Para la libertad
El autogobierno de Euskadi, tal como se configura en la Constituci¨®n y el Estatuto, constituye el mejor camino de entendimiento entre los diferentes y plurales sectores sociales y pol¨ªticos del pa¨ªs. S¨®lo en este marco nos parece posible desarrollar una pol¨ªtica constructiva y creadora, integradora y abierta a toda la sociedad. Por el contrario, una pol¨ªtica que condujera hacia la autodeterminaci¨®n o, como algunos sostienen, hacia la independencia, a?adir¨ªa a la fractura que ya padece el pa¨ªs, como consecuencia de la violencia de ETA y su entorno, una quiebra social y pol¨ªtica a¨²n mayor.
No hay idea m¨¢s perniciosa que la de pensar que, una vez introducida la posibilidad de poner en marcha el Plan Ibarretxe para satisfacci¨®n del nacionalismo, se abrir¨ªa como por ensalmo el camino del cese de la violencia y el terrorismo, junto a la deseada pacificaci¨®n y normalizaci¨®n de la sociedad vasca. Constituye una falacia, porque ni ETA ni sus apoyos pol¨ªticos quieren eso. Hoy, el lehendakari con su Gobierno nos plantea otra estrategia con los mismos objetivos bajo la r¨²brica de Propuesta de Estatuto Pol¨ªtico para la Comunidad de Euskadi, donde la autodeterminaci¨®n est¨¢ encubierta y la idea fuerza de su iniciativa, con efecto narcotizante, no es otra que justificar la iniciativa con la excusa del fin de la violencia.
El pacto que establecimos entonces nos obliga, entre otras cosas, a no pretender modificarlo unilateralmente
Vincular autodeterminaci¨®n y fin de la violencia, ligando esta reivindicaci¨®n pol¨ªtica al final dialogado de la misma, constituye un profundo error de car¨¢cter interesado por quien as¨ª lo plantea. Ni la violencia puede servir de argumento para intentar conseguir mayores cotas de autogobierno o para plantear cambios en el escenario constitucional y estatutario, ni tampoco de freno para llevarlos a cabo. S¨®lo un vuelco en el debate, que resit¨²e ¨¦ste en el terreno de fortalecer el consenso en torno a la Constituci¨®n y el Estatuto, podr¨ªa servir para visualizar con fuerza el foso que separa el planteamiento de los violentos y de los dem¨®cratas. Sin embargo, no es realista pensar que el nacionalismo vaya a aceptar este enfoque, ni que el debate pueda concluir por ahora en propuestas aceptables para todos. En estas condiciones, la prudencia pol¨ªtica, y tambi¨¦n la responsabilidad, aconsejan aplazar el debate hasta que la violencia haya desaparecido y, de esta forma, todos en Euskadi estemos en igualdad pol¨ªtica donde poder ejercer nuestros derechos.
El nacionalismo debiera ser capaz de entender que la Constituci¨®n es algo m¨¢s que la Ley Fundamental, una ley de leyes, incluso cuando, como en el caso de la espa?ola de 1978, posee car¨¢cter normativo y es por tanto de aplicaci¨®n directa. La Constituci¨®n es un pacto al que llega una sociedad en un momento hist¨®rico irrepetible, que contiene compromisos que no pueden ser alterados por procedimientos diferentes a los que la propia Constituci¨®n previ¨®, como hoy se nos plantea con la propuesta de Ibarretxe. La Constituci¨®n de 1978 fue la salida a la crisis del Estado despu¨¦s de la dictadura. Con ella establecimos un pacto de convivencia que estaba sin cerrar desde que en 1936 la violencia de los militares golpistas quebr¨® la legalidad constitucional de 1931.
En el momento constituyente de 1978 decidimos seguir viviendo juntos como naci¨®n unida, lo que por cierto hab¨ªa venido sucediendo sin ejemplo en contrario y con muestras expl¨ªcitas de esa voluntad com¨²n desde hac¨ªa cinco siglos. Pero aun en el supuesto de que no se estuviera de acuerdo con esta afirmaci¨®n, la Constituci¨®n no se limita a reflejar el pasado. Al contrario, la Constituci¨®n suele romper con el pasado porque aspira a corregir defectos. Espa?a, en 1978, no se limit¨® a aceptar su unidad por inercia del pasado sino que, con la Constituci¨®n, Espa?a se refunda como naci¨®n y rompe con un pasado en el que el derecho al autogobierno de las nacionalidades y regiones que la integran no se hab¨ªa reconocido jam¨¢s como f¨®rmula general.
Para los socialistas, la Espa?a democr¨¢tica y auton¨®mica es una comunidad pol¨ªtica y cultural de la que formamos parte integrante, que enriquece el acervo pol¨ªtico, cultural y social de los vascos, un espacio que complementa nuestras posibilidades de desarrollo econ¨®mico y social, que construimos con lealtad rec¨ªproca. Las reglas de relaci¨®n las hemos establecido conjuntamente los ciudadanos espa?oles en la Constituci¨®n y los vascos en el Estatuto. Ese es el pacto fundacional de nuestro Pa¨ªs Vasco. Sin esas reglas de relaci¨®n, el autogobierno que venimos construyendo no hubiera sido posible. Todos las aceptamos o las acatamos, fuese cual fuera el proyecto pol¨ªtico de m¨¢ximos o las leg¨ªtimas ambiciones que unos u otros quer¨ªan defender democr¨¢ticamente. Y ese pacto nos obliga, entre otras cosas, a no pretender modificarlo unilateralmente. Por eso, los planteamientos que se hacen con la propuesta de Ibarretxe, lejos de conducir a una mayor convivencia, no hacen sino introducir elementos que quiebran la misma. Hoy, cuando vamos a cumplir 25 a?os de Constituci¨®n, el mayor compromiso que debiera obligarnos a todos los dem¨®cratas es hacer que la convivencia funcione.
Por ello, 25 a?os despu¨¦s, el mejor homenaje que podemos brindar a su legado, es defenderla como compromiso diario para la libertad. En Euskadi, la defensa de la Carta Magna no es otra cosa que rebeld¨ªa social frente a la indiferencia y la cobard¨ªa. Y compromiso colectivo a favor de la vida.
Javier Rojo es secretario general del PSE de ?lava, senador y secretario de Pol¨ªtica Institucional del PSOE.
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