Gordura
En el r¨ªo revuelto de las letras hispanoamericanas, del que los editores espa?oles, cuando van de pesca, no es raro que se traigan latas, neum¨¢ticos, botas y zapatos chorreantes, el Premio Herralde ha sacado esta vez un escritor aut¨¦ntico, un pez gordo, reluciente y plateado.
Llega a Espa?a, por fin, Alan Pauls (Buenos Aires, 1959). Lo hace precedido de una sigilosa pero contundente reputaci¨®n como ensayista literario, como cr¨ªtico y articulista cultural, como guionista de cine y de televisi¨®n, como narrador. Autor, hasta la fecha, de tres novelas (El pudor del porn¨®grafo, 1987, El coloquio, 1990, y -la m¨¢s celebrada de todas- Wasabi, 1994), hace tiempo que Alan Pauls cuenta con el reconocimiento de la m¨¢s selecta facci¨®n entre los escritores que en la actualidad marcan los rumbos y el nivel de la literatura en Latinoam¨¦rica. Su desembarco en Espa?a se produce algo tard¨ªamente, pero se beneficia a cambio, de buenas a primeras, de la plataforma privilegiada del premio que consagr¨®, en su momento, a Roberto Bola?o (quien dej¨® dicho que Alan Pauls es "uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos"), y lo pone en compa?¨ªa de su compatriota Ricardo Piglia (para quien el surgimiento de Alan Pauls se cuenta entre "lo mejor que podr¨ªa haberle pasado a la literatura argentina").
EL PASADO
Alan Pauls
Anagrama. Barcelona, 2003
560 p¨¢ginas. 24,50 euros
Bien est¨¢ que un premio como el Herralde ampare con su cr¨¦dito una novela como El
pasado. Y est¨¢ bien por cuanto se trata de un texto exigente, denso y abigarrado, cuya ambiciosa factura dif¨ªcilmente se hubiera abierto camino entre la cr¨ªtica y los lectores comunes sin un aval y un reclamo de este tipo. Son muchas las objeciones que cabe hacer a esta novela en buena medida excesiva y al cabo hipertrofiada, pero todas ellas se alinean detr¨¢s del respeto y de la admiraci¨®n, del inter¨¦s tambi¨¦n, y a ratos de la fascinaci¨®n, que suscita una escritura osada y poderosa, que se nutre de los m¨¢s altos modelos antes de aventurarse en su muy peculiar singladura.
Mejor que ning¨²n otro, a El pasado le convendr¨ªa como lema aquel verso de Borges: "No nos une el amor, sino el espanto". De hecho, por alg¨²n lado se alude en la novela a "el espanto del amor", y es cierto que, bajo su costra de comedia, El pasado es tanto una historia de amor como de horror. "Una novela de amor-horror", seg¨²n reza el texto de la sobrecubierta. O, como ha declarado el propio autor, "una novela g¨®tica de amor protagonizada por dos enamorados fantasmas condenados a enloquecerse uno a otro".
Hay algo siniestro, en efecto,
aparte de c¨®mico y de pat¨¦tico, en el acecho al que Sof¨ªa somete a R¨ªmini despu¨¦s de su separaci¨®n como pareja. Reci¨¦n salido de un idilio que ha durado trece a?os, R¨ªmini tiene muy claro que "todas sus posibilidades de sobrevivir" dependen de su "capacidad de olvidar", de desembarazarse "del lastre del pasado". Pero el pasado, ese pasado del que R¨ªmini pretende huir, es precisamente el arma que frente a ¨¦l blande una y otra vez Sof¨ªa, convencida como est¨¢ de que todo el derecho y la fuerza del amor reside en la memoria, de que el recuerdo de amor viene a constituir "la unidad m¨ªnima del amor, la nervadura que permit¨ªa reconstituir toda la hoja, y la hoja con su flor, y la planta entera".
Extrapolando s¨®lo ligeramente la afirmaci¨®n que Javier Mar¨ªas hace en una de sus novelas, cabr¨ªa sostener que la pareja, y no s¨®lo el matrimonio, es una "instituci¨®n narrativa". El trauma mayor que produce la ruptura de un pacto amoroso es precisamente la suspensi¨®n del relato que propiciaba, eso que tantas veces se reconoce como destino. Es en este sentido en el que cabe hablar de la funci¨®n ¨¦pica del amor, y en el que cabe se?alar de qu¨¦ modo El pasado propone una suerte de extremada y tortuosa par¨¢bola por medio de la cual se ilustra c¨®mo, a trav¨¦s de la fuerza y la amenaza del amor, de su violencia casi, puede un hombre ser devuelto a su propio relato.
