Yasujiro Ozu, un genial poeta del tiempo
Visto desde otras latitudes m¨¢s acostumbradas que la nuestra a paladear lo que el cine tiene de sublime, de arte supremo identificador de este tiempo, parecer¨¢ un disparate hacer a estas alturas algo que se parezca a una presentaci¨®n de Yasujiro Ozu, eminente cineasta que, junto a Kenji Mizoguchi y Akira Kurosawa, compone el tri¨¢ngulo de los forjadores del cine cl¨¢sico de Jap¨®n; y que siempre aporta alguna pel¨ªcula, que suele ser su genial melodrama Cuentos de Tokio, a los recuentos de cr¨ªticos e historiadores de las diez mejores de la historia del cine. Y es el caso que hoy, medio siglo despu¨¦s de hecha, alcanza Cuentos de Tokio las pantallas espa?olas abiertas; al igual que Buenos d¨ªas, comedia o drama ligero que, como la anterior, s¨®lo han podido ver en Espa?a un pu?ado de insomnes adictos a programaciones televisivas de madrugada o peregrinos de las filmotecas.
Salta Ozu, desde la angostura del mundo de paredes adentro, a la representaci¨®n del mundo en s¨ª
Vivi¨® Yasujiro Ozu sesenta a?os, entre 1903 (se cumple ahora su centenario) y 1963, y dirigi¨®, y en gran parte escribi¨®, alrededor de medio centenar de filmes, algunos -sobre todo los de su etapa de madurez, en los a?os cincuenta, a la que pertenecen los que hoy se estrenan en un cine de Madrid y otro de Barcelona- exquisitos y de talla excepcional, obras maestras que constituyen un cap¨ªtulo esencial del esplendor del cine y que son una de las aportaciones individuales m¨¢s ricas a la creaci¨®n y evoluci¨®n de un lenguaje cinematogr¨¢fico moderno, pues de ella se alimentan incontables cineastas de talento -Michelangelo Antonioni, Wim Wenders, V¨ªctor Erice, Paul Schrader reconocen abiertamente su deuda- coet¨¢neos y posteriores a ¨¦l.
Naci¨® y muri¨® Ozu en Tokio, y su vida diaria, llena de las rutinas y los ritos ¨ªntimos de los hombres urbanos solitarios y escondidos, le permiti¨® construir detr¨¢s de sus ojos un prodigioso -dotado con lentes y dones de microscopio- observatorio de los rincones desveladores del subsuelo de la sociedad que le cercaba. Desde ¨¦l, adentr¨® Ozu su calmosa y honda mirada en los recovecos mentales interiores y en la moral subterr¨¢nea de la vida cotidiana en el seno de la familia japonesa de la posguerra mundial, un grupo humano herido, en mutaci¨®n, al borde del derrumbe silencioso, de la lenta disoluci¨®n de las seculares configuraciones y jerarqu¨ªas creadas por una forma de vida que pierde poco a poco, inexorablemente, contacto con el suelo que pisa.
Bastar¨ªa, para hacer a su obra imperecedera, el retrato que Ozu hace de su tiempo. Pero su ingenio no se agota en la precisi¨®n y agudeza de su testimonio social e hist¨®rico y va m¨¢s all¨¢ de ¨¦l: atraviesa su tiempo y entra en la haza?a -que s¨®lo algunos, muy pocos, cineastas elegidos han emprendido- de la representaci¨®n del tiempo en cuanto tal, el enigma de su sustancia, que sigue siendo la m¨¦dula de toda conquista de lo sublime. Salta as¨ª Ozu, desde la angostura del mundo de paredes adentro, de los silenciosos y luminosos rincones de la supervivencia de la peque?a burgues¨ªa japonesa, a la representaci¨®n del mundo en s¨ª. La familia, desde el observatorio de Ozu, es una compresi¨®n del mundo, una microficci¨®n de lo humano considerado como totalidad. Y eso, nada menos que eso, es Cuentos de
Tokio, una de las obras mayores del cine, un filme de incalculable gravedad no f¨¢cil de ver, pero esencial, indispensable, cuando se atraviesa su primera visi¨®n y se contempla con los ojos cerrados su apasionante subsuelo.
