Catalanismo vasco
Algunos hemos a?orado, durante los 25 a?os de democracia, la diferencia de concepto de la pol¨ªtica catalana en relaci¨®n con la nuestra. Incluso muchas veces hemos constatado la dificultad de encontrar un vocablo similar al de "catalanismo" para definir una concepci¨®n com¨²n de pa¨ªs que nos permitiera a los vascos de diferentes ideolog¨ªas reconocernos en un proyecto compartido. Sin duda, la expresi¨®n que mejor se ajustaba a dicha pretensi¨®n era la de abertzalismo, pero su mal uso y abuso por quienes se sienten con derecho a ejecer el terror en defensa de su pol¨ªtica, dio al traste con dicha posibilidad.
Despu¨¦s de 24 a?os de Estatut, en las ¨²ltimas elecciones Catalu?a despert¨® catalanista al 90% (todos menos el PP) y va a ser el catalanismo integrador de izquierdas quien forme gobierno y protagonice el cambio. Euskadi, por el contrario, est¨¢ m¨¢s polarizada que nunca y las din¨¢micas en marcha nos siguen enfrentando. No hay espacio para el catalanismo vasco, y sin embargo muchos estamos convencidos de que es la ¨²nica soluci¨®n para hacer de Euskadi un espacio de convivencia.
O la naci¨®n es de todos los ciudadanos, o se convierte simplemente en un carajal como el que tenemos los vascos
A pesar de mi admiraci¨®n por el prolongado ejemplo de Catalu?a, reconozco que la conformaci¨®n del gobierno catalanista con Esquerra me ha sorprendido y, claro, alegrado. Desde mi experiencia en Euskadi, siempre pens¨¦ que ERC acabar¨ªa formando gobierno con CIU, con el argumento de que Esquerra era primero nacionalista y luego de izquierdas. Hab¨ªa dos elementos que se me escaparon: el primero, el desgaste social de CIU tras 23 a?os de gobierno y la conclusi¨®n que de ello pod¨ªa deducir ERC; el segundo, y m¨¢s importante, que en Catalu?a hay un nacionalismo catalanista que conf¨ªa en el socialismo catalanista para iniciar la segunda etapa de la construcci¨®n nacional de Catalu?a. Mas a¨²n, ambos est¨¢n dispuestos a compartir un proyecto com¨²n de Espa?a y a respetar su marco constitucional. Tambi¨¦n IC es diferente en Catalu?a, al comprometer su proyecto pol¨ªtico en un gobierno que promover¨¢ el cambio progresista y servir¨¢ para legitimar el marco constitucional en Catalu?a.
Incluso CIU estuvo dispuesta a compartir proyecto y reforma del Estatut en un gobierno que incluyera al PSC, mostrando as¨ª un reconocimiento impl¨ªcito del catalanismo de los socialistas. Hay, por lo tanto, en la pol¨ªtica catalana un poso de confianzas mutuas en relaci¨®n con la legitimidad catalanista de las fuerzas pol¨ªticas que no se da en nuestra Euskadi. Dir¨ªa m¨¢s, la brecha de la desconfianza mutua se ha agrandado de manera brutal en los ¨²ltimos siete a?os.
Sobran reproches en ambos bandos para explicar las posiciones propias y que el dolor que provoca ETA ayuda a fundamentarlos. Coincido, en principio, con quienes reprochan al nacionalismo que su sentido de apropiaci¨®n de la naci¨®n-nacionalidad constituye la base de muchos errores y que, llevado el argumento al extremo, alienta el fundamentalismo de quienes para defender su propiedad se sienten legitimados para matar, ignorando los cauces legales que ofrece una sociedad democr¨¢tica para la defensa de lo propio. Pero tengo tambi¨¦n que entender, que no disculpar, que el nacionalismo vasco fue el padre de la idea de Euskadi como naci¨®n-nacionalidad y que este protagonismo hist¨®rico le legitima ante s¨ª mismo como fiel guardi¨¢n de su idea. Su error es no haber entendido a¨²n que para transformar al pueblo vasco en una naci¨®n-nacionalidad tiene que estar dispuesto a compartir su proyecto, porque ¨¦ste s¨®lo es posible si los dem¨¢s se incorporan a ¨¦l.
Aqu¨ª reside la diferencia del nacionalismo catal¨¢n, que tras la primera etapa estatutaria ha comprendido que la izquierda catalana est¨¢ por la labor y ha tenido la grandeza de reconocer que la naci¨®n no es suya, sino que debe de ser compartida o no ser¨¢ tal. Es muy sencillo: la naci¨®n-nacionalidad o lo es de todos los ciudadanos o se convierte en un carajal como el que tenemos los vascos.
Pero el Gobierno catalanista, tambi¨¦n es posible porque la izquierda durante 25 a?os ha apostado por la construcci¨®n de la naci¨®n-nacionalidad y su compatibilidad con la Espa?a federal, sabiendo dar continuidad a la cultura de defensa de las nacionalidades inherente a la izquierda antifranquista. Tanto el PSC como el IC han sabido superar la aparente incompatibilidad entre ser catal¨¢n y tener un proyecto de Espa?a, y su catalanismo ha podido confluir en un programa con ERC.
El aznarismo ha supuesto para la derecha espa?ola un clamoroso retroceso en relaci¨®n con la concepci¨®n suarista del Estado y de las nacionalidades. Con este esp¨ªritu, m¨¢s cercano al del 12 de Febrero que al del 6 de Diciembre, hubiera sido imposible consensuar una Constituci¨®n democr¨¢tica como la actual. Es l¨®gico por tanto que, tras las elecciones catalanas, tanto desde el Gobierno como desde ¨¢mbitos que pretenden monopolizar la defensa de la libertad hayamos asistido a una campa?a contra el maragallismo y, tras el ¨¦xito de este ¨²ltimo, a una descalificaci¨®n del proyecto de gobierno de izquierdas.
?Y el nacionalismo vasco? ?Est¨¢ dispuesto a sacar conclusiones con el proceso que se abre en Catalu?a y apostar por un concepto m¨¢s ciudadano de naci¨®n-nacionalidad? ?No habr¨¢ que revisar el concepto de soberan¨ªa originaria y sustituirlo por el de soberan¨ªa compartida, poni¨¦ndolo a tono con la Constituci¨®n europea? ?No tendremos que hacer una puesta en com¨²n del balance estatutario antes que proponer su reforma? Y si ¨¦sta fuera necesaria, ?no habr¨ªa que pensar en asumir el constitucionalismo como elemento b¨¢sico de cualquier democracia federal? Y si todo esto da como resultado un consenso, ?qui¨¦n se opondr¨ªa a un referendum? ?No estar¨ªamos as¨ª acabando con la violencia?
Jon Larrinaga es ex secretario general de Euskadiko Ezkerra (EE).
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