Cuando el capitalismo pierde la cabeza
1LA ECONOM?A DEL ENGA?O. Cualquiera entra en una oficina de un banco espa?ol, pasa la puerta de seguridad y recoge los abundantes tr¨ªpticos de publicidad que se multiplican estos d¨ªas, antes de fin de a?o, intentando convencerte de que suscribas un plan de pensiones o que inviertas tus ahorros en un fondo de inversi¨®n. Las frases son casi id¨¦nticas en todos ellos; desde las m¨¢s gen¨¦ricas ("Invierta su dinero en los mejores fondos internacionales de las m¨¢s importantes gestoras") hasta las m¨¢s lapidarias ("Siendo la mayor gestora de fondos independiente de fondos del mundo, con un total de 25 gestores y 64 analistas de renta variable en toda Europa, creemos que nadie analiza m¨¢s a fondo las oportunidades de inversi¨®n que Fidelity...").
Los fondos de pensiones de EE UU gestionan siete billones de d¨®lares, de casi 100 millones de ciudadanos. Es una cantidad 12 veces mayor que los Presupuestos Generales del Estado de Espa?a
Los gestores de los principales fondos de inversi¨®n americanos administran m¨¢s dinero que los gobiernos de los siete pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo
Con los esc¨¢ndalos del sistema financiero se han derrumbado los fundamentos intelectuales de la econom¨ªa del 'laissez faire' (Joseph Stiglitz)
Los mayores enemigos del capitalismo actual no son los movimientos antiglobalizaci¨®n ni la izquierda, sino los propios capitalistas
Richard Grasso, el hombre que tocaba la campanilla de Wall Street en la reapertura de la Bolsa tras los atentados del 11-S, ha tenido que dimitir
El mercado de divisas mueve cada d¨ªa entre 1,2 y 1,5 billones de d¨®lares, una cantidad superior a lo que un pa¨ªs como Francia produce anualmente
La cat¨¢strofe ser¨ªa una retirada de los ahorros de los inversores. Para que los fondos funcionen bien se necesita la confianza de la opini¨®n p¨²blica
Sin embargo, la industria de los fondos de inversi¨®n en Estados Unidos, la m¨¢s importante del planeta, ha entrado en una profunda crisis de confianza por sus numerosas irregularidades, y est¨¢ siendo investigada, a la par, por los organismos reguladores correspondientes y por la fiscal¨ªa general de varios Estados norteamericanos. Al entrar los fondos de inversi¨®n en la secuencia de esc¨¢ndalos financieros que asola EE UU desde hace dos a?os y que comenz¨® con el llamado caso Enron, la enfermedad moral del capitalismo cambia de naturaleza: cuando empresas como Enron o WorldCom quiebran, los perjudicados son sus accionistas, sus inversores, sus directivos, sus trabajadores y sus jubilados; son muchos, miles o incluso decenas de miles de personas, pero son una minor¨ªa. En cambio, si los fondos de inversi¨®n sufren alg¨²n tipo de aprieto cr¨ªtico por un funcionamiento heterodoxo, los perjudicados son millones, pueden ser decenas o centenares de millones de ciudadanos. Afecta al aparato circulatorio del sistema. Noventa y cinco millones de norteamericanos tienen sus ahorros depositados en los m¨¢s de 8.000 fondos de inversi¨®n que operan en EE UU, por valor de siete billones de d¨®lares, lo que equivale, por ejemplo, a m¨¢s de 12 veces los Presupuestos espa?oles. Y no vincula s¨®lo a los ciudadanos americanos, sino a los de todo el mundo. Ciudadanos del planeta que han contado con la rentabilidad de esos fondos (o de los fondos de pensiones, que son una modalidad de los primeros) para asegurarse la vejez, ya que les han convencido de que, por la evoluci¨®n demogr¨¢fica, sus jubilaciones p¨²blicas corren el riesgo de ser irrelevantes.
