J. Sender felizmente editado ahora por Jos¨¦-Carlos Mainer. El leitmotiv de la correspondencia, por otro lado llena de noticias de inter¨¦s, son las llamadas de auxilio que Blecua dirige a su paisano, ya bien asentado en Estados Unidos, para colmar las carencias, bibliogr¨¢ficas y no bibliogr¨¢ficas, de la Zaragoza de entonces: el Garcilaso de Keniston, el l¨¦xico medieval de Boggs, pilas para el Sonotone... y, sobre todo, la so?ada colecci¨®n de la Hispanic Review, para Salinas tan a mano en los open stacks de Hopkins.
Las hambres surtidas de la posguerra ten¨ªan no obstante una compensaci¨®n: un libro perseguido durante a?os o un art¨ªculo extractado en una biblioteca lejana iba a pertenecerle a uno para siempre. Leer era poseer.
Hoy todo es accesible, omnipresente, pero tambi¨¦n fugaz y de prestado. Todos los grandes libros est¨¢n en Internet. La fotocopia o la imagen escaneada de la publicaci¨®n m¨¢s rec¨®ndita puede conseguirse en minutos a trav¨¦s de un amigo o de la British Library. No es necesario ganarse el texto, asimilarlo: ?para qu¨¦, si a uno le consta que lo tiene disponible en cualquier momento?
Nunca ha sonado tan actual el comentario socr¨¢tico sobre la invenci¨®n de la escritura: las letras "producir¨¢n olvido en quienes las aprendan", porque "fi¨¢ndose de lo escrito" no llegar¨¢n al conocimiento "por s¨ª mismos". Es cierto: cada d¨ªa se cuenta con m¨¢s informaci¨®n y cada d¨ªa se sabe menos (o m¨¢s de menos). Pero sin una buena medida de saber a la antigua no pueden hacerse libros tan hermosos y permanentes como el Manrique de Salinas o la Floresta de Blecua.
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