?Qui¨¦n teme a la gran Uni¨®n Europea?
Nos encontramos en v¨ªsperas de la que todos esperamos sea la ¨²ltima reuni¨®n de la Conferencia Intergubernamental que debe suponer un salto cualitativo en el proceso de constitucionalizaci¨®n de la construcci¨®n europea, sobre la base del trabajo preparatorio efectuado por la Convenci¨®n de la cual tuve el honor de formar parte.
La Convenci¨®n respondi¨® a los que sin duda son los aut¨¦nticos retos de la nueva, de la gran Uni¨®n Europea -la de los veinticinco m¨¢s Rumania y Bulgaria, m¨¢s Turqu¨ªa-. As¨ª, clarific¨® el reparto de competencias entre la Uni¨®n y sus miembros. Simplific¨® su estructura, sus instrumentos y sus procedimientos para hacerla m¨¢s comprensible al ciudadano. Incorpor¨® la Carta de derechos fundamentales. En fin, profundiz¨® su car¨¢cter democr¨¢tico potenciando el papel que en ella juegan los Parlamentos nacionales.
E hizo algo m¨¢s, de trascendental importancia desde el punto de vista de la pol¨ªtica espa?ola, ya que Espa?a siempre ha estado en la vanguardia de las propuestas de m¨¢s y mejor Europa en aquellos ¨¢mbitos de aut¨¦ntico inter¨¦s para nuestros ciudadanos. En efecto, en cualquier estructura pol¨ªtica compleja el salto cualitativo est¨¢ en el abandono de las decisiones por unanimidad. Y las propuestas de la Convenci¨®n supusieron un paso revolucionario en la consolidaci¨®n del espacio de libertad, seguridad y justicia, en la potenciaci¨®n del papel de la Uni¨®n en la esfera internacional, en la mejora de su gobernanza econ¨®mica. Todo ello fortaleciendo el m¨¦todo comunitario y la capacidad de actuar de las instituciones de la Uni¨®n al ampliar la toma de decisiones por mayor¨ªa cualificada.
Parad¨®jicamente, estos logros han quedado eclipsados por el debate provocado a partir de la f¨®rmula salida de la chistera del Sr. Giscard D'Estaing, que ha hecho suya la Presidencia italiana y que destruye el equilibrio institucional aprobado en Niza, ratificado por los veinticinco miembros de la Uni¨®n, a trav¨¦s de refer¨¦ndum en el caso de los Estados adherentes. Esta propuesta, que adolece de falta de legitimidad de origen por carecer de mandato y de falta de legitimidad sobrevenida por no haber sido debatida en la Convenci¨®n, se presenta como una necesidad para el mejor funcionamiento de la Uni¨®n y para la mayor democratizaci¨®n del proceso de integraci¨®n. Algunos llegan a esgrimir el espantajo de la paralizaci¨®n de la Uni¨®n por causa de Niza, sin explicar, por cierto, la contradicci¨®n que plantea, frente a este exabrupto, el hecho de que Niza vaya a regir los destinos de Europa, en cualquier caso, en los pr¨®ximos a?os. Mientras tanto, otros enarbolan la amenaza de la huida en solitario de los miembros fundadores, pasando por alto la realidad de la trabaz¨®n de unas relaciones que encarna el euro o el mercado interior.
La Uni¨®n Europea no ha cambiado su naturaleza. Es, desde la prehistoria del Tratado del Carb¨®n y del Acero, una Uni¨®n compleja y estructuralmente asim¨¦trica, con vocaci¨®n pol¨ªtica. Y desde el mismo Tratado fundacional, esta asimetr¨ªa se ha venido superando con la misma f¨®rmula. Partiendo de la base de la doble legitimidad de ser uni¨®n de Estados y de ciudadanos, fundada en ambos casos en el principio de igualdad, ¨¦sta ha sido modulada rompiendo el principio de proporcionalidad pura en el Parlamento Europeo para permitir una representaci¨®n adecuada de los ciudadanos de los Estados m¨¢s peque?os; mientras que en el Consejo se ha venido garantizando la relativa paridad de los Estados, a trav¨¦s del sistema del voto ponderado en una horquilla limitada.
Sin cambiar el ser profundo de la construcci¨®n europea, es cierto que esta asimetr¨ªa estructural ha ido creciendo con las sucesivas incorporaciones. Y a esta realidad parece obedecer la desaz¨®n que se observa en los c¨ªrculos intelectuales e incluso gubernamentales de ciertos Estados miembros, en particular los m¨¢s veteranos, ante esta gran nueva Uni¨®n, y su futuro. As¨ª las cosas, ?por qu¨¦ el acoso al equilibrio institucional constatado a veinticinco que entra?a Niza, que llevar¨ªa a un empobrecimiento de la Uni¨®n, ya que disminuir¨ªa radicalmente el peso de los Estados menos poblados y, por consiguiente, la influencia de la mayor¨ªa de los Estados de la Uni¨®n? La respuesta hay que buscarla en ese temor de los pa¨ªses fundadores, l¨®gico pero carente de verdadero fundamento, a una p¨¦rdida de poder e influencia en el seno de la gran Uni¨®n ampliada. Y es que, entre los cuatro pa¨ªses considerados pac¨ªficamente "grandes" a efectos institucionales, s¨®lo uno -Reino Unido- no es fundador. Mientras que todos los Estados de la quinta ampliaci¨®n, con la excepci¨®n de Polonia, entran de forma incontrovertida en la categor¨ªa de pa¨ªses mediano / peque?os.
Los pa¨ªses fundadores, que guardan la memoria hist¨®rica de la Uni¨®n, saben perfectamente cu¨¢l ha sido su contribuci¨®n al proceso de la integraci¨®n europea. Italia, con su sentido de la Historia, el Benelux, con su inigualable habilidad para forjar compromisos, y Francia y Alemania, con su capacidad de ilusionar por nuevas metas, forman parte inextricable de la Uni¨®n. Espa?a no concibe y no podr¨ªa concebir la Uni¨®n sin que los Estados que la fundaron ocupen el lugar que leg¨ªtimamente es suyo. Y ¨¦ste es el sentir general de los socios.
Por todo ello, Espa?a argumenta alto y claro que no es en la redefinici¨®n de la mayor¨ªa cualificada en el Consejo de la Uni¨®n, en el que est¨¢n representados los Estados miembros, donde debemos buscar los avances de la gran Uni¨®n. Busqu¨¦moslos en el reforzamiento de la independencia de la Comisi¨®n y en la ampliaci¨®n de los poderes del Parlamento Europeo, instituciones que representan, respectivamente, el inter¨¦s comunitario y a los ciudadanos europeos. Y, puestos a buscar en el Consejo, insistamos en la ampliaci¨®n del campo de las decisiones a tomar por la mayor¨ªa cualificada y en la eliminaci¨®n correspondiente de la unanimidad como m¨¦todo de toma de decisiones, obst¨¢culo tradicional, ese s¨ª, a la integraci¨®n.
La Presidencia italiana, hasta ahora, se ha guiado en la Conferencia por la b¨²squeda de consensos en todos los terrenos, aun a costa de rebajar las ambiciones de la Convenci¨®n. Excepto en esta cuesti¨®n, en la que parece presa de los espejismos de p¨¦rdida de poder e influencia de los fundadores. Urgentemente debe desempe?ar el papel que le corresponde y buscar f¨®rmulas de compromiso que sosieguen los fantasmas que atenazan hoy las negociaciones, manteniendo los equilibrios b¨¢sicos sin los que no se explica el ¨¦xito del proceso de integraci¨®n.
No temamos a la nueva gran Uni¨®n Europea. Dirijamos nuestros esfuerzos a acordar un nuevo Tratado que la dote de los medios necesarios para responder a los retos del siglo XXI, y garantice que todos los Estados miembros y sus ciudadanos se sientan parte del proyecto com¨²n.
Ana Palacio es ministra de Asuntos Exteriores de Espa?a.
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