A
lo largo de la novela, R¨ªmi-ni, sacado a la intemperie de s¨ª mismo, se revela como una entidad vacante que en tres ocasiones -las tres grandes pruebas que los h¨¦roes de los cuentos populares hab¨ªan de enfrentar- ensaya para s¨ª otros tantos relatos correspondientes a las relaciones sucesivas que establece con tres mujeres diferentes. Cada una de estas mujeres -la celosa y jovenc¨ªsima Vera, la maternal Carmen, la vulgar Nancy- tiene distinta edad, y las tres constituyen otras tantas "estaciones" en el camino que terminar¨¢ por someter de una vez a R¨ªmini al amor constante y desmedido de Sof¨ªa.
Hay en este planteamiento, como en el muy estilizado y concluyente final de la novela, una suerte de esquematismo burl¨®n que subraya su ya se?alada condici¨®n de par¨¢bola. Pero, extra?amente, la escritura de la novela obra en una direcci¨®n muy distinta a la que esta par¨¢bola apunta. Y tanto es as¨ª que, a pesar de que la escritura tersa y acerada de El pasado, tan llena de agudos destellos, constituye el impacto primero y m¨¢s duradero de su lectura, muy pronto se pone de relieve una creciente, casi radical incongruencia entre los recursos que esa escritura pone en juego y las exigencias de la historia a la que sirve.
Se trata, por as¨ª decirlo, de un problema de lente narrativa. P¨¢gina a p¨¢gina, la escritura de Pauls muestra siempre una precisi¨®n y una riqueza admirables, que la mantienen alejada de inflaciones ret¨®ricas. Pero, presa de una glotoner¨ªa insaciable, esa escritura incurre progresivamente en una incontrolada, casi insensata prolijidad. Es como si Pauls enfocara siempre con la m¨¢xima profundidad de campo, tratando con el mismo detalle cuantos elementos incorpora su relato, desentendido de toda jerarqu¨ªa y relaci¨®n entre sus planos.
Alan Pauls ha invocado los
nombres de Marcel Proust y del humorista Jerry Seinfield como las dos grandes influencias de su novela. Los editores, por su parte, la sit¨²an "entre el anal¨ªtico Stendhal de Del amor y las feroces psicopat¨ªas de Philip Roth". Puestos a ello, cabr¨ªa tambi¨¦n hablar de la cerebral y escudri?adora iron¨ªa de Musil chapoteando en la ci¨¦naga estil¨ªstica de Thomas Bernhard. Cualquiera de estos sugerentes combinados, entre tantos posibles (pues Alan Pauls es escritor de cultura vast¨ªsima e interdisciplinar, buen aficionado a la cocteler¨ªa literaria), vale tanto para indicar el linaje mestizo de El pasado como para deducir qu¨¦ ingredientes han equivocado sus dosis.
Alguien dijo que todo hombre gordo lleva dentro uno flaco queri¨¦ndose escapar. Esta novela demasiado gorda lleva dentro, pugnando por abrirse paso, una novela ejemplar, verdaderamente ejemplar, llena de extraordinarios vislumbres, acerca de las posteridades del amor, de sus tiran¨ªas, de quienes militan en ¨¦l como en una religi¨®n, de su tendencia a constituirse en destino y doblegar el tiempo en una suerte de "oce¨¢nica continuidad sentimental". El br¨ªo y el atractivo de esa novela cautiva quedan sepultados, sin embargo, por capas y m¨¢s capas de lo que -con la m¨¢s recta intenci¨®n- cabr¨ªa entender por "grasa" narrativa. Se trata de grasa de primera calidad, de la que sirve com¨²nmente para cocinar las buenas novelas (de hecho, El pasado incluye varias: una novela de artista, una fisiolog¨ªa del cocain¨®mano, o del sex¨®pata, una comedia de costumbres, una s¨¢tira deportiva...). Pero su acumulaci¨®n (fruto sin duda de los largos a?os empleados por Alan Pauls para escribirla) termina por deformar hasta casi borrarle la silueta de El
pasado, que ofrece al lector el espect¨¢culo de una belleza devastada por su propia bulimia, de una carcajada deforme.
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