Luces de Navidad
En estas v¨ªsperas de Navidad hay m¨¢s luces en las calles que en los corazones. Los adornos luminosos -por suerte, renovados en el centro de Barcelona- parecen hoy una forma voluntariosa, m¨¢s que eficaz, de exorcizar la congoja que produce echar una fugaz mirada al planeta. A fin de cuentas todos sabemos, hoy m¨¢s que nunca, que el tiempo del mundo es nuestra circunstancia m¨¢s decisiva. La globalizaci¨®n -ah¨ª est¨¢n como testimonio los cad¨¢veres de los esp¨ªas espa?oles clandestinos- se personaliza, inevitablemente, en un estado de ¨¢nimo. Un estado de ¨¢nimo turbio. Un ambiente de malos tratos inmerecidos. Por esa sola raz¨®n las luces de las calles se suman a la campa?a antidepresiva con la que cada cual intenta abordar no tanto esta ¨¦poca del a?o como el porvenir inmediato. Y con cada luz laten deseos y esperanzas que permanecen vivos: paz, colaboraci¨®n, entendimiento, sobre todo. Luces de resistencia.
Lo que antes se asimilaba a una org¨ªa consumista, habitual por estas fechas adquiere, ahora, un car¨¢cter diferente. Las luces navide?as hasta pueden verse como el icono de resistencia c¨ªvica frente al miedo, a la frustraci¨®n, a la indiferencia. Las circunstancias, por tanto -en esto Ortega fue premonitorio-, cambian el signo de los paisajes; por ello esta Navidad -tambi¨¦n, electoral- no ser¨¢ igual. Hay un cierto clamor que esta ciudad percibe por v¨ªas diversas y se resume en una frase que me sorprendi¨® la primera vez que la escuch¨¦: "Vivimos una oleada de autoritarismo". La insistencia en esa expresi¨®n, o¨ªda en los ambientes m¨¢s variopintos, y murmurada siempre en voz baja como si quien la dice quisiera protegerse, refleja algo subterr¨¢neo y configura un clima de malos tiempos compartidos. De eso, precisamente, trata el muy reciente libro de Enrique Gil Calvo El miedo es el mensaje (Alianza): un retrato de ahora mismo. Por ello, las lucecitas de Navidad, acaso en su inconsciencia, hoy son todo un desaf¨ªo de civismo latente.
Barcelona es un lugar especialmente sensible a estos climas hostiles. Tras los a?os de oasis, es como si se hubiera despertado ese fino instinto del peligro que afecta a lo que los barceloneses m¨¢s aman y, a la vez, m¨¢s critican: la calma, la distancia, el control de lo propio, del entorno. El despertar es paulatino pero real. Esta Navidad no ser¨¢ como las dem¨¢s.
Se asum¨ªa que pasar 25 a?os votando a alcaldes socialistas ten¨ªa un precio: el doble castigo de la marginaci¨®n barcelonesa, primero por la Administraci¨®n catalana nacionalista y luego por las administraciones espa?olas, lejanas y ombliguistas. El barcelon¨¦s celebra la Catalu?a plural salida de las ¨²ltimas elecciones, pero -justo castigo a su indiferencia hist¨®rica- ve como sus votos de ciudad mestiza valen dos y hasta tres veces menos que los de otros catalanes. La consagraci¨®n obvia de que los barceloneses son catalanes de segunda no llama precisamente a la resignaci¨®n. Sucede igual con las intromisiones, consejos y paternalismos de las autoridades del Gobierno central. Nada molesta m¨¢s en esta ciudad que otros intenten arreglarnos la vida.
A la vista de todos, lo turbio, lo hostil, adquiere formas m¨¢s precisas, y la ciudadan¨ªa se reencuentra con ella misma en esa condici¨®n hist¨®rica de habitar una ciudad inc¨®moda para los vientos que soplan. Y la expresi¨®n de la incomodidad cohesiona la dispersa variedad barcelonesa en un orgulloso esp¨ªritu de resistencia c¨ªvica. Un esp¨ªritu que resucit¨® cuando muri¨® Ernest Lluch y se grit¨®: ?di¨¢logo!, o cuando se clam¨® por la paz para evitar el drama que un a?o despu¨¦s se ha apoderado de Irak y del mundo. El denostado F¨°rum 2004 tal vez tenga as¨ª la suerte -pese a los errores- de ser algo "m¨¢s oportuno que lo previsto en sus inicios", como ha dicho el alcalde Clos. No hay que enga?arse, las luces navide?as expresan hoy, por si alguien lo dudaba, algo valioso: ?Barcelona resucita!
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