Cismog¨¦nesis: la estrategia de la tensi¨®n bipolar
Una vez iniciada la larga marcha adelante de la propuesta Ibarretxe, su primer efecto ha sido favorecer el triunfo del soberanismo catal¨¢n, arruinando las expectativas de moderaci¨®n puestas en el federalismo asim¨¦trico de Maragall. Ahora se abre la posibilidad de que tambi¨¦n el nuevo Parlament amenace con reivindicar su derecho a la autodeterminaci¨®n por efecto contagio -aunque, de ser as¨ª, convendr¨ªa que lo hiciera respetando los procedimientos formales, a diferencia del caso vasco-. Y con ello se reinstala de nuevo en Espa?a el fantasma de la cismog¨¦nesis -seg¨²n concepto acu?ado por Gregory Bateson-, que durante 25 a?os pareci¨® conjurado por las virtudes vertebradoras atribuidas a la Constituci¨®n. En este sentido, la propuesta Ibarretxe que proclama el derecho de secesi¨®n est¨¢ sirviendo de f¨®rmula m¨¢gica o s¨¦samo, ¨¢brete: una declaraci¨®n performativa -como los veredictos judiciales, las declaraciones matrimoniales o las sentencias de divorcio- que, una vez formulada, programa con eficacia causal la divisi¨®n de la sociedad. Pero, como es l¨®gico, ello no ser¨ªa posible sin el concurso necesario de la doble estrategia de la tensi¨®n bipolar que han venido esgrimiendo desde 1996 los nacionalistas espa?oles y vascos.
Mientras las cosas sigan as¨ª, la cismog¨¦nesis parece tan ineluctable como el socorrido choque de trenes. Pero esta met¨¢fora asimila el problema a una cat¨¢strofe f¨ªsica cuando no hay tal, pues en realidad s¨®lo se trata de un invento humano -demasiado humano- construido al alim¨®n por el doble integrismo patri¨®tico de los separatistas y los separadores. Por eso parece mejor el s¨ªmil del juego de la soga -vuelto a popularizar en Euskadi por la pel¨ªcula de M¨¦dem-, de la que ambos equipos tiran en direcciones opuestas. La quiebra actual es producto de la escalada de la tensi¨®n bipolar que ambas estrategias antag¨®nicas, la de Aznar e Ibarretxe, han venido alimentando al servicio de sus respectivos intereses pol¨ªticos. Y aqu¨ª no se sabe qui¨¦n fue el primero en tirar de la cuerda, si Arzalluz o Aznar, maestros ambos en el arte de cohesionar a su gente y desestabilizar al contrario exacerbando la hostilidad contra un enemigo designado como tal. La ¨²ltima jugada hab¨ªa sido la exclusi¨®n de Batasuna decretada por Aznar, en venganza por el Pacto de Lizarra, pero ahora es Ibarretxe quien devuelve el golpe, como alumno aventajado que ha aprendido de sus maestros a esgrimir la estrategia de la tensi¨®n como suprema dramaturgia pol¨ªtica.
La estrategia de la tensi¨®n es muy eficaz porque acumula en su seno las virtualidades de dos l¨®gicas complementarias. La primera es temporal o narrativa, pues plantea el curso de los acontecimientos como una secuencia de predestinaci¨®n fatal. El contenido de la propuesta Ibarretxe es lo de menos -como mero mac guffin narrativo destinado a plantear una batalla de opini¨®n creadora de miedo esc¨¦nico-, pues su ¨²nico inter¨¦s argumental reside en la confrontaci¨®n por la con-frontaci¨®n, provocando as¨ª una dram¨¢tica expectativa por conocer el desenlace final: ?c¨®mo acabar¨¢ todo esto? Y este suspense expectante es realimentado por una t¨¦cnica de goteo que dosifica las sorpresas de los anuncios y los t¨¦rminos de los plazos para desplazar hacia el futuro la descarga diferida de la tensi¨®n planteada por el temor al desenlace.
Pero despu¨¦s del relato viene el ritual. La segunda l¨®gica que alimenta la estrategia de la tensi¨®n es formal y metadiscursiva, pues consiste en sustituir los procesos pol¨ªticos habituales, ordinarios o normales -juegos reiterados de suma positiva-, por acontecimientos excepcionales -juegos irreversibles de suma nula o negativa- que se presentan como pruebas cr¨ªticas o supremas, trascendentales y cruciales. As¨ª es como la prosaica letan¨ªa de la normalidad pol¨ªtica, con su debate burocr¨¢tico entre programas de gobierno, es sustituida y desplazada por la rom¨¢ntica epopeya de la emergencia nacional, como excepci¨®n hist¨®rica que programa un juicio de Dios o un duelo a muerte entre antit¨¦ticos dogmas excluyentes: o nosotros o ellos.
Pero la estrategia de la tensi¨®n no resulta veros¨ªmil -pues el mac guffin al que recurre suele ser bastante incre¨ªble- hasta que no es convalidada por otra estrategia de la tensi¨®n antag¨®nica, capaz de atribuirle visos de realidad por contraste. Entonces, ambas estrategias se realimentan mutuamente, generando un c¨ªrculo vicioso cuyo par de fuerzas acelera la espiral del odio y el temor. Lo que presta credibilidad a la propuesta Ibarretxe es un victimismo vasco que s¨®lo tiene sentido gracias a su requisitoria contra Aznar, acusado de instrumentar el Estado de derecho al servicio de sus espurios designios antivascos con los que argumenta su cruzada de reconquista nacional. Pero igual ocurre al rev¨¦s, pues la frontal firmeza de Aznar parece hoy el ¨²nico dique capaz de contener la insaciabilidad del irredentismo vasco.
?Por qu¨¦ recurren ambas partes a esta rec¨ªproca estrategia de la tensi¨®n bipolar, a pesar de sus evidentes efectos perversos? Ante todo, porque funciona muy bien electoralmente, dada su demostrada eficacia para argumentar y escenificar una dramaturgia pol¨ªtica fundada en las emociones patri¨®ticas, de acuerdo a la dial¨¦ctica del amigo y el enemigo teorizada por Carl Schmitt. Este gui¨®n narrativo, que caracteriza a la derecha conservadora -como las que gobiernan en Madrid y Vitoria-, es ahora una compulsi¨®n contagiosa desde que ha sido impuesto por el belicismo electoral de Bush, del que nuestro presidente se declara rendido partidario. Todo lo cual hace del contencioso vasco un problema literalmente irresoluble porque ninguna de ambas partes est¨¢ interesada en resolverlo, ya que se lucra pol¨ªticamente tanto de su mantenimiento como de su progresiva agravaci¨®n. Pero, adem¨¢s de explicarse por su patente rentabilidad electoral, que bloquea cualquier posible soluci¨®n, la tensi¨®n bipolar surge de otra raz¨®n supletoria.
Y es que nuestra Constituci¨®n, con la caracter¨ªstica ambig¨¹edad que presidi¨® la redacci¨®n del T¨ªtulo VIII, consagra un Estado auton¨®mico de naturaleza ambivalente cuyo desarrollo permanece abierto en una doble direcci¨®n antit¨¦tica, pues en ¨¦l cabe tanto la descentralizaci¨®n homog¨¦nea del caf¨¦ para todos, que en la pr¨¢ctica conduce al federalismo radial, como su contrario, que es el confederalismo asim¨¦trico de los llamados derechos hist¨®ricos, cuya m¨¢xima expresi¨®n son los Conciertos forales vasconavarros. De ah¨ª esa permanente escalada de rivalidad entre las diversas comunidades aut¨®nomas que compiten entre s¨ª por ver qui¨¦n se acerca m¨¢s al privilegio confederal. Y en esta subasta al alza, quien ha roto la baraja tirando por la calle de en medio ha sido el excepcionalismo vasco, que acaba de optar finalmente por reivindicar su derecho a la secesi¨®n -al estilo de Lo que el viento se llev¨® en la guerra estadounidense entre federales y confederados-.
?Qu¨¦ va a pasar a partir de aqu¨ª? Conviene ser esc¨¦pticos respecto a las virtualidades de nuestro ordenamiento legal para resolver los conflictos de derechos. En su esp¨ªritu, nuestra Constituci¨®n tambi¨¦n alienta el irredentismo confederal. Tras 25 a?os en vigor, no hay vuelta atr¨¢s, y ya no se pueden revocar los Conciertos vasconavarros para suprimir sus privilegios aline¨¢ndolos con la regla com¨²n federal. De ah¨ª que en esta pugna entre federales y confederados nunca pueda haber vencedores ni vencidos, pues cualesquiera que sean los cambiantes resultados electorales, sus perdedores moment¨¢neos jam¨¢s se rendir¨¢n, y volver¨¢n a la carga una y otra vez reclamando su anhelado para¨ªso perdido, sea unitario o confederal. Por eso la ¨²nica esperanza a medio plazo est¨¢ en el PSOE, un partido con doble alma -como la propia Constituci¨®n-, a la vez federal y confederado, y capaz por eso de actuar como pont¨ªfice entre ambos extremos antit¨¦ticos, conteni¨¦ndolos y super¨¢ndolos -hegelianamente- a ambos.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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