La dama oscura del ADN
Brenda Maddox presenta su biograf¨ªa de la cient¨ªfica Rosalind Franklin en un acto de Aula EL PA?S y la Fundaci¨®n Esteve
Muchas mujeres cient¨ªficas se han sentido identificadas con la historia de una investigadora que hizo una contribuci¨®n esencial al descubrimiento m¨¢s importante del siglo XX, la estructura en doble h¨¦lice del ADN, y fue ignorada e incluso menospreciada por quienes, sin mencionar su contribuci¨®n, recibieron el Premio Nobel de Medicina en 1962 por este hallazgo. Esa investigadora era Rosalind Franklin. Cuando James Watson, Francis Crack y Maurice Wilkins recibieron el Nobel, hac¨ªa cuatro a?os que ella hab¨ªa muerto de un c¨¢ncer de ovario. Ten¨ªa 37 a?os y estaba en la plenitud de su carrera.
"Su biograf¨ªa, sin embargo, no es el relato de un fracaso, sino todo lo contrario: pese a que era muy joven cuando muri¨®, hab¨ªa publicado m¨¢s que muchos otros cient¨ªficos en una vida mucho m¨¢s larga". As¨ª la retrat¨® la escritora brit¨¢nica Brenda Maddox, autora de las biograf¨ªas de Nora Joyce, D. H. Lawrence y W. B. Yeats, que acaba de editar Rosalind Franklin: la dama oscura del ADN. Sobre ella dio el pasado viernes una conferencia en el Aula EL PA?S. Con este acto, organizado conjuntamente por EL PA?S y la Fundaci¨®n Doctor Antonio Esteve, concluyeron los debates sobre Mujer y ciencia celebrados con motivo de la Semana de la Ciencia.
En el King's College las mujeres no pod¨ªan acceder a la sala principal de profesores
La biograf¨ªa de la que es autora Brenda Maddox, hecha, como la buena terap¨¦utica, "con conocimiento y compasi¨®n", seg¨²n subray¨® Sergi Erill, director de la Fundaci¨®n Esteve, es una historia de vida que incluye no s¨®lo a la Rosalind Franklin de la pasi¨®n y el rigor cient¨ªfico, sino tambi¨¦n a la mujer que lat¨ªa detr¨¢s de aquella cient¨ªfica hura?a para unos, entra?able para otros, que obtuvo la primera y m¨¢s n¨ªtida imagen del santuario biol¨®gico donde se conserva la vida, el ADN. Gracias a ella Crick y Watson, en ese momento encallados, pudieron observar que la forma del ADN no era como ellos pensaban y establecer las conexiones necesarias para determinar su estructura.
Franklin muri¨® sin ser consciente del agravio que hab¨ªa sufrido, pero fue precisamente uno de los responsables de ese agravio, el estadounidense James Watson, quien la rescat¨® del olvido muy a su pesar. En su famosa autobiograf¨ªa La doble h¨¦lice, publicada en 1968, Watson se refiri¨® a Rosalind con comentarios tan despectivos que provocaron la reacci¨®n airada de quienes la conoc¨ªan, la curiosidad de la comunidad cient¨ªfica -especialmente la femenina- y, a la postre, la magn¨ªfica biograf¨ªa con la que Brenda Maddox la ha rescatado para la historia de la ciencia.
En su libro, Watson se refiere a Franklin como "Rosy" y la define como una mera ayudante de Wilkins que "pod¨ªa haber sido bonita de haberse quitado las gafas y haber hecho algo con su cabello". Tras otros desafortunados comentarios, la despide con esta frase: "No pod¨ªa evitarse pensar que el mejor hogar para una feminista estaba en el laboratorio de otra persona".
?Por qu¨¦ tuvo necesidad Watson, todo un premio Nobel, de minimizar hasta ese extremo la figura de Franklin, ya muerta y cuya contribuci¨®n al estudio de los virus y otras investigaciones la hab¨ªa ya colocado, al margen del ADN, en la ¨¦lite cient¨ªfica? ?Acaso era porque ¨¦l s¨ª sab¨ªa, como ahora ha demostrado Maddox, que la imagen obtenida por Franklin fue decisiva en la carrera para desentra?ar el misterio m¨¢s preciado de la biolog¨ªa y que la hab¨ªa observado a escondidas, sin el consentimiento de ella?
Una amiga de Rosalind reaccion¨® al libro de Watson con una fogosa r¨¦plica, titulada Rosalind Franklin y el ADN, en la que la investigadora aparec¨ªa como "un genio cuyos dones hab¨ªan sido sacrificados a la gloria del hombre". Hab¨ªa nacido, en palabras de Maddox, "el mito Franklin; un mito que no decae, un icono feminista". "Pero la verdad es algo m¨¢s compleja", seg¨²n la bi¨®grafa.
Rosalind no era, ciertamente, una mujer f¨¢cil. Radicalmente independiente y "alarmantemente inteligente", hab¨ªa nacido en una familia jud¨ªa de origen askenazi que, a pesar de haber modificado su apellido, nunca lleg¨® a sentirse plenamente inglesa. De posici¨®n econ¨®mica holgada, pudo estudiar en los mejores colegios de Londres y, pese a que en aquel tiempo las mujeres no pod¨ªan obtener una licenciatura, estudi¨® en la Universidad de Cambridge y lleg¨® a doctorarse retroactivamente en f¨ªsica y qu¨ªmica por sus m¨¦ritos cient¨ªficos.