Procede Cuentos de Tokio de 1953 y tiene algo de mostraci¨®n de la condici¨®n trascendental -que va m¨¢s all¨¢, que trasciende lo que deja ver y abre accesos al enigma de la existencia- del estilo de Yasujiro Ozu. El reparto de este portentoso filme, con armaz¨®n formal circular, una pura tragedia envuelta en melodrama, est¨¢ vertebrado alrededor del actor-t¨®tem de Ozu, Chishu Ryu, que desde 1936 forma parte de casi todos sus repartos. Y su gui¨®n -una construcci¨®n perfecta- es fruto de la sorprendente, casi telep¨¢tica, fusi¨®n de las ideas y m¨¦todos de escritura cinematogr¨¢fica lograda por Ozu y el escritor de sus obras de madurez, Kogo Noda. Dicen Donald Richtie y Paul Schrader que ambos, primero en grandes paseos errantes y luego en un encierro absoluto, que duraba meses y meses, tej¨ªan mentalmente el gui¨®n sin dejar un hilo suelto, imagen tras imagen, movimiento tras movimiento, r¨¦plica tras r¨¦plica; y cuando todo el armaz¨®n estaba construido y pulido, Noda lo escrib¨ªa de corrido mientras Ozu preparaba el rodaje y lo filmaba despu¨¦s casi mec¨¢nicamente, sin salirse ni una coma del manuscrito.
Procede Buenos d¨ªas del a?o 1959 y es la segunda pel¨ªcula en color de Ozu. Es esta extra?a tardanza en asumir los saltos t¨¦cnicos de la industria otro rasgo de la persistencia del cineasta -que no asumi¨® el sonoro hasta 1936, cuatro a?os despu¨¦s de adoptado en Jap¨®n; y no abandon¨® el blanco y negro hasta 1958, a?os despu¨¦s de su generalizaci¨®n- en llevar hasta el extremo las conquistas de su estilo y perfeccionarlas con terquedad pr¨®xima a la obsesi¨®n. Y de ah¨ª que nada se parezca a un filme de Ozu, salvo otro suyo. Las escenas y tiempos de uno y otro obedecen a una misma f¨¦rrea idea de la secuencia y los encuadres -que domestican la tentaci¨®n de ¨¦nfasis situando sistem¨¢ticamente la c¨¢mara a sesenta o setenta cent¨ªmetros del suelo, a la altura de los ojos de un personaje sentado, lo que hace naturales, no enf¨¢ticos, los desv¨ªos de angulaci¨®n hacia arriba, a un personaje de pie- son siempre id¨¦nticos en su severa austeridad. Hay en el cine de Ozu esmero exquisito de las formas, pero no hay sensaci¨®n de ca¨ªda en el formalismo en la composici¨®n de la secuencia, que fluye en un tan preciso y ¨¢gil continuo, que hay que hacer un esfuerzo de concentraci¨®n para percibir los saltos de toma a toma. As¨ª, el montaje no se ve, es transl¨²cido, y el filme discurre como si fuera una ¨²nica toma, un largo plano-secuencia.
?stas y otras pronunciadas singularidades del estilo de Ozu dan alma y misterio, y traen apasionante verdad, conocimiento y complejidad, adem¨¢s de su desconcertante perfecci¨®n, al estilo de este poeta -de mirada dolorida y resignada, pero generosa con las gentes que mira- de la caducidad de las cosas; del declive de nobles formas de amor, amistad y de existencia. Cristalizaciones del esp¨ªritu que son atrapadas por la c¨¢mara de Ozu en su suave movimiento de disoluci¨®n, en la rampa de su acabamiento, en la fugacidad imperceptible del suceso de vivir.
Babelia
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