'Vini, vidi' ?Da Vinci!
"La teor¨ªa social de la conspiraci¨®n es una consecuencia de la falta de Dios como punto de referencia, y de la consiguiente pregunta: ?qui¨¦n lo ha reemplazado?". Esa importante cuesti¨®n, formulada por Karl Popper en 1969, inducido por la sensaci¨®n de "perspicacia extrema" entre los "conspiranoides", es un asunto que el g¨¦nero novel¨ªstico ven¨ªa plante¨¢ndose desde el siglo XIX, uniendo al qui¨¦n otros factores importantes: el c¨®mo y el desde cu¨¢ndo. Curiosamente fue el follet¨ªn, el cual basaba su atracci¨®n y su ¨¦xito en el hecho de relatar situaciones formidables mediante personajes formidables, el modelo literario que predijo la sustituci¨®n tanto de la idea de Dios como de su oponente, la idea que encarna el realismo, con las aventuras de tipos de todas las ¨¦pocas sumergidos en la conjura, el secreto y lo oculto. El Joseph Balsamo de Alejandro Dumas sobre el personaje de Cagliostro o El jud¨ªo errante, de Eugenio Sue, aunque s¨®lo deseasen atraer al p¨²blico con material inaudito, especulan sobre la existencia de cultos secretos a lo largo de una historia secreta. Ese follet¨ªn conspiratorio, elevado a la categor¨ªa de arte, es lo que hace de Los
EL C?DIGO DA VINCI
Dan Brown
Traducci¨®n de Juan Jos¨¦ Estrella Gonz¨¢lez
Umbriel. Barcelona, 2003
560 p¨¢ginas. 16,50 euros
demonios, de Dostoiesvki, el eje, el antes y el despu¨¦s de un cierto tipo de novela que combina ardides en la sombra con una investigaci¨®n psicol¨®gica y metaf¨ªsica.
Se ha hablado poco de la no-
table influencia que la teosof¨ªa, un remedo m¨¢s o menos serio de rosacrucismo y espiritismo, ejerci¨® sobre la novela a principios del siglo XX. Contra la influencia de uno de sus m¨¢s famosos disc¨ªpulos, Aleister Crowley, est¨¢ escrita El hombre que fue Jueves, la obra maestra de G. K. Chesterton sobre conspiradores, logias, se?as y susurros. De modo paralelo, el realismo, al ir dando cuenta de la locura progresiva del mundo, integra en sus filas a dos escritores cuya obra logra que la narrativa popular se integre en la culta como factor crucial. Hablo de Nathanael West y Roberto Arlt. De las fuentes narrativas del segundo, Ricardo Piglia ha se?alado una serie de rasgos que son aplicables al primero: impacto de las ficciones p¨²blicas, invenci¨®n de los hechos, fragmentaci¨®n del sentido y l¨®gica del complot. ?stas ser¨¢n las armas fundamentales de los escritores que abunden, desde la posguerra, en una investigaci¨®n narrativa de la l¨®gica paranoide y de su historia: el Borges de La muerte y la
br¨²jula, los estadounidenses Gaddis, Pynchon, Mailer, Coover y DeLillo, el italiano Sciascia o el Anthony Burguess de Los poderes terrenales. A este grupo se pueden sumar tres ejemplos de novela popular que trasciende sus presupuestos al introducir magn¨ªficamente en sus tramas las preguntas sobre los qui¨¦n, los c¨®mo y los desde cu¨¢ndo. Me refiero a la obra completa de Philip K. Dick y a las singulares El gran reloj, de Kenneth Fearing, y El percher¨®n mortal, de John Franklin Bardin. De esta corriente, y te?ida de sesentayochismo y el resto de "ismos" que se arrastran con su caudal, se derivan dos l¨ªneas de novela conspiratoria. Una dura, que encarnar¨ªa como nadie el propio Ricardo Piglia, y otra m¨¢s ligera y tard¨ªa de la que dan ejemplo, algo afectado de s¨ªndrome de Estocolmo, las sucesivas cofrad¨ªas italianas Luther Blisset y Wu Ming. Aunque no lo reconozca, esta ¨²ltima escuela tiene como maestro al piamont¨¦s Umberto Eco, el cual, por azares mercantiles, convirti¨® la pr¨¢ctica de un juego culto en best seller. Aunque su obra m¨¢s lograda sea El nombre de la rosa, la m¨¢s influyente para el asunto que nos ata?e es El p¨¦ndulo de Foucault, una novela que pretende, y muy seriamente, decir la ¨²ltima palabra sobre la conspiraci¨®n de tipo ocultista y su historia secreta. Aunque, seg¨²n mi criterio, no logra su objetivo ni en cuanto a artefacto popular ni art¨ªstico, se trata de un intento inteligente elaborado por un escritor inteligente. De eso, no cabe duda. El gran problema es que esa obra, y los tiempos, dieron paso a otros productos con inevitable vocaci¨®n comercial que bajo los lemas "incre¨ªble, pero cierto" y "ense?ar deleitando" provocan el tedio y divulgan la ignorancia fundamental de sus autores: un infrafollet¨ªn del siglo XXI. Primero fue Katherine Neville y El ocho. Ahora le toca a El c¨®digo Da Vinci: el bodrio m¨¢s grande que este lector ha tenido entre manos desde las novelas de quiosco de los a?os setenta.
Y el problema de El c¨®digo
Da Vinci no es que tienda al grado cero de escritura. Ni que sea aburrido, prolijo donde no debiera, torpe en las descripciones y en la introducci¨®n de datos sobre ese interesant¨ªsimo y original¨ªsimo misterio en torno al Santo Grial, Leonardo y el Opus. Tampoco es un problema que repita esos datos en p¨¢ginas contiguas para que hasta un hipot¨¦tico "lector muy tonto" llegue a asimilarlos. Ni que escamotee ciertos fundamentos de la trama del modo m¨¢s grosero hasta que resulten ¨²tiles y entonces se les haga aparecer del modo m¨¢s burdo. Ni importa que las frases sean bobas, y bobas sean tambi¨¦n las deducciones de unos protagonistas de quienes se nos comunica, pero no se nos describe su inmensa inteligencia. Ni que su autor carezca de la m¨ªnima "astucia narrativa", y no lo comparo ahora con Chesterton, sino con una anciana a la que han timado en la pescader¨ªa e intenta atraer nuestra atenci¨®n con cierto suspense en el relato. Tampoco importa que los di¨¢logos carezcan de toda naturalidad, sino que cometan la aberrante indecencia de que ni se finjan comunicaci¨®n entre personas, que se dialogue con el ¨²nico objeto de que el lector sepa lo instruido que es el autor. Tambi¨¦n se puede pasar por alto que el autor no sea, al fin y al cabo, instruido. Se puede perdonar todo, lo que no se puede perdonar es que esta novela se promocione, y no s¨®lo por los canales publicitarios convencionales, como un producto de cierto valor. Para entendernos, Dan Brown y su c¨®digo tienen que ver con la novela popular lo que Ed Wood con el cine. Es completamente leg¨ªtimo, aunque no siempre sea id¨®neo, que una editorial se preocupe por la comercialidad de sus productos y todos nos alegramos de un ¨¦xito, pero no se puede insultar a una tradici¨®n de grandes artistas y de artesanos competentes con algo tan miserable. Y no puedo dejar de felicitar a las editoriales de todo el mundo que en su d¨ªa rechazaron la publicaci¨®n de esta infamia y ahora no se arrepienten. Es la demostraci¨®n de un resto de dignidad, no s¨®lo en el mundo editorial, sino en el sistema mercantil.
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