La obra inexistente
En los primeros a?os de la revoluci¨®n rusa el t¨¦rmino leon¨ªdovshina se convirti¨® en sin¨®nimo de una experimentaci¨®n tan desmesurada como irrealizable, pasando as¨ª a ser la ¨²nica obra perdurable del hombre del que derivaba la palabra, Iv¨¢n Leon¨ªdov, un arquitecto de asombrosa imaginaci¨®n, capaz de poderosos proyectos que en ning¨²n caso llegaron a hacerse realidad. Leon¨ªdov, por tanto, pese a sus frustraciones pr¨¢cticas, tiene el enorme m¨¦rito de haber dado nombre a un talante, o a un destino, en pugna con rivales de gran potencia para la utop¨ªa como Rodchenko, V¨¦rtov, Tatlin o Meyerhold.
Leon¨ªdovesco o leon¨ªdoviano -no s¨¦ qu¨¦ es m¨¢s adecuado- ser¨ªa, pues, la denominaci¨®n id¨®nea para quien cae o se eleva en una experimentaci¨®n demasiado desbordada, y aunque no s¨¦ si la actual cultura rusa guarda memoria de esa atribuci¨®n valdr¨ªa la pena conservarla. Es curioso el modo en que se imponen esos derivados que acaban transform¨¢ndose en categor¨ªas: kafkiano es, seguramente, el de m¨¢s impacto en el mundo contempor¨¢neo, hasta el punto de que lo utilizan en muchas conversaciones desconocedores probables de los textos de Kafka; dantesco o goyesco se usan, no siempre con acierto, como calificativos del horror o de lo grotesco, un privilegio sem¨¢ntico que Dante o Goya comparten, sorprendentemente, con pocos cl¨¢sicos. Bu?uelesco o felliniano, vinculados a un determinado tipo de iron¨ªa, trascienden, gracias a la popularidad moderna del cine, las propias obras de Bu?uel o Fellini. Leon¨ªdoviana o leon¨ªdovesca ser¨ªa, en cambio, aquella obra que parad¨®jicamente no acabar¨ªa por realizarse nunca, y quiz¨¢ por esto ser¨ªa tanto m¨¢s necesaria.
No es dif¨ªcil, por ejemplo, llegar a esta conclusi¨®n tras visitar la exposici¨®n que se celebra en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona bajo el r¨®tulo La ciudad que nunca existi¨®, una excelente antolog¨ªa de escenarios alternativos de la ciudad real: paisajes so?ados, paisajes proyectados pero nunca materializados, paisajes concebidos desde el primer momento para subvertir las leyes de la realidad. La ciudad rota en fragmentos y luego recompuesta no desde la necesidad, sino desde la libertad. Los poetas y los pintores han dibujado siempre arquitecturas que iban m¨¢s all¨¢ de la producci¨®n posible. Sobre todo los pintores: la exposici¨®n recoge una peque?a pero significativa muestra de las aportaciones de la pintura, desde los capricci barrocos a De Chirico, Klee o Ernst.
Los arquitectos asimismo, y de la manera m¨¢s decisiva, han contribuido a que la ciudad respirara con la atm¨®sfera de la utop¨ªa. Para llegar al extremo de Iv¨¢n Leon¨ªdov es imprescindible que grandes talentos de la arquitectura hayan advertido la necesidad de volar por encima del pragmatismo. Que Leon Battista Alberti, al final de su vida, valorara m¨¢s los proyectos que las realizaciones da una idea de hasta qu¨¦ punto la gran arquitectura se enraiza siempre en los m¨¢s audaces suelos de la imaginaci¨®n. La "ciudad que nunca existi¨®" no es s¨®lo aquella que ¨²nicamente pertenece al sue?o o al delirio o a la fantas¨ªa, o aquella hip¨®tesis trazada voluntariamente como imposible, o aquella perdida en papeles err¨¢ticos, sino que es tambi¨¦n la "ciudad que todav¨ªa no existe". Ning¨²n proyecto arquitect¨®nico -o po¨¦tico, musical, pict¨®rico-, si es ambicioso y honesto, y por tanto aut¨¦ntico, deja de llevar en s¨ª la esperanza de una futura encarnaci¨®n por m¨¢s que el presente le sea reacio.
Es a este respecto que se echa en falta en nuestra ¨¦poca el esp¨ªritu de experimentaci¨®n que permita entrever una vida distinta a trav¨¦s de una creatividad tambi¨¦n distinta. No escasean, desde luego, las grandes propuestas constructivas, pero falla dr¨¢sticamente la capacidad para pensar, y para so?ar, m¨¢s all¨¢ del marco impuesto por las supuestamente inalterables leyes de la realidad, es decir, del mercado. Sin el esp¨ªritu experimentador, la ciudad no respira, incapaz de medirse con las ciudades que nunca existieron y tambi¨¦n incapaz de fascinarse con aquellas otras, criaturas del deseo, que todav¨ªa no existen.
Claro est¨¢, por otro lado, que esta carencia de la arquitectura actual, en sinton¨ªa con lo que sucede con las otras artes, est¨¢ ¨ªntimamente vinculada al miedo a la utop¨ªa caracter¨ªstico de nuestro tiempo y a la confusi¨®n, muy frecuente, entre el uso de una tecnolog¨ªa avanzada y la militancia en la experimentaci¨®n est¨¦tica. Cuando a menudo sucede a la inversa, y el conformismo art¨ªstico viene acompa?ado de instrumentos t¨¦cnicamente sofisticados, sin que en ning¨²n momento se socaven las reglas sobre las que est¨¢ construida la sociedad. La repugnancia ante la utop¨ªa, que en la pol¨ªtica justifica posiciones conservadoras m¨¢s o menos agresivas, tiene consecuencias fatales para el arte, al romper el cord¨®n umbilical que une el limitado mundo cotidiano con el ilimitado mundo de la imaginaci¨®n.
Por eso son importantes personajes como Iv¨¢n Leon¨ªdov, aunque no llegara a realizar ninguna obra. O precisamente por esto: Leon¨ªdov protagoniza, en alg¨²n sentido, aquel Monumento Universal a la Utop¨ªa solicitado en 1919 por Vasili Kandinsky. Un ant¨ªdoto frente al conformismo. El arte existente siempre ha dependido del arte que nunca existi¨®.
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