Dos hoteles de la Guerra Civil
Arthur Koestler lleg¨® a Madrid en su segundo viaje a finales de octubre de 1936, cuando la ciudad parec¨ªa perdida. Nunca he sabido en qu¨¦ hotel se hosped¨®, ¨¦l no nos lo cuenta; s¨®lo nos habla del miedo que pas¨® bajo las bombas. Yo sospecho que el hotel era el Florida, de la plaza del Callao, pues all¨ª se alojaba cuando ven¨ªa a Madrid Otto Katz, lugarteniente de Willi M¨¹nzenberg, quien supervisaba el trabajo de Koestler. Adem¨¢s, por el Florida pasaban todos: Hemingway, Herbst, Dos Passos, Saint-Exup¨¦ry, Malraux, Ivens, Karmen, Koltsov, Ehrenburg, Regler, Seghers... Nunca fue la ciudad tan cosmopolita, nunca se hab¨ªan dado cita en Madrid tantas estrellas del firmamento intelectual de los a?os treinta. Ellos, los artistas e intelectuales comprometidos con la causa antifascista, los nuevos "cruzados", los compa?eros de viaje, sub¨ªan y bajaban por la Gran V¨ªa desde el Florida hasta el Chicote, deteni¨¦ndose a medio camino en el bar restaurante del hotel Gran V¨ªa, justo enfrente de la Telef¨®nica. En ¨¦ste se alojaba el anarquista Juan Garc¨ªa Oliver, entonces ministro de Justicia, y, seg¨²n el poeta argentino Ra¨²l Gonz¨¢lez Tu?¨®n, era donde se daba la mejor comida de Madrid. Hab¨ªa que andar con cuidado: las calles se ve¨ªan profusamente salpicadas de ladrillos rotos, cascotes, vidrios, fragmentos de metralla. Tambi¨¦n se ve¨ªan por doquier sacos terreros, casas desventradas por los obuses y, entre sus ruinas, restos de una intimidad deshecha.
En el hotel Gaylord's se estableci¨® el mando militar sovi¨¦tico durante la Guerra Civil espa?ola. Era un edificio de siete plantas, de corte moderno y netamente racionalista
En el Lux se alojaban los numerosos agentes que provisionalmente o definitivamente regresaban "a la casa", como llamaban a Mosc¨² tras predicar la nueva fe revolucionaria
A Hemingway, el Gaylord's le hab¨ªa parecido "de un lujo y una corrupci¨®n indecentes". Al escritor le gustaba y reconoc¨ªa que serv¨ªan la mejor cerveza del Madrid en guerra
Las noticias de Koestler, las habladur¨ªas del Florida, las visiones leninistas de Luis Pardo en la glorieta de Bilbao y el rostro de Stalin en la puerta de Alcal¨¢ me llevaron a Mosc¨².
Hotel Gaylord's
Los rusos se presentaron en Madrid entre agosto y septiembre de 1936. Su embajador, Marcel Rosenberg, present¨® sus credenciales a primeros de septiembre, y luego desfil¨® por la Gran V¨ªa en su autom¨®vil oficial escoltado por un escuadr¨®n de caballer¨ªa con toda la pompa y el boato de los viejos tiempos: la Rep¨²blica espa?ola y la Uni¨®n Sovi¨¦tica acababan de establecer relaciones diplom¨¢ticas. Nadie dir¨ªa que hab¨ªa una guerra. Rosenberg instal¨® la embajada en el hotel Palace, y, ocupando toda la primera planta, se puso r¨¢pidamente en acci¨®n. Comenzaron a llegar aviadores, tanquistas, ingenieros, mec¨¢nicos, int¨¦rpretes y esp¨ªas. Siguiendo sus pasos, llegu¨¦ por fin al Gaylord's.
En este hotel, que tiene su peque?a historia, se estableci¨® el mando militar sovi¨¦tico. En 1929, la familia Lebenfeld, de origen alem¨¢n, encarg¨® a los arquitectos Rafael Bergam¨ªn y Luis Blanco Soler el proyecto de un edificio que, situado en la confluencia de las calles de Alfonso XI y de Valenzuela, tendr¨ªa una funci¨®n de apartotel. El resultado fue espectacular: un bello edificio de siete plantas, de corte moderno y netamente racionalista, que no tard¨® en convertirse en lugar de encuentro de la alta sociedad madrile?a.
