La siembra del miedo
Una de las primeras tareas del Estado es la de ser proveedor de seguridad. La definici¨®n de Max Weber seg¨²n la cual el Estado tiene el monopolio leg¨ªtimo de la violencia dentro de un determinado territorio sigue vigente. Por eso, conviene atender con cuidado a los peligros derivados de la privatizaci¨®n de la fuerza sobre los que advert¨ªa Raenette Taljaard en su columna del pasado s¨¢bado del Herald Tribune a prop¨®sito de la situaci¨®n en Irak as¨ª como tambi¨¦n a los l¨ªmites del outsourcing en los Ej¨¦rcitos porque el campo de batalla dista de ser sin m¨¢s otra ¨¢rea de negocios y el incentivo del beneficio puede distorsionar las decisiones sobre la estrategia de seguridad.
En principio, las autoridades gubernamentales suministraban seguridad y se esforzaban en dar confianza y tranquilidad a la poblaci¨®n. As¨ª suced¨ªa ante las amenazas de cualquier tipo surgidas de las cat¨¢strofes naturales, de las epidemias, de las fugas de radioactividad, de la delincuencia o de las provenientes de otros pa¨ªses cuando se declaraban las guerras. Pero ahora sucede como si se hubieran descubierto las ventajas de multiplicar las alarmas y difundir el miedo. Porque una poblaci¨®n temerosa resulta mucho m¨¢s manipulable y enseguida se entrega a la pr¨¢ctica de la docilidad sin ofrecer resistencia cr¨ªtica alguna. Una vez instalado el miedo es muy f¨¢cil imponer la disciplina del asentimiento y presentar al discrepante o al librepensador como una amenaza insoportable.
La Administraci¨®n de Bush se ha convertido en un ejemplo paradigm¨¢tico de lo anterior despu¨¦s del 11-S. Cada ma?ana, la ciudadan¨ªa se despierta con nuevas advertencias sobre el ¨¢ntrax, las armas qu¨ªmicas o los atentados que pueden alcanzar los puentes, el metro, los aviones comerciales o la fiesta de fin de a?o en la neoyorquina Times Square. Entonces, una vez ambientado el barrunto de cat¨¢strofe, para su conjura se adoptan toda clase de medidas de excepci¨®n que saltan por encima de las garant¨ªas de los derechos humanos m¨¢s elementales como estamos viendo en Guant¨¢namo o con los detenidos sin cargos en territorio metropolitano de los Estados Unidos. Disentir sobre la guerra de Irak se convierte en grave falta al patriotismo y as¨ª sucesivamente. Como ha escrito Stephen Cecchetti en el Financial Times, en lugar de educar a la gente acerca de lo que es seguro y de lo que es peligroso, el Gobierno de Washington prefiere almacenar temores.
Aqu¨ª tambi¨¦n Aznar ha sabido aplicar la lecci¨®n. Las mentiras y exageraciones de sus amigos Bush y Blair fueron repetidas una y otra vez por nuestro presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados y en la televisi¨®n para que todos le acompa?aran a la guerra de las Azores como a Mambr¨². Pero mientras en Washington y Londres sus colegas de ultim¨¢tum se ven forzados a responder de sus excesos aqu¨ª parece como si fueran gratis sin que se computen m¨¢s desmanes que los atribuidos a quienes se negaron a comulgar con las ruedas de molino de las armas de destrucci¨®n masiva o de las inexistentes conexiones de Sadam Husein con los terroristas de Al Qaeda. La maquinaria de la insidia, manejada por la mano maestra del PP, logr¨® descalificar a la oposici¨®n y expulsarla a las tinieblas exteriores de la irresponsabilidad c¨ªvica y de la insolvencia internacional.
De nada sirve que los medios m¨¢s prestigiosos de Estados Unidos hayan por fin reaccionado frente a las intoxicaciones interesadas de los fundamentalistas, ni que el propio senador Edward Kennedy considere la pol¨ªtica iraqu¨ª de Bush un fraude colosal. Ni que para las relaciones angloamericanas el problema fundamental sea, como subraya William Pfaff, que en la cuesti¨®n de Irak Estados Unidos se haya comportado conforme a las necesidades sobrevenidas de su pol¨ªtica interior dejando a los brit¨¢nicos en la posici¨®n de seguirles sin saber ad¨®nde se dirig¨ªan de modo que la opci¨®n de Londres por los neocons en detrimento de Europa entra?e el riesgo del rid¨ªculo. Aqu¨ª estamos exentos de esos problemas y la campa?a electoral va a ser la siembra del miedo. Nos van a machacar con la interminable enumeraci¨®n de los desastres inevitables que suceder¨¢n a menos que se reitere en las urnas la mayor¨ªa que busca el PP. Atentos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.