El urbanauta ante el muro
De repente, la ciudad se ha hecho navegable. No nos guiamos por la vista, sino por el o¨ªdo, y la voz mansa del GPS autom¨®vil reemplaza a los hitos urbanos que facilitaban la orientaci¨®n en el tapiz ciudadano. Sin que los casquetes polares hayan llegado a fundirse, una inundaci¨®n un¨¢nime y virtual anega el territorio construido, y los conductores recorren periferias como urbanautas abstra¨ªdos. La fantas¨ªa ensimismada de la ciudad sin l¨ªmites como imagen f¨ªsica del mercado global deviene lo que el universo Matrix denomina "el desierto de lo real", disolviendo el espejismo de la arquitectura entre las dunas de agua de un oc¨¦ano agitado por ondas hertzianas. Esas redes de radio que enmadejan el planeta extienden su malla distendida como una ficci¨®n is¨®tropa, representando el territorio con la continuidad indiferente del mar sin horizonte, y la cartograf¨ªa tibia de la ciudad trivial finge ignorar abismos o barreras frente a la navegaci¨®n pl¨¢cida del albedr¨ªo mudable. La met¨¢stasis crepitante de la construcci¨®n ha fabricado un paisaje sin forma, cambiante como un tel¨®n de nubes, y en el que ya no nos orientamos por las estrellas sino por los sat¨¦lites. Cualquier l¨ªnea trazada en ese rostro de arena se desvanece en la memoria como dibujada en el agua, el desorden de los tiempos se incardina en la entrop¨ªa edificada, y el p¨¢nico de tomar la salida equivocada en la autopista se sustituye por el dulce pastoreo de una voz sint¨¦tica que domestica la ciudad sin cualidades de la sociedad del riesgo, templada por las brasas de la vanidad y anestesiada por el placer narc¨®tico de la enso?aci¨®n dist¨®pica.
Con su llegada a Jerusal¨¦n, el muro de Cisjordania adquiere la p¨¢tina m¨ªtica del berlin¨¦s, tomando su lugar en el registro ominoso de las fronteras materiales que hacen da?o a los que habitan en cualquiera de sus lados
Esta acuarela algodonosa de la ciudad en el umbral de siglo traslada bien, en su lentitud silenciosa y casi subacu¨¢tica, la naturaleza informe y amortiguada del territorio transformado en mercanc¨ªa horizontal; pero ese retrato de humo oculta la progresiva fragmentaci¨®n del mundo con fronteras nacionales cada vez m¨¢s impermeables, l¨ªmites comunitarios entre identidades emotivas cada vez m¨¢s excluyentes, y barreras urbanas que protegen recintos cada vez m¨¢s segregados por el temor o el privilegio. El m¨¢s significativo acontecimiento urban¨ªstico del a?o no ha sido la burbuja inmobiliaria occidental, con sus desarrollos residenciales en mancha de aceite, que las advertencias alarmadas del Fondo Monetario, The Economist y los bancos centrales no han acertado a deshinchar; ni el concurso para reconstruir la Zona Cero neoyorquina, una comedia de enredo donde el ardor patri¨®tico de Libeskind se ha disuelto en la eficacia coral de los sospechosos habituales, desde SOM, Foster, Nouvel o Maki con los rascacielos, hasta Calatrava bajo tierra; ha sido el apag¨®n norteamericano del 15 de agosto, que ha puesto de manifiesto la fragilidad de las redes t¨¦cnicas a las que confiamos nuestra supervivencia colectiva: unas redes virtuosas que seis meses antes convocaron a millones de personas en diferentes husos horarios contra la guerra de Irak o recaudaron fondos para la campa?a del dem¨®crata Dean, pero cuya misma interconexi¨®n expone a los ataques v¨ªricos, a la contaminaci¨®n y al colapso por atasco o efecto domin¨®.