El coraz¨®n del capitalismo del siglo XXI, el eje del sistema financiero internacional, son los fondos de inversi¨®n. Sus gestores manejan m¨¢s dinero que el de los presupuestos de los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo. Por ello alguien ha dicho que si se generalizase la crisis de confianza que ahora les aflige, ser¨ªa la m¨¢s importante de los ¨²ltimos 50 a?os, y, por supuesto, mucho m¨¢s significativa que los tumultos que han da?ado al resto de los cap¨ªtulos del sistema financiero: las empresas que cotizan en Bolsa; los bancos de inversi¨®n que les asesoran; las compa?¨ªas auditoras que tendr¨ªan que haber detectado los enga?os contables y no lo hicieron; los organismos reguladores que por desidia, incompetencia o falta de competencia o de medios permitieron el fraude; los ejecutivos y directivos que pusieron por delante su propio inter¨¦s al de las sociedades que representaban; los mercados de divisas que llevan dos d¨¦cadas blanqueando capitales y tratando desigualmente a unos inversores y a otros; etc¨¦tera. Y ahora, los fondos de inversi¨®n, en los que participan millones y millones de ciudadanos. Cuando Eliot Spitzer, el fiscal general de Nueva York, el llamado sheriff de Wall Street, comenz¨® hace unos meses a investigar los enga?os de estos ¨²ltimos, declar¨®: "Un pozo inmundo".
Es cierto que los niveles de responsabilidad en cada uno de estos fraudes y enga?os son diferentes. Heterog¨¦neos. No se pueden sumar peras y manzanas. En unos casos los responsables fueron algunos directivos intermedios, pero la administraci¨®n general de la empresa no estaba contaminada; en otros, los defraudadores fueron los principales gestores, con la connivencia del Consejo de Administraci¨®n. Pero, m¨¢s all¨¢, hay ejemplos de que la podredumbre puede haberse extendido, como una met¨¢stasis, por el conjunto de un sector o por un n¨²mero muy significativo de empresas del mismo. Se calcula que al menos el 25% de los fondos de inversi¨®n trabajan con las pr¨¢cticas abusivas que se han detectado. Las preguntas son inmediatas: ?Por qu¨¦ aflora ahora tanta corrupci¨®n empresarial? ?Ha existido siempre y s¨®lo en esta coyuntura se abre el mel¨®n de la misma en uno de esos cambios de sensibilidad de la sociedad que los cient¨ªficos s¨®lo detectan a posteriori? Si ello ocurre en EE UU, pa¨ªs en donde los sistemas de detecci¨®n de los fallos y los excesos est¨¢n m¨¢s desarrollados y las penas son m¨¢s efectivas, ?qu¨¦ estar¨¢ pasando en la vieja Europa o en la emergente Espa?a? ?Qu¨¦ tiene que ver esta corrupci¨®n con la desregulaci¨®n financiera puesta de moda desde los a?os ochenta por la revoluci¨®n conservadora de Reagan y Thatcher?
El pasado mes de agosto, el semanario The Economist cumpli¨® 160 a?os. Para celebrarlo public¨® un n¨²mero especial bajo el t¨ªtulo de Capitalismo y democracia. En ¨¦l se defend¨ªa la siguiente tesis: los m¨¢s potentes enemigos del capitalismo son los propios capitalistas. No son los movimientos a favor de una globalizaci¨®n alternativa, la izquierda socialdem¨®crata o los comunistas que han sobrevivido a la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, sino los amigos del capitalismo, sus hombres de confianza que han soltado las riendas y abusan de su poder sin l¨ªmite. El auge econ¨®mico y de los mercados financieros de los a?os noventa fue tan extremo que su decadencia tambi¨¦n est¨¢ provocando unos resultados extremos: una pila de esc¨¢ndalos empresariales, el resentimiento generado por el enorme incremento de las desigualdades (seg¨²n el profesor Bryand Hall, de la Harvard Business School, el sueldo de los consejeros delegados creci¨® en los ¨²ltimos 20 a?os un 600%, mientras que el de un trabajador medio tan s¨®lo se increment¨® un 15%), un abrumador agujero de los fondos de jubilaci¨®n privados de millones de ciudadanos y, lo m¨¢s crucial, una desilusi¨®n respecto de la capacidad de las instituciones democr¨¢ticas para hacer que los culpables respondan de sus acciones.
