Dubravka Ugresic retrata desde el exilio el alma rota yugoslava
La escritora croata publica 'El Museo de la Rendici¨®n Incondicional'
El alma hecha a?icos que dejan las guerras la pueden ir reconstruyendo como un puzzle las fotograf¨ªas, por ejemplo. Es uno de los utensilios que utiliza Dubravka Ugresic (Croacia, 1949) para bordar El Museo de la Rendici¨®n Incondicional (Alfaguara), un retrato desquiciado y triste de los yugoslavos en el exilio, escrito en Amsterdam, donde reside. "Yo no he abondonado a mi pa¨ªs; ha sido ¨¦l quien me ha dejado a m¨ª", dice.
No quiere dejarse vencer por el azufre de la nostalgia. No quiere mirar atr¨¢s, como algunos de los personajes de su novela, que se desenvuelven en un mundo alocado, desenfrenado muchas veces, entre vegetarianas y lesbianas adoradoras de Mickey Mouse, que sobreviven con el peso de los recuerdos aniquilados por la violencia y la guerra que destruy¨® Yugoslavia. Pero Dubravka Ugresic ha tenido que escribir un libro construido por microcosmos y peque?os fragmentos para dar impresi¨®n de desgarro, de ruptura dif¨ªcil de enmendar: "Es una obra construida en fragmentos para dar la impresi¨®n de gran divisi¨®n, como en los cuadros de El Bosco, que te dan pistas en peque?as partes sobre un todo", afirma la escritora.
Y transcurre buena parte en Berl¨ªn, donde de hecho exist¨ªa el Museo de la Rendici¨®n Incondicional. "Berl¨ªn es la met¨¢fora perfecta de todas las posguerras. Un s¨ªmbolo de la separaci¨®n, del divorcio y la reconstrucci¨®n; un mirador, un espejo donde todos deber¨ªamos reflejarnos para aprender algo", afirma en una entrevista telef¨®nica desde Amsterdam.
All¨ª reside y olvida. Aunque va cada a?o a Croacia. "No soy yo quien ha abandonado a mi pa¨ªs, es ¨¦l quien me ha dejado a m¨ª", dice entre dolida y distante. Pero tambi¨¦n reconoce que lleva ya diez a?os alejada de esos paisajes y que el dolor se va. "Las heridas van curando y el drama tambi¨¦n", afirma. Lo que se impone, para ella es saber c¨®mo afecta a cada ser humano su propia tragedia. "Me pregunto c¨®mo ha afectado todo a la gente, c¨®mo han logrado sobreponerse a los sentimientos. Estoy segura de que nadie ha disfrutado con la guerra. No ser¨ªa normal sentirse bien sobre las ruinas".
Ahora observa c¨®mo su pa¨ªs trata de superar los traumas, pero le preocupan algunas cosas: "Lo que m¨¢s les importa a los pol¨ªticos es la lucha desmesurada por el poder. Veo mucha codicia e indiferencia por los problemas de la gente", afirma. A lo mejor es una de las consecuencias que llevan en la maleta los pol¨ªticos predicadores del nacionalismo, algo absurdo para la escritora: "El coste de la independencia es enorme. No merece la pena pagarlo", asegura. Aunque parece que van escarmentando. "Por lo menos no vuelvo a observar fanatismo, se ha transformado en una especie de nacionalismo educado", afirma.
Guerras anormales
Lo malo fue el primer peaje que se tuvo que pagar por la independencia: la guerra, ni m¨¢s ni menos. "Fue una guerra civil, anormal, como todas las guerras. Nos obligaron a tomar partido por algo, aunque no quisi¨¦ramos. Tuvimos que aceptar las identidades que nos impon¨ªan, ¨¦sa fue la primera humillaci¨®n", asegura.
Luego les visit¨® la locura, tambi¨¦n en forma de imposici¨®n. "La segunda imposici¨®n fue que la gente deb¨ªa aceptar la paranoia como forma de vida. Nos hicieron ver enemigos hasta en nuestras propias casas. Por eso aumentaron tanto los divorcios". Tambi¨¦n se borr¨® el pasado de golpe. "Nos forzaron a olvidarlo y nos prohibieron las cosas normales que hab¨ªamos hecho siempre, la destrucci¨®n no fue s¨®lo material, fue mental y de manera constante", recuerda.
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