De la misma manera, el m¨¢s im-
portante suceso arquitect¨®nico de este ¨²ltimo periodo no ha de buscarse en la culminaci¨®n tras quince a?os de los auditorios de Gehry y Calatrava en Los ?ngeles y Santa Cruz de Tenerife, por m¨¢s que sus curvas gesticulantes expresen bien la contempor¨¢nea voluntad teatral de los edificios p¨²blicos en Am¨¦rica o Europa; ni en los proyectos de Koolhaas y Herzog & De Meuron para las obras emblem¨¢ticas de los Juegos Ol¨ªmpicos de Pek¨ªn, aun reconociendo que enfrentan a los m¨¢s influyentes l¨ªderes de la profesi¨®n en el escenario acelerado del ¨²nico pa¨ªs que puede disputar a Estados Unidos su hegemon¨ªa futura; ha de hallarse probablemente en la construcci¨®n del muro entre Israel y Palestina, s¨ªmbolo instant¨¢neo de las fracturas de un mundo crecientemente segregado por apartheids invisibles como los que ha recordado la presencia de Coetzee en Estocolmo, murallas electr¨®nicas como la que protege la costa andaluza de la invasi¨®n inerme de pateras africanas, y cerramientos vigilados como los que enclaustran la vida cotidiana de las poblaciones urbanas amedrentadas: con su llegada a Jerusal¨¦n, el muro de Cisjordania adquiere la p¨¢tina m¨ªtica del berlin¨¦s -cuya desaparici¨®n agridulce en 1989 evoca estos d¨ªas la lucidez ir¨®nica de Good bye, Lenin-, tomando su lugar en el registro ominoso de las fronteras materiales que hacen da?o a los que habitan en cualquiera de sus lados.
Si un apag¨®n y un muro resumen el momento que vivimos, es porque el optimismo digital de los noventa ha dado paso a la conciencia de la vulnerabilidad de las redes frente al accidente o el sabotaje, y porque la continuidad homog¨¦nea de sus mallas est¨¢ m¨¢s segmentada de lo que nos gustar¨ªa admitir. Acaso complaciendo a los heideggerianos resistentes, el espacio sin suturas de la modernidad igualitaria e ilustrada -el mismo que emplea la f¨¢bula consoladora de la globalizaci¨®n liberal-, se sustituye por un archipi¨¦lago de lugares espec¨ªficos de ra¨ªz rom¨¢ntica, que tematizan sus diferencias para reforzar sus per¨ªmetros. En ese contexto, la arquitectura se trasviste en imagen de f¨¢cil consumo medi¨¢tico, tan huera como el pavo de atrezzo exhibido por Bush en Bagdad, pero tan eficaz como el ave de Acci¨®n de Gracias para colonizar las portadas y las pantallas. Al cabo, la fatiga ante la multiplicaci¨®n de edificios cuyo ¨²nico m¨¦rito para ser publicados y discutidos es el atractivo visual y la originalidad formal se trasmuta en exasperaci¨®n ante el narcisismo hedonista de una subcultura obsesionada por la moda que s¨®lo parece estar atenta a la eclosi¨®n de talentos y tendencias, y una ins¨®lita seriedad comienza a abrirse camino en los debates y en los escritos. Los viejos rockeros con Benjamin y Adorno, los j¨®venes con Sloterdijk y Zizek, y casi todos con Negri/Hardt: en muy diferentes registros de la cr¨ªtica se exploran los perfiles de un engagement redivivo con el dominio pol¨ªtico y social.
M¨¢s all¨¢ del ¨¦xtasis coreogr¨¢fico y la comuni¨®n colectiva del house o las rave, y m¨¢s ac¨¢ de la nouvelle violence de Kill Bill o el gangsta rap, este "nuevo compromiso" (como lo denominan los cr¨ªticos holandeses reunidos en un reciente volumen program¨¢tico) expresa en el terreno de las artes la sensibilidad surgida tras el 11 de septiembre: una mirada que encuentra m¨¢s reflexi¨®n arquitect¨®nica en los corredores interminables del instituto de Columbine filmados por Gus van Sant en Elephant o en el tenebroso descenso a las galer¨ªas de una mina surafricana recogido por Steve McQueen en Western Deep que en la reiteraci¨®n rid¨ªcula de novedades inventivas en las revistas del ramo. La sobrecarga de est¨ªmulos agota los nervios, esa formidable red neuronal que gobierna nuestra interrelaci¨®n con el mundo, y que como las de comunicaciones y transportes sufre aver¨ªas y encuentra barreras a franquear. Contemplando los dibujos de Cajal que actualmente se exponen en Madrid, con sus neuronas estrelladas y la tela de ara?a de las dendritas sugiriendo sinapsis entre cabelleras filiformes, se experimenta el pasmo ante la armon¨ªa arcaica del acuerdo entre el microcosmos y el macrocosmos, pero tambi¨¦n la sensaci¨®n secreta de que el debate entre los radios y la red suscitado en Espa?a por nuestra actual circunstancia centr¨ªfuga no es sino otro espejismo escalar construido por las calenturas de ese cambio clim¨¢tico y sentimental que nos ha hecho urbanautas en la ciudad inundada.
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