2 EL CORAZ?N DEL SISTEMA. Los fondos de inversi¨®n son instituciones cuyo patrimonio se materializa en una cartera de activos financieros que se administra a trav¨¦s de unas entidades gestoras al objeto de conseguir los mayores rendimientos para sus part¨ªcipes, conforme a una diversificaci¨®n de los riesgos. En ellos depositan los ahorros para las jubilaci¨®n los empleados del sector privado y los funcionarios p¨²blicos, las universidades o las familias. Los fondos saben que su destino depende de la confianza que la opini¨®n p¨²blica deposite en ellos.
Hace unos meses, las fiscal¨ªas de varios Estados norteamericanos iniciaron una investigaci¨®n sobre algunos fondos, sospechosos de pr¨¢cticas deshonestas en beneficio particular de los gestores y de trato de favor a algunos clientes en detrimento de los dem¨¢s. Las conductas abusivas eran, en esencia, de dos tipos: operaciones de compra-venta de acciones de los grandes inversores a partir de las cuatro de la tarde, cuando los mercados de EE UU cerraban; la operaci¨®n se realizaba en un mercado asi¨¢tico aprovechando el margen de protecci¨®n de los husos horarios, entre 12 y 15 horas. Si las cosas iban bien en el mercado asi¨¢tico, los inversores se aseguraban unos beneficios con rapidez (late trading). La segunda tipolog¨ªa consist¨ªa en ejecutar entradas y salidas r¨¢pidas en el fondo de inversi¨®n aprovechando que su valor de liquidaci¨®n se establece una vez al d¨ªa, a pesar de que los valores en los que se interviene fluct¨²an a lo largo de la jornada (market timing). En definitiva, se les acusaba de invertir en acciones fuera del horario del mercado; de que algunas gestoras pagaron a los intermediarios para que impulsaran sus fondos y no otros; que hay entidades que concedieron retribuciones injustificadas a su personal para incentivar la venta de sus productos; que recomendaban a sus clientes valores en los que no cre¨ªan, o de no informarles de los descuentos a los que ten¨ªan derecho. En rom¨¢n paladino, "es como si tu agente inmobiliario vende tu casa por un precio rebajado a un amigo tuyo, quien luego la revende por mucho m¨¢s y paga una comisi¨®n a tu agente", como escribi¨® el economista Paul Krugman en The New York Times.
Como en anteriores esc¨¢ndalos, que han generado una aut¨¦ntica econom¨ªa del enga?o, en el de los fondos de inversi¨®n aparece la mayor parte de los nombres de su aristocracia. Bancos como Bank of America o Bank One; intermediarios como Morgan Stanley o Charles Schwab; gestores como Fidelity, Strong, Putnam, Alliance, Franklin Resources; entidades de tarjetas de cr¨¦dito como American Express, etc¨¦tera, han sido o son investigados.
La gesti¨®n de este conflicto es un campo de minas para los organismos reguladores, ya que una generalizaci¨®n de la desconfianza de los inversores podr¨ªa traer consigo la masiva retirada de fondos, lo que ser¨ªa una cat¨¢strofe. Unos inversores resabiados por la p¨¦rdida de sus ahorros en el crash a c¨¢mara lenta que ha tenido lugar en las bolsas desde abril del a?o 2001.
3 REGULADOR RESABIADO. En esta gesti¨®n han jugado distinto papel los hombres de la Fiscal¨ªa General, dispuestos a hacer justicia caiga quien caiga, y los de la Securities and Exchange Commisi¨®n (SEC), el organismo regulador de los fondos de inversi¨®n, dispuestos, sobre todo, a estabilizar el sector y yugular las posibilidades de un efecto contagio que multiplique los problemas. Casi todos los d¨ªas, durante semanas, han aparecido en los medios de comunicaci¨®n nuevas revelaciones que da?aban a¨²n m¨¢s la reputaci¨®n de los fondos.
