Virguer¨ªas y soser¨ªas

El casi desconocido cineasta neozeland¨¦s Peter Jackson se ha convertido, al llegar este tercer salto mortal de su alarde de circo inform¨¢tico El se?or de los anillos, en toda una celebridad planetaria.

No hay imagen profunda en El retorno del rey. Se mezclan de manera exterior y f¨¢cilmente perceptible las graciosas conquistas iconogr¨¢ficas, los automatismos visuales y las llamadas a la rememoraci¨®n de los meandros del recorrido de las dos anteriores entregas de El se?or de los anillos. Y se percibe aqu¨ª, tras el largo aprendizaje de las dos partes precedentes, un manejo m¨¢s suelto de los hilos del complicado juego, indicios de un aprendizaje de Jackson y su gente de los rincones y escondrijos del enrevesado telar del que hacen brotar un tejido f¨ªlmico demasiado sobrecargado de acontecimientos, de trucos y de ajetreos. Y los abundantes e ingenios¨ªsimos hallazgos -algunos de notable gracia y pegadiza singularidad, como el episodio de la ara?a gigante y la carga de los elefantes, entre muchas otras preciosas batallitas dentro de la sosa y desmedida gran batalla- nos ponen ante el secreto a voces de las insalvables arritmias de fondo que padece, como sus hermanas mayores, El retorno del rey: que hay mejor cine en las minucias que en el todo; que el esplendor de los inventitos choca con la espesura del gran invento. Y gozamos de una riada de maravillosas virguer¨ªas que alimentan el cauce seco de un r¨ªo estruendoso, rimbombante, repetitivo y algo tedioso.