Los primeros cuatro a?os como investigadora transcurrieron en Par¨ªs, en el laboratorio estatal, un tanto bohemio, que dirig¨ªa Jacques Mering. Era una mujer feliz que participaba en las tertulias pol¨ªticas de los caf¨¦s y a menudo se escapaba a los Alpes para practicar el monta?ismo. Maddox cree que no era ajeno a esa felicidad el ambiente parisiense, libre y cosmopolita, y el hecho de que la mayor parte de sus colegas fueran jud¨ªos. Todo cambi¨®, sin embargo, a su vuelta a Londres, una ciudad oscura y l¨®brega sumida en el racionamiento de la posguerra, donde la reclamaba su familia. Corr¨ªa 1951, ella ten¨ªa 30 a?os y le hab¨ªan ofrecido trabajar en la unidad de biof¨ªsica, un h¨ªbrido cient¨ªfico muy novedoso, del King's College. S¨®lo estuvo dos a?os, los centrales de su carrera cient¨ªfica, pero tambi¨¦n los peores de su vida.
El ambiente era muy distinto del que hab¨ªa vivido en Par¨ªs. Aqu¨ª, la competencia por el ¨¦xito era despiadada y, aunque hab¨ªa muchas mujeres investigadoras, no pod¨ªan entrar en la sala principal de profesores. Una mujer joven, jud¨ªa, celosamente independiente y con gustos afrancesados aterrizaba en una rancia instituci¨®n donde, seg¨²n Maddox, "la ciencia siempre hab¨ªa respirado un aire eclesi¨¢stico". Se sinti¨® extra?a, excluida, y ello la llev¨® a cerrarse en un caparaz¨®n de reserva y desconfianza. Los hechos demostrar¨ªan que no era infundada.
En el King's se encontraba un investigador, Maurice Wilkins, que llevaba muchos a?os trabajando en ADN pero, seg¨²n Maddox, era poco perspicaz y no progresaba. Rosalind era la mejor experta en obtener im¨¢genes por rayos X y el jefe del laboratorio, John Randall, pens¨® que pod¨ªa hacer progresar la investigaci¨®n. Wilkins cre¨ªa que s¨®lo iba a ser su ayudante. Chocaron inmediatamente. Rosalind era una mujer meticulosa y orgullosa de su talento. Wilkins consideraba que se inmiscu¨ªa en un campo que era suyo y despotricaba contra ella ante su amigo Crick, que trabajaba en Cambridge con Watson, un joven y ambicioso investigador de Chicago que trataba de descifrar, por otra v¨ªa, la estructura del ADN.
Finalmente, Randall impuso una soluci¨®n salom¨®nica: ¨¦l trabajar¨ªa en la forma A del ADN y ella en la B. Fue entonces cuando Rosalind obtuvo una radiograf¨ªa asombrosamente n¨ªtida en la que pod¨ªa verse perfectamente una estructura en forma de equis. Rosalind y su ayudante se emocionaron al ver la forma tan ansiada de esa mol¨¦cula. Pero no quiso compartir su descubrimiento con Wilkins. La hab¨ªa despreciado demasiado. "?C¨®mo osas t¨² interpretar mis datos?", le hab¨ªa dicho al llegar al King's.
"Es el tipo de malentendidos que las personas podr¨ªan resolver en un bar con una copa. Pero eran demasiado opuestos. Ella era r¨¢pida, combativa. ?l, muy t¨ªmido, de esas personas que miran a otro lado al hablar", explica Maddox. Rosalind era muy muy cauta y quer¨ªa m¨¢s evidencias. Quiz¨¢ no era muy consciente del camino que hab¨ªa abierto y, adem¨¢s, ya estaba negociando irse de King's. No soportaba aquella atm¨®sfera. No contaba con que Wilkins pod¨ªa observar la imagen que ella hab¨ªa obtenido, ser¨ªa indiscreto con Watson, ¨¦ste viajar¨ªa a Londres para verla y a partir de ella desarrollar¨ªa la nueva idea. En marzo de 1953 Watson y Crick trabajaban febrilmente cuando recibieron una carta de Wilkins: "Nuestra oscura dama nos deja la semana que viene". No hac¨ªa falta mencionar el nombre. El camino quedaba despejado. Watson acababa de dar otro salto decisivo, la observaci¨®n de que las dos cadenas de ADN estaban entrelazadas por pares de bases que siempre se daban en la misma combinaci¨®n. Poco despu¨¦s envi¨® a la revista Nature el trabajo que lo acredita como el descubridor de la estructura del ADN.
En ese momento Rosalind estaba ya en el Birbeck College, donde form¨® un equipo cuyos miembros, seg¨²n Maddox, la adoraban. Simplemente era feliz. Trabaj¨® en ADN e hizo importantes avances en virolog¨ªa. No estaba resentida. Ni siquiera era consciente de lo que le hab¨ªa ocurrido. Cinco a?os despu¨¦s un c¨¢ncer de ovarios trunc¨® su vida y su carrera, pero Maddox est¨¢ segura de que "muri¨® orgullosa de su reputaci¨®n".
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