La SEC ha llegado a varios acuerdos extrajudiciales con algunas entidades culpables del fraude. Castig¨® al banco de inversi¨®n Morgan Stanley Dean Witter con una multa de 50 millones de d¨®lares por las pr¨¢cticas que segu¨ªa en la venta de determinados t¨ªtulos para favorecer a un grupo exclusivo de 16 compa?¨ªas gestoras de fondos asociadas; un pacto que no estaba abierto a todos los clientes para los que trabaja Morgan como firma de corretaje. La SEC tambi¨¦n firm¨® un pacto con la gestora Putnam Investment Management (propiedad del gigante asegurador Marsh and McLennan) para resolver las acusaciones presentadas en su contra por posibles operaciones fraudulentas. El compromiso consisti¨®, adem¨¢s de la dimisi¨®n del presidente de Putnam, en que la gestora realizar¨¢ reformas significativas sobre la ¨¦tica de la sociedad y en la apertura de un proceso para calcular las compensaciones que pagar¨¢ a los part¨ªcipes afectados por las p¨¦rdidas atribuidas tras el cierre del mercado. Cuando el mayor fondo de pensiones de EE UU, el California Public Employees Retirement System (Calpers), conoci¨® las pr¨¢cticas irregulares de Putnam, inmediatamente cancel¨® el contrato que ten¨ªa con esta gestora.
La SEC y la Fiscal¨ªa entraron en una confrontaci¨®n abierta. Spitzer, el fiscal de Nueva York, consider¨® que en el pacto del regulador con Putnam se hab¨ªa fijado un list¨®n demasiado bajo para futuros acuerdos con otras firmas responsables de fraude. Las declaraciones no se hicieron esperar: "Yo le dir¨ªa a Donaldson [presidente de la SEC] que no cierre acuerdos a mis espaldas. La reforma de los fondos de inversi¨®n deber¨ªa ser dise?ada para prestar a los inversores un valor real, en vez de servir s¨®lo para aumentar los costes y reducir los retornos de las inversiones". Y el fiscal general del Estado de Massachusetts, William Galvin, remach¨®: "No est¨¢n interesados en las malas pr¨¢cticas. Est¨¢n interesados en dar consuelo a la industria".
Los enfrentamientos entre la Justicia y la SEC no son nuevos. Cuando estall¨® el caso Enron en el ¨²ltimo trimestre de 2001, el organismo regulador fue a remolque de las investigaciones de la Fiscal¨ªa. Entonces la SEC estaba presidida por Harvey Pitt, un hombre impuesto por George W. Bush que dimiti¨® en noviembre de 2002, el mismo d¨ªa en que se celebraban las elecciones a la C¨¢mara de Representantes y el Senado. Se trat¨® de una dimisi¨®n con sordina. El ¨²ltimo presidente de la SEC con Clinton, Arthur Levitt, public¨® hace unos meses un libro titulado expresivamente O¨ªdo en la calle. Lo que Wall Street y la empresa americana no quieren que usted sepa, en el que se dice que la labor de lobby que practican los bancos de inversi¨®n y los auditores "resulta deprimente para cualquiera que crea en la democracia". Levitt explica que los analistas mejor pagados no son los que hacen las recomendaciones m¨¢s acertadas, sino los que m¨¢s negocios de banca de inversi¨®n atra¨ªan a las compa?¨ªas en las que trabajaban. "La compensaci¨®n determina el comportamiento de los analistas", afirma.
4 REDADA EN WALL STREET. 18 de noviembre pasado. Una cadena generalista de televisi¨®n consigue las im¨¢genes de una redada en Wall Street. Una cincuentena de intermediarios financieros especializados en operaciones con divisas son detenidos por agentes del FBI. Los intermediarios son acusados de extorsi¨®n, estafa a los inversores y blanqueo de dinero negro, una pr¨¢ctica que en algunos casos llevaban desarrollando desde hace dos d¨¦cadas. La trama tambi¨¦n ten¨ªa una doble t¨¦cnica: los agentes de cambio enga?aban a los inversores m¨¢s conservadores haci¨¦ndoles creer que su dinero iba a ser depositado con sumo cuidado en operaciones seguras y predecibles, que aportaban grandes beneficios; en segundo lugar, algunos empleados corruptos, situados en todos los niveles del sistema interbancario, lograban que los bancos realizaran operaciones de cambio en divisas con p¨¦rdidas, y a cambio recib¨ªan una compensaci¨®n -otra vez el concepto m¨¢gico- por la operaci¨®n. El mercado de cambios mueve diariamente entre 1,2 y 1,5 billones de d¨®lares, la cantidad que produce en todo un a?o un pa¨ªs como Francia.
