Melchor, te queremos
El fot¨®grafo Guerrero y esta cronista somos pajes -parece ser que voluntarios- del rey Melchor. Fuimos elegidos, junto con los otros 600 humanos, mediante sorteo. Tenemos ensayo y prueba de vestuario en el Palau de la Metal-l¨²rgia.
"A ver, los pajes, al fondo", nos dice una encargada despu¨¦s de comprobar nuestros nombres. Nos dirigimos hacia un recinto habilitado con sillas y lleno de sombreros, botas y trajes de colores brillantes. El caso es que, cuando nos ven llegar, no nos visten como a los dem¨¢s. "Estos dos mejor que se pongan las chilabas", ordena un encargado. Nos enfundan con dos moradas y dos gorros de est¨¦tica ecosocialista. Somos los ¨²nicos que vestimos as¨ª, de manera que nuestros compa?eros de reparto, tan dignos con sus trajes brillantes, se r¨ªen al vernos. "Els del rei ros a l'autocar!", nos apremia una chica, empuj¨¢ndonos. "41 y 42", canta la azafata cuando subimos.
El conductor pone el motor en marcha. Detr¨¢s de nosotros se sientan el paje Gregori y el sult¨¢n de Brahmaputra. "Heu sentit aix¨° del cometa?", pregunta Gregori. "?s l'estrella dels reis. Un senyal pels descreguts. I a sobre no hi ha hagut ferits, ni res". A punto de salir, una monitora pega un grito. "?Dios m¨ªo! ?Se nos olvida la cabeza de la luna!". Hay revuelo. "?Llama por el m¨®vil, que nos la traigan ya!", le ordena otra. Y mientras no llega la cabeza, repasa la coreograf¨ªa con los voluntarios. "Primera f¨®rmula, ?nos acordamos? Cuatro por nada. ?Tut¨²-tut¨²-tut¨²! Y que no se os olvide mirar a la derecha, porque a la izquierda no hay ni Dios". Llega la cabeza de la luna, azorada, y todos respiran con alivio. Nos vamos. Por el camino hacia el Pla de Palau, un autob¨²s tur¨ªstico se cruza con nosotros. Nos hacen fotograf¨ªas (en especial a la cabeza de la luna, que tiene ese aire gaudiniano).
Luego, toca ensayo de los carteros reales. "Animats i festius, els carters reials fan la seva coreografia", repite una voz por la megafon¨ªa. Como nos mantenemos al margen, los ni?os nos dan sus cartas (que hacemos llegar a los carteros de Sus Majestades). Un ni?o observa a Guerrero. "Per¨° si aneu disfressats...", nos recrimina con desprecio. Su madre le aclara que somos voluntarios y se lo lleva.
Despu¨¦s, nos conducen al parque de la Ciutadella, de donde saldr¨¢ la comitiva. En la carroza de Melchor, ni?os embelesados vestidos de azul, tambi¨¦n voluntarios, se ponen las botas a base de comer caramelos ¨¢cidos de la marca Hit. Lourdes Rocasalbas es la monitora encargada de contener su emoci¨®n al lanzarlos. "I quan pari la carrossa no es tiren caramels", advierte. Nos confiesa que no para de contar a sus pupilos. Son 10, y teme que alguno se le caiga de la carroza.
El caso es que hay cr¨ªos que est¨¢n m¨¢s cerca de los reyes que otros. "?Sois voluntarios?", les pregunto a los privilegiados. "Algunos somos los hijos de los patrocinadores", me cuenta uno, con gafas. El alcalde Joan Clos acaba de llegar. "Joan, Joan!", chilla una se?ora detr¨¢s de una valla, "no te'n recordes de mi? Vejam si deixes passar els nostres nens!". La s¨²plica surte efecto, porque al cabo de nada, los miembros de seguridad dejan entrar a los ni?os de la se?ora. A su lado, una madre se indigna. "Aix¨° ¨¦s una injust¨ªcia!". Encabeza un mot¨ªn tan redondo y elegante que los vigilantes no tienen m¨¢s remedio que dejarles pasar a todos.
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