'Monstruo' de Riego
Se llama, o se llamaba, monstruo, en la jerga de los compositores de m¨²sica ligera, al hilv¨¢n de palabras sin sentido que pod¨ªan simular los periodos o frases musicales de una canci¨®n. En vez de decir, laral¨ª, laral¨¢, se acumulaban vocablos, que luego eran sustituidos por una letra po¨¦tica o coherente. Por esos caprichos que se incrustan en las circunvoluciones cerebrales recordamos cosas antiguas, aprendidas no se sabe c¨®mo ni d¨®nde y que un misterio gen¨¦tico aflora mucho tiempo despu¨¦s.
Para m¨ª, el Himno de Riego apenas dej¨® huella en la adolescencia y nunca supe otra letra del que fue referencia nacional, que la com¨²nmente conocida de: "Si los curas y frailes supieran / la paliza que les van a dar...". Tuvo, como conocen los eruditos, alg¨²n texto m¨¢s reflexivo sobre lo que representaba, pero ocurri¨® igual con la Marcha Real, cuya letra m¨¢s extendida era: "Hombre, caramba / qu¨¦ cara tan est¨²pida que tiene usted / parece un animal...", o cosa parecida, lo que podr¨ªa indicar el desinter¨¦s de los espa?oles por las representaciones polif¨®nicas patri¨®ticas.
Hace unos d¨ªas, con ocasi¨®n de los campeonatos de tenis en Australia, una chusca confusi¨®n nos ofreci¨® los mofletes de un trompetista reproduciendo los sonidos del Himno de Riego, al inicio de la presentaci¨®n de nuestros jugadores. Por fortuna la cosa qued¨® en lo que era, un error venial, sin otra relevancia que el descuido de los encargados del protocolo en cuanto a esta cuesti¨®n.
Tambi¨¦n retiene mi memoria una situaci¨®n semejante, en un escenario distinto. Formaba parte de la primera expedici¨®n de incautos que integraron la Divisi¨®n Azul, con el prop¨®sito de combatir al comunismo en su propia tierra. Tras haber dejado la v¨ªspera, en el and¨¦n de la estaci¨®n del Norte de Madrid, a mi reciente esposa con nuestra primera hija en brazos, entusi¨¢sticamente embarcados en vagones de ganado, fuimos ignominiosamente duchados y desinfectados en Hendaya, para seguir viaje ya en vagones de tercera, m¨¢s decorosos. A primeras horas de la ma?ana siguiente, cuando apenas se hab¨ªa disipado la bruma, el convoy entr¨® en agujas en la estaci¨®n de Karlsruhe, lugar perfectamente desconocido para la mayor parte de los voluntarios. La m¨¢quina de vapor dejaba su estela en el and¨¦n, donde percibimos, en correcta alineaci¨®n, a un nutrido grupo de muchachas alemanas en uniforme, al aire las recias pantorrillas, que all¨ª estaban para darnos la bienvenida y una taza de caf¨¦ con leche. Se detuvo el convoy, con un traqueteo y convulsiones que luego me recordaron la escena de El gran dictador y por los altavoces se escuch¨® un inicial chirriar que dio paso a los charangueros compases del Himno de Riego. No parec¨ªa la recepci¨®n m¨¢s adecuada, pero reson¨® n¨ªtidamente la estruendosa y general carcajada que sali¨® de todos los vagones, cuando nos percatamos de la filarm¨®nica metedura de pata. Algo parecido ha ocurrido sesenta y tantos a?os despu¨¦s, en Melbourne.
Quer¨ªa trasladarles a ustedes lo que se me ha descascarillado de la memoria, el monstruo del Himno de Riego, tal como lo escuch¨¦ -hace m¨¢s tiempo a¨²n- y, sin apenas esfuerzo, como se cae la ¨²ltima hora de un ¨¢rbol en invierno, me ha venido a los labios y, antes de que se produzca su desaparici¨®n definitiva, lo traslado a los curiosos lectores. Va escrito intentando acomodar las pausas. ?Ag¨¢rrense y apliquen la m¨²sica!: "Adi¨®s Conchita del alma, adi¨®s, por siempre jam¨¢s, am¨¦n. ?Jes¨²s qu¨¦ vida tan perra / llevar¨¢s -y nosotros- tambi¨¦n! / Pero nos vamos con la satisfacci¨®n / de haber puesto todos los medios en pr¨¢ctica; / a fin de contribuir / a poder decir / que lo hemos hecho bien".
Intenten ustedes tararearlo con la pegadiza m¨²sica. El resultado es que sobran las estrofas ampulosas, aunque alguna deber¨ªa haber cuajado en nuestros himnos, siquiera fuese para que los deportistas de nuestras selecciones nacionales no se les ponga la cara boba, sin saber cu¨¢ndo va a terminar, para dar comienzo a las cabriolas de desentumecimiento. De esta forma, natural y sencilla, colaboro en la ilustraci¨®n de la ciudadan¨ªa, acerca de un asunto que, me parece, le trae completamente sin cuidado. Mi querido y viejo amigo Eduardo Haro encar¨® el tema con envidiable entusiasmo did¨¢ctico, aunque en la columna que a este incidente dedica dice que el rey sali¨® de su palacio por una puerta prevista para atravesar Espa?a hacia el exilio, del que nunca volvi¨®. Pero no lo hizo en tren, sino en autom¨®vil. Y conduciendo ¨¦l.
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