En el caso de este esc¨¢ndalo se repiten dos caracter¨ªsticas que aparecen en todos los que han ocurrido: en ¨¦l aparecen las principales empresas del sector y se trata de un trozo del sistema financiero muy poco centralizado y escasamente regulado..
Unas semanas antes de esto surge otro alboroto. Esta vez se trata de un organismo regulador sui g¨¦neris: la Bolsa de Nueva York. Su presidente, Richard Grasso, hab¨ªa ideado un m¨¦todo, desconocido por la mayor parte de los operadores que le pagaban, para cobrar este a?o m¨¢s de 180 millones de d¨®lares, cuando el mercado de valores no se hab¨ªa recuperado de la larga crisis que le ha debilitado tanto. El hombrecito que tocaba la campanilla de Wall Street en los d¨ªas especiales (por ejemplo, tras los atentados del 11-S) tuvo que dimitir y fue sustituido por John Reed, anterior n¨²mero uno de Citigroup, el primer grupo financiero del mundo (consejero de Telef¨®nica Internacional con Juan Villalonga).
No hay d¨ªa sin esc¨¢ndalo. El capitalismo americano parece un juego de mu?ecas rusas en el que fallan todas las murallas chinas: conflictos entre los consejos de administraci¨®n y los accionistas, entre los accionistas y los ejecutivos, entre las empresas y sus compa?¨ªas auditoras, entre sus servicios de auditor¨ªa y de consultor¨ªa, en los bancos de negocios entre sus servicios de inversi¨®n y los de asesor¨ªa. Y entre todos ellos, los organismos reguladores y la Justicia.
5 EL MANTRA DE LA AUTORREGULACI?N. ?Qu¨¦ tiene que ver este capitalismo del fraude y el enga?o con el de sus padres fundadores, Adam Smith, Benjamin Franklin o Max Weber? El presidente de la SEC, William Donaldson, declar¨® hace pocos d¨ªas en el Senado norteamericano: "La autorregulaci¨®n ha fracasado". El capitalismo requiere confianza; los ahorradores tienen que poner su dinero en manos de otros y para hacerlo han de esperar como m¨ªnimo que no les estafen. La fuerte regulaci¨®n fortalece al capitalismo.
La regulaci¨®n, ha dicho el profesor Joseph Stiglitz, impide a las empresas y al sector financiero aprovecharse de su capacidad de monopolio cuando la competencia es limitada; ayuda a mitigar los conflictos de intereses y las pr¨¢cticas abusivas, de modo que los inversores puedan tener confianza en que el mercado proporciona un marco de juego limpio y que aquellos que dicen que act¨²an en defensa de sus intereses en realidad lo hacen as¨ª. Pero la otra cara de todo esto es que la regulaci¨®n act¨²a en detrimento de los beneficios r¨¢pidos; por eso se han multiplicado los lobbys autorregulaci¨®n.
Este premio Nobel de Econom¨ªa, antiguo economista jefe del Banco Mundial, entiende que los esc¨¢ndalos generalizados han derrumbado estrepitosamente los fundamentos intelectuales de la econom¨ªa del laissez faire: la creencia en que los mercados se bastan a s¨ª mismos para manejar con eficacia, no digamos con justicia, toda la econom¨ªa. En su ¨²ltimo libro Los felices noventa, concluye: "El mantra de la desregulaci¨®n se ha revelado como una trampa que, lejos de llevarnos al grado de regulaci¨®n m¨¢s adecuado, nos ha conducido a la supresi¨®n irreflexiva y sin m¨¢s de todo mecanismo regulador. Nada tiene de casual que el origen de tantos problemas de los felices noventa se remonte al momento en el que se desregularon sectores como el de las el¨¦ctricas, telecomunicaciones o finanzas... Las econom¨ªas de mercado no se autorregulan, son zarandeadas por golpes que est¨¢n fuera de su control, tienen tendencia a las man¨ªas y a los p¨¢nicos [homenaje a Kindleberger], a la exageraci¨®n irracional y al pesimismo, a las estafas y a una asunci¨®n de riesgos que roza la de los juegos de azar, y a que muchos de sus errores y fechor¨ªas sean soportadas por toda la sociedad".
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