Al estallar la guerra, los Lebenfeld, sinti¨¦ndose amenazados, tuvieron el tiempo justo para refugiarse en la embajada francesa. Siguiendo su camino, otros inquilinos del Gaylord's se asilaron en las dependencias del Liceo Franc¨¦s de la calle del Marqu¨¦s de la Ensenada. All¨ª coincidir¨ªan con muchos otros refugiados. Un a?o m¨¢s tarde fueron conducidos con protecci¨®n especial a la estaci¨®n de Atocha, y desde all¨ª partieron en un tren sellado hacia Valencia, donde abordaron un destructor franc¨¦s que les traslad¨® finalmente a Marsella. El Gaylord's pas¨® a ser el estado mayor de un ej¨¦rcito invisible, pues los rusos no llevaban insignias, galones ni distintivo alguno que los acreditara como militares sovi¨¦ticos. Su presencia en Espa?a ten¨ªa que ser indemostrable. Stalin cumpl¨ªa aparentemente el tratado de no intervenci¨®n, y no era cuesti¨®n de que nadie le sacara los colores. Una vez en Madrid, los rusos cambiaban sus nombres, muchas veces espa?oliz¨¢ndolos; Mija¨ªl Koltsov era Miguel Mart¨ªnez. Algunos aprend¨ªan la lengua r¨¢pidamente. Otros no, pero en cualquier caso dispon¨ªan de una legi¨®n de int¨¦rpretes, tambi¨¦n ¨¦stos invisibles.
Pero los madrile?os, que no estaban ciegos, enseguida llamaron al Gaylord's "el estado mayor amigo". El hotel se hallaba situado entre la Puerta de Alcal¨¢ y la plaza de Cibeles, concretamente en el n¨²mero 4 de la calle de Alfonso XI, la misma en que estaban el front¨®n Jai Alai y el peri¨®dico conservador El Debate. Una situaci¨®n privilegiada, a dos pasos del Ministerio de la Guerra.
El mejor retrato que conozco del Gaylord's en guerra es el que hace Ernest Hemingway, por boca de su protagonista y ¨¢lter ego Robert Jordan, en su novela Por qui¨¦n doblan las campanas. Seg¨²n relata, la primera vez que lo visit¨®, el hotel no le gust¨®: "El lugar le pareci¨® demasiado lujoso; la comida, demasiado buena para una ciudad sitiada, y la charla, demasiado c¨ªnica para una guerra". En cuanto a sus inquilinos, Hemingway tendr¨¢ buen cuidado de no mencionar, ni siquiera bajo nombres supuestos, a los altos mandos sovi¨¦ticos (Orlov, Gorev, Berzin...). De todos modos dedicar¨¢ especial atenci¨®n a Mija¨ªl Koltsov, el trepidante Karkov de la novela, corresponsal del Pravda y agente especial de Stalin. En el retrato que hace de ¨¦l no oculta su admiraci¨®n: "Le hab¨ªa gustado Karkov, pero no el lugar. Karkov era el hombre m¨¢s inteligente que hab¨ªa conocido". Y tambi¨¦n: "Ten¨ªa m¨¢s talento y m¨¢s dignidad interior, m¨¢s insolencia y m¨¢s humor que cualquier otro hombre que hab¨ªa conocido". A Ehrenburg, sin embargo, lo trata con cierto desprecio y no duda en ridiculizarlo. En cuanto al elegante apartotel, nos dice: "El Gaylord's le hab¨ªa parecido de un lujo y una corrupci¨®n indecentes". En cualquier caso, Hemingway reconoce que le gustaba, que era el ¨²nico sitio donde se pod¨ªa recibir informaci¨®n clara y precisa sobre el desarrollo de la Guerra Civil; y por si fuera poco, serv¨ªan la mejor cerveza de Madrid. (...)
Hotel Lux, Mosc¨²
Supe del hotel Lux por un libro que a?os atr¨¢s hab¨ªa despreciado. Su t¨ªtulo, Mi fe se perdi¨® en Mosc¨², dejaba claro ya desde el principio el meollo del asunto. El autor, Enrique Castro Delgado, hab¨ªa sido un destacado comunista madrile?o de los a?os treinta. Obrero metal¨²rgico en sus or¨ªgenes, con el paso del tiempo se hab¨ªa convertido en periodista. Al estallar la guerra fue el fundador del famoso Quinto Regimiento y su primer comandante en jefe; luego fue nombrado director general de Reforma Agraria, y m¨¢s tarde, secretario general del Comisariado Pol¨ªtico del Ej¨¦rcito Popular. Ten¨ªa 31 a?os cuando la derrota y el exilio le llevaron al hotel Lux.
