El fugitivo de una generaci¨®n
LLEVA M?S de diez a?os huyendo de su propia sombra. Una sombra, valga decirlo, cada vez m¨¢s alargada. Entre los escritores espa?oles que en la actualidad cuentan con menos de cuarenta a?os, Ray Loriga ha sido y sigue siendo, seguramente, el m¨¢s se?alado. A que sea as¨ª contribuy¨® en su momento la feliz conjunci¨®n de su talento innegable con la oportuna coyuntura en que debut¨®. En efecto, la publicaci¨®n de Lo peor de todo, en el a?o crucial de 1992, fue el detonante de uno de los ¨²ltimos fen¨®menos de amplia escala que ha tenido lugar en la narrativa espa?ola: el de la "joven narrativa" de los noventa. Ya Constantino B¨¦rtolo, intuitivo editor de aquella encantadora novela, lo dec¨ªa en la sobrecubierta del libro: "Con esta novela vuelve a cobrar sentido el tan manoseado t¨¦rmino de joven narrativa". No sab¨ªa hasta qu¨¦ punto acertaba.
Hacia 1992, el sorprendente fen¨®meno de expansi¨®n y afianzamiