El fin de la gran simbiosis
El 'matrimonio' entre Eduardo Zaplana y Rafael Blasco se trunca tras ocho fecundos a?os
Una sola y escueta frase ("el presidente de la Generalitat debe presidir el PP") del consejero de Territorio, Rafael Blasco, ha supuesto el fin del matrimonio p¨²blico m¨¢s fecundo que ha dado la pol¨ªtica valenciana en los ¨²ltimos a?os. Esta declaraci¨®n, que no pon¨ªa en tela de juicio la trayectoria de Eduardo Zaplana y que era una obviedad hace unos meses, en cambio ha tenido el efecto de un torpedo en la l¨ªnea de flotaci¨®n del ministro de Trabajo, que desde que dej¨® la presidencia de la Generalitat est¨¢ tratando de retener a toda costa el poder que le confer¨ªa el cargo de jefe del Consell, supeditando la m¨¢xima instituci¨®n de los valencianos, ahora gobernada por el tambi¨¦n popular Francisco Camps, a la estructura org¨¢nica del PP que ¨¦l a¨²n preside.
Camps pidi¨® a Blasco que siguiera en el Consell sin que Zaplana intermediase
Blasco, con el destino pol¨ªtico unido a Zaplana desde 1995, hac¨ªa visible as¨ª su posici¨®n ante un conflicto larvado, pero ya incontenible, que empez¨® a aflorar en el verano, cuando Camps constat¨® que la voluminosa deuda de la gesti¨®n de su antecesor lastraba con plomo las alas de la Generalitat y empez¨® a efectuar correcciones sobre proyectos que ya estaban en marcha. La respuesta a la inesperada observaci¨®n de Blasco ha sido furibunda por parte de los lanceros nada autogestionarios del ministro. Zaplana hab¨ªa soltado las riendas a la jaur¨ªa y daba por rota la relaci¨®n.
A principios de 1995 Blasco viv¨ªa horas bajas. Hab¨ªa fracasado en su intento de poner en marcha un proyecto pol¨ªtico con el nombre de Converg¨¨ncia Valenciana, en el que trat¨® de agrupar la dispersi¨®n del nacionalismo valenciano de distinto signo para refundarlo y obtener presencia parlamentaria, lo que hubiese facilitado su regreso a la pol¨ªtica, de la que fue arrancado de cuajo bajo la sombra de cohecho por Joan Lerma, de quien hab¨ªa sido estrecho colaborador en sus distintos gobiernos en la Generalitat socialista. Su destituci¨®n al frente de la Consejer¨ªa de Obras P¨²blicas en 1989 hab¨ªa ido acompa?ada de una implacable persecuci¨®n org¨¢nica y un ¨¢cido proceso judicial que deterior¨® su prestigio pol¨ªtico, pero del que hab¨ªa logrado salir ileso al ser absuelto por el Tribunal Supremo en 1993. Sin embargo, en el horizonte pol¨ªtico no hab¨ªa sitio para este remoto luchador del Frente Revolucionario Antifascista y Patri¨®tico.
Entonces recibi¨® la llamada de Zaplana. Blasco hab¨ªa sido una figura neur¨¢lgica en la Generalitat socialista como consejero de la Presidencia y de Obras P¨²blicas. Hab¨ªa urdido el entramado administrativo y pol¨ªtico del gabinete auton¨®mico, hab¨ªa ordenado el territorio, hab¨ªa impulsado la creaci¨®n de la R¨¤dio Televisi¨® Valenciana, incluso hab¨ªa proyectado la red de metro en Valencia. Conoc¨ªa como la palma de la mano la selva y la fauna que Zaplana aspiraba a ocupar y someter, si las encuestas que ten¨ªa en el bolsillo eran refrendadas por las urnas. Y ten¨ªa abierta una herida psicol¨®gica que s¨®lo pod¨ªa resta?ar su regreso a la pol¨ªtica. Zaplana le brind¨® un pasaje a la rehabilitaci¨®n a cambio de que lo ayudara en la campa?a electoral y lo guiara en el interior del Palau de la Generalitat para camuflar al m¨¢ximo su biso?ez e inseguridad. A partir de entonces, Blasco y su mujer, Consuelo Ciscar, empezaron a dejarse ver en algunos actos electorales del PP. Era la parte perceptible de una intensa colaboraci¨®n que ya se desarrollaba en la sombra como coordinador del programa de administraciones p¨²blicas del PP.
A la llegada de Zaplana al Palau, gracias al pacto del pollo con Uni¨®n Valenciana (UV), Blasco se convirti¨® en su lazarillo desde la Secretar¨ªa de Planificaci¨®n y Relaciones Externas. All¨ª, con su experiencia, era una pieza imprescindible en el engranaje del nuevo Consell. Articul¨® un discurso que pon¨ªa el acento en la autoestima y que bautiz¨® como poder valenciano, aprovech¨® la coyuntura propicia del pacto en Madrid entre el PP y CiU para promover el pacto ling¨¹¨ªstico, despleg¨® la estrategia para fagocitar a Uni¨®n Valenciana y demosc¨®picamente engord¨® al Bloc Nacionalista Valenci¨¤ lo suficiente para que no lograra representaci¨®n pero para que sangrase el m¨¢ximo de votos socialistas. Era el disco duro de Zaplana.
Como compensaci¨®n, Zaplana lo nombr¨® en 1999 consejero de Empleo, y s¨®lo un a?o despu¨¦s, de Bienestar Social. En ambos departamentos cre¨® un lenguaje social cuya sintaxis era f¨¢cilmente reconocible en el texto de la ponencia que Zaplana defendi¨® en el XIII congreso del PP en Madrid, y cuyo efecto supuso un adelantamiento por la derecha al PSOE en pol¨ªticas sociales. La deuda de Zaplana con Blasco hab¨ªa expirado con su regreso al Consell, sin embargo el ex socialista se hab¨ªa convertido en un s¨®lido valor estructural de la Generalitat popular.
Su presencia en el primer gobierno de Camps ya era una respuesta a esa necesidad. El nuevo presidente, sin que se produjese la intermediaci¨®n de Zaplana, le ofreci¨® que continuase en su proyecto. La simbiosis ya estaba muerta: Blasco se deb¨ªa a quien le hab¨ªa nombrado en el cargo. La confianza de Camps era m¨¢xima: le hab¨ªa reservado la Consejer¨ªa de Territorio y Vivienda, una de las m¨¢s vistosas de su Gobierno y con un gran protagonismo pol¨ªtico por la Ley de Ordenaci¨®n del Territorio y el impulso de viviendas sociales. Desde la amplia perspectiva de Blasco en el Consell, no se hab¨ªa producido una relaci¨®n de poder tan perversa para la instituci¨®n como la planteada por su antigua pareja de baile, y como miembro del Gobierno no afiliado al PP era el m¨¢s indicado para lanzar la piedra sobre la placa de hielo que disimulaba las procelosas aguas del estanque en favor de Camps.
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