Un pa¨ªs tachado del mapa
Hait¨ª, como Somalia, Liberia, Burundi, el conjunto del ?frica negra y el sur maldito en su casi totalidad, no existe m¨¢s que como v¨ªctima que nos amenaza con sus inacabables cat¨¢strofes. Irrecuperables y perturbadores, su ¨²nico destino posible es la implosi¨®n por insignificancia y ocultamiento. Tach¨¦moslos del mapa. Pero de pronto se produce lo inimaginable. Hoy hace exactamente 200 a?os y dos d¨ªas, tras una guerra feroz, un pueblo de negros y mulatos derrota a una expedici¨®n napole¨®nica con 76 nav¨ªos y 22.000 soldados y proclama la independencia de Hait¨ª. A finales del XVII, la isla de Santo Domingo, con una poblaci¨®n de apenas 10.000 habitantes, pasa a manos de los franceses, que la transforman en una colonia de 450.000 esclavos, principal productor mundial de az¨²car.
Ocho a?os despu¨¦s de que la Convenci¨®n acabe con la esclavitud, Santo Domingo se instala en la independencia y Ayiti, "la tierra de las grandes pendientes" en criollo, se dota de padres fundadores -Toussaint-Louverture, Petion, Dessaline, Christophe- e intenta protegerse haci¨¦ndose perdonar la liberaci¨®n de los esclavos y su conquistada independencia. Para lo primero, Carlos X fija la indemnizaci¨®n en 150 millones de francos de oro, que era el presupuesto de la Francia de entonces. Esa deuda, que pes¨® sobre los hombros de Hait¨ª durante todo el siglo XIX, fue en buena medida responsable del estancamiento de la perla de las Antillas durante m¨¢s de cien a?os. Lo segundo es mucho m¨¢s dif¨ªcil, porque ser, por sus solos m¨¦ritos, la primera rep¨²blica negra libre e independiente en la historia del mundo es imperdonable para la parte blanca y occidental de la comunidad internacional.
Nuestra arrogancia y nuestro miedo al otro, sobre todo al negro, se oponen a que emparejemos -?qu¨¦ disparate!- las tres grandes revoluciones de esos a?os: la americana, la francesa y la afroantillana que protagoniz¨® Hait¨ª. Y en ello seguimos. Por eso todas las presentaciones de este bicentenario -eruditas y period¨ªsticas- s¨®lo nos hablan de desastres: 200 a?os de naufragio. La conclusi¨®n es obvia: mejor hubiera sido dejar las cosas como estaban. Adem¨¢s nos dicen que no se puede negar la evidencia. Times Magazine sit¨²a a Hait¨ª entre los 10 pa¨ªses m¨¢s m¨ªseros del mundo, donde la tuberculosis, el paludismo y el sida baten todos las marcas, donde la mortalidad infantil es 20 veces superior a la canadiense, donde la esperanza de vida es 15 a?os menor que en la Rep¨²blica Dominicana.
?Pero esta consideraci¨®n de naci¨®n paria es, como se pregunta Chirstophe Wargny, una condici¨®n ing¨¦nita del pueblo haitiano o la consecuencia de unas determinaciones y de un contexto? En su libro de inmediata aparici¨®n -Hait¨ª n'existe pas, Autrement 2004, Par¨ªs- el autor, compa?ero del presidente Aristide en los a?os noventa y corredactor de su autobiograf¨ªa Tout homme est un homme -Par¨ªs, Seuil 1992-, nos remite a lo que Aristide llama el cerco de las 4 A. A de Argent (dinero en franc¨¦s), equivalente a las grandes familias que con menos del 1% de la poblaci¨®n poseen m¨¢s de la mitad de la riqueza del pa¨ªs; A de Arm¨¦e (Ej¨¦rcito), que con la espada en alto sigue encuadrando, conjuntamente con la polic¨ªa, la vida del pa¨ªs; A de Autoridad eclesi¨¢stica, presente en compl¨®s y manipulaciones -el arzobispo de Puerto Pr¨ªncipe, implicado en una tentativa de golpe contra Aristide, huye al extranjero-; A de Am¨¦rica (Estados Unidos, referente permanente y actor central en todos los avatares de la joven naci¨®n, que ocupa y administra desde 1915 a 1934, que vuelve a intervenir en 1994 para imponer la vuelta del presidente Aristide. A los que hay que a?adir el tr¨¢fico de drogas (cerca del 20% de la coca¨ªna que entra en Estados Unidos transita por Hait¨ª) y las remesas de los emigrantes (algo m¨¢s de mil millones de d¨®lares, tres veces el presupuesto del Estado). Frente a los casi treinta a?os de dictadura de la familia Duvalier y los ocho de dictadura militar, los menos de 10 a?os del r¨¦gimen de Aristide no pueden servir de contrapeso. Hoy el futuro de progreso no est¨¢ con ¨¦l, la gran esperanza de los a?os noventa, pero que se ha derrumbado -?vendido?-, sino en el movimiento social que le acompa?¨® en sus inicios y que ahora, lejos de ¨¦l, se ha recompuesto y fortalecido. Como en tantos otros contextos, la transformaci¨®n en Hait¨ª s¨®lo puede venir de las fuerzas de base.
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