43 bis o 44, ¨¦sa es la cuesti¨®n
Las elecciones presidenciales y al Congreso de noviembre en Estados Unidos van a marcar el a?o. Todos deber¨ªamos poder votar en ellas, dada la importancia de lo que est¨¢ en juego, y que es, en el fondo, que EE UU se consolide como imperio -a costa de su democracia interna y del respeto del derecho internacional; el "imperio del miedo", lo llama Benjamin Barber- o como rep¨²blica, muy poderosa, incluso imperial, pero no imperio. Ya a Rusia se le advirti¨® tras la desaparici¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en 1991 que ten¨ªa que elegir entre ser imperio o democracia, aunque se ha quedado en ni lo uno ni lo otro. Estados Unidos se enfrenta a un dilema semejante. Clinton fue el presidente de la globalizaci¨®n. Bush lo es de la conversi¨®n de EE UU en imperio. ?Se consolidar¨¢ esta tendencia?
Tras el 11-S y casi sin discusi¨®n, se aprob¨® la famosa Ley Patri¨®tica. Tres a?os despu¨¦s, aprovechando el ruido de la detenci¨®n de Sadam Husein, Bush firm¨® la segunda parte de esta ley, escondida en la de Autorizaci¨®n de Inteligencia. As¨ª, por la puerta trasera de la aprobaci¨®n de la financiaci¨®n de esos servicios, se han ampliado considerablemente los poderes del FBI para investigar, sin rendir cuentas, por ejemplo, unas "instituciones financieras" que ahora, en una curiosa definici¨®n, incluyen desde los casinos a las l¨ªneas a¨¦reas. Claro que esta ley fue previamente aprobada tanto por los republicanos como por los dem¨®cratas, aunque entre ¨¦stos algunos empiecen a cuestionar que la b¨²squeda de la seguridad absoluta se haga a costa de las libertades.
A menudo se ha presentado a este Bush, el presidente n¨²mero 43, no como el hijo de su padre, el 41, sino como el nieto de Reagan, el 40, por su pol¨ªtica de gasto militar y recorte de impuestos a costa de un d¨¦ficit presupuestario que acaba financiando el resto del mundo. Pero en su campa?a para la reelecci¨®n ha dejado completamente marginados a los republicanos partidarios de un Estado m¨ªnimo -salvo en lo militar- al hacer suya en buena parte la agenda social de los dem¨®cratas con su empuje de Medicare y de un mayor control y apoyo centrales a la educaci¨®n. Poco importa que llegara al poder tres a?os atr¨¢s con un super¨¢vit en las cuentas del Estado del 1% al 2% del PIB, y que en 2004 se prevea un d¨¦ficit de un 5%. ?O s¨ª importa? Algunos observadores piensan que la econom¨ªa de EE UU seguir¨¢ creciendo y ayudar¨¢ a restablecer los equilibrios. Otros, que, si gana las elecciones, veremos a un Bush -y, si pierde, a un dem¨®crata- obligado a recortar programas sociales y de gasto p¨²blico y subir impuestos (lo que no redundar¨¢ en beneficio de las econom¨ªas europeas), y, quiz¨¢s, a reducir su activismo internacional. Aunque, a juzgar por los planes de Colin Powell, posible vicepresidente en sustituci¨®n de Cheney, EE UU seguir¨¢ siendo intervencionista, de Cuba a Oriente Pr¨®ximo.
Los dem¨®cratas tienen a¨²n que elegir su candidato. En la sombra espera su oportunidad Hillary Clinton con el mejor asesor que pueda tener: su propio marido, el 42. Si Bush gana en noviembre, se le abrir¨¢n de par en par las puertas para ser candidata y, muy posiblemente, presidenta en 2008, la 44 y primera mujer. Para entonces est¨¢ por ver si EE UU se habr¨¢ consolidado como imperio (por definici¨®n, unilateral) o no.
La pol¨ªtica exterior puede desempe?ar un papel importante en estas elecciones. Todo depende de lo que ocurra en Irak, o en tres puntos negros cercanos: Israel y Palestina, Arabia Saud¨ª y Pakist¨¢n, tras los dos intentos de asesinato del presidente Musharraf. Pero, en el fondo, y pese al 11-S, al votante medio de EE UU esto le importa relativamente poco mientras le aseguren la hegemon¨ªa militar y econ¨®mica de su pa¨ªs y su modo de vida. Y si Irak pesa en la campa?a electoral, mirar¨¢ m¨¢s que a los errores del pasado a qui¨¦n parezca m¨¢s capaz de gestionar el futuro de ese pa¨ªs y de esa regi¨®n. En ese futuro, al menos en EE UU, puede haber menos diferencias entre los unos y los otros.
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