El hotel consta de dos edificios, uno que da a la calle de Gorki y otro al callej¨®n de Stoleshnikov. El primero fue construido en 1911 por el arquitecto N. A. Eihenvald y se abri¨® al p¨²blico con el nombre de hotel Liuks. Entre los a?os veinte y los a?os cuarenta, su edad de oro, fue convertido en edificio de viviendas para los funcionarios de la Komintern. All¨ª se alojaban no s¨®lo los que resid¨ªan en la capital sovi¨¦tica, sino tambi¨¦n los numerosos agentes que provisional o definitivamente regresaban a "la casa", como llamaban a Mosc¨², despu¨¦s de predicar por el mundo la nueva fe revolucionaria. En los a?os cincuenta y sesenta cambi¨® de nombre en dos ocasiones. Primero se llam¨® hotel Marsella, y luego, hotel Ural. A partir de los a?os ochenta y hasta la actualidad se llama hotel Central.
Enrique Castro Delgado y sus compa?eros de exilio no eran los primeros espa?oles que se alojaban en el hotel Lux. En 1920, ?ngel Pesta?a y Ram¨®n Merino Gracia viajaron a Mosc¨² para participar como delegados, el primero de la CNT y el segundo por el reci¨¦n creado Partido Comunista espa?ol, en las sesiones del segundo congreso de la Komintern. Luego, y a lo largo de una d¨¦cada, el trasiego se har¨ªa constante. Andreu Nin vivir¨¢ all¨ª largos a?os ocupando puestos de responsabilidad en los organismos de la Komintern.
A comienzos de los a?os treinta, el n¨²mero de funcionarios y agentes de la Internacional Comunista hab¨ªa experimentado un notable y r¨¢pido crecimiento. Es la gran ¨¦poca del Lux, una aut¨¦ntica torre de Babel donde se hablan todas las lenguas y se dan cita todas las razas de la tierra. En el Lux encontramos al italiano Togliatti, a los franceses Marty y Thorez, a los alemanes Florin y Pieck, al checo Gotiwald, al h¨²ngaro Bela Kun...
Admiraci¨®n por la URSS
Otros agentes de la Komintern viajar¨¢n a Espa?a para tomar las riendas de la err¨¢tica pol¨ªtica seguida hasta el momento por los revolucionarios espa?oles. Esto coincidir¨¢ con el final de la Monarqu¨ªa de Alfonso XIII y la llegada de la Rep¨²blica. Surge entonces una profunda corriente de admiraci¨®n y simpat¨ªa por la revoluci¨®n sovi¨¦tica, que penetrar¨¢ sobre todo en los medios obreros e intelectuales. Asistimos a una explosi¨®n de nuevas editoriales, como Cenit, Ulises, Oriente y F¨¦nix, que difunden en ediciones asequibles las grandes obras de la literatura sovi¨¦tica, as¨ª como sus m¨¢s recientes creaciones. El clima de entusiasmo e inter¨¦s propiciar¨¢ una avalancha de viajes. Todos quieren ver la nueva Rusia, adonde viajan Margarita Nelken, ?lvarez del Vayo, Ram¨®n J. Sender, Manuel Chaves Nogales, Josep Pla, F¨¦lix Ros...
En Espa?a, las consecuencias no se hacen esperar. Se constituye la Uni¨®n de Artistas Proletarios -que r¨¢pidamente solicitar¨¢ su ingreso en la Uni¨®n Internacional de Escritores Revolucionarios-, donde encontramos a Rafael Alberti, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, C¨¦sar Arconada, Xavier Abril, Alberto S¨¢nchez, Luis Lacasa... Muchos de ellos ingresar¨¢n en el PCE. Se funda adem¨¢s la Asociaci¨®n de Amigos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y, al igual que en otros pa¨ªses europeos, se difunden ampliamente cuidadas publicaciones propagand¨ªsticas, como URSS en Construcci¨®n y Rusia Hoy. Mosc¨², en definitiva, es la nueva Roma, y los nuevos creyentes de todo el mundo acuden puntuales y deslumbrados a recibir su bendici¨®n.
El ascenso del nacionalsocialismo alem¨¢n y la subida al poder de Hitler ser¨¢n para muchos intelectuales y artistas europeos una urgente llamada de atenci¨®n sobre el futuro que se avecina. La guerra de Espa?a y el apoyo que la Alemania nazi y la Italia fascista prestan al bando rebelde significan para ellos la puesta en pr¨¢ctica de su compromiso antifascista. (...)

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