Las buenas intenciones
El Ayuntamiento de Barcelona quiere convencernos, con una concienzuda campa?a, de que hay que ser c¨ªvicos. Se trata, explican, de que los ciudadanos cuiden la ciudad y las cosas comunes. Lo cual redundar¨¢, insisten, en beneficio de todos. Para mayor esplendor de la idea, plantean crear un cuerpo de voluntarios del civismo, una ¨¦lite amable y sabia que controle y ayude a sus vecinos a recorrer el camino del bien. Hasta aqu¨ª una propuesta largamente pensada -lleva a?os de gestaci¨®n municipal algo as¨ª como un manual de urbanidad- de cuyos detalles s¨®lo sabemos que se comenzar¨¢ por lo general -"sea usted c¨ªvico"- para pasar a lo particular -"seleccione la basura", "recoja la caca del perro", "cruce por el paso de peatones" o cualquier otra cosa-. ?Muy bien o un infierno lleno de buenas intenciones?
El asunto durar¨¢ meses, as¨ª que prepar¨¦monos -el civismo vale el esfuerzo- para asistir a la escuela. Con las cifras en la mano, el Ayuntamiento es imbatible: tiene las evidencias de que los barceloneses somos unos gamberros, destrozamos parques y mobiliario urbano, hacemos un ruido espantoso, nos molestamos los unos a los otros todo el d¨ªa. Somos, mismamente, el demonio. ?Qu¨¦ duro ser Ayuntamiento en una ciudad tan b¨¢rbara!, ?verdad? Nuestros representantes en el consistorio han llegado a la conclusi¨®n de que las cosas son as¨ª, no hay vuelta de hoja.
Tambi¨¦n saben -?qu¨¦ es lo que no van a saber las estad¨ªsticas, cielos?- que en esta ciudad hay mucha gente bien educada y con buen¨ªsima intenci¨®n. Como usted o como yo, pongamos por caso. De ah¨ª el invento de este voluntariado del civismo: un cuerpo espont¨¢neo de controladores y denunciadores de gamberros. Es decir, un grupo selecto de ciudadanos con patente de corso de buena educaci¨®n y barcelonesismo positivo que pedir¨¢ cuentas arbitrarias -?c¨®mo se mide el civismo?- a otros ciudadanos. ?Qui¨¦n no va a querer apuntarse a ese voluntariado si la contrapartida es, no si¨¦ndolo, aparecer como un gamberro y un mal ciudadano en potencia? ?Observan la jugada? O est¨¢s con el civismo o est¨¢s en contra. Habr¨¢ que definirse, optar. Y claro, se calcula -en el m¨¢s puro estilo aznarista-, la gran mayor¨ªa estar¨¢ en favor del civismo. ?sas parecen ser las previsiones municipales. ?Est¨¢n muy contentos -lo he visto- con la perspectiva de vernos convertidos en guardias urbanos ap¨®stoles del civismo!
Me cuesta creer que en el Ayuntamiento piense que una mayor¨ªa de barceloneses somos inc¨ªvicos. Aun as¨ª, tengo motivos para pensar lo contrario. En Montju?c, por ejemplo, se ha puesto en marcha una operaci¨®n para "pacificar" -¨¦ste es el lenguaje municipal- el tr¨¢fico de coches: una correcta se?alizaci¨®n advierte de que no se pueden superar los 40 kil¨®metros por hora. Desde septiembre s¨¦ de tres casos en que se ha superado esa velocidad: en dos casos se ha retirado un mes el carnet de conducir, en el otro se ha impuesto una multa de 180 euros. Parece, pues, que la pacificaci¨®n va en serio. Pero no: conduzco frecuentemente por Montju?c y no s¨®lo causo verdaderos atascos cuando respeto la nueva velocidad, sino que me pasan raudos y veloces una mayor¨ªa de coches. Pregunt¨¦ en el Ayuntamiento por las multas que se ponen en Montjuic: "No est¨¢n desglosadas". Me interes¨¦ por los controles: se hacen de tant en tant. Te toca la multa por pura mala suerte. S¨®lo es un ejemplo. El reino de la arbitrariedad: es lo que hay.
?Pasar¨¢ igual con el civismo y su patrulla de voluntarios? ?Nos fichar¨¢, a los peatones, alg¨²n mani¨¢tico por tener prisa o por dejar de tenerla? Pero hay algo que me preocupa m¨¢s: ?alguien reclamar¨¢ a la instituci¨®n que llena de publicidad la ciudad y convierte el paisaje urbano en una pesadilla inhumana, por su incivismo? ?Se puede imponer el civismo sin dar ejemplo? Un viejo tema. En fin: s¨ª al civismo, pero sobre todo para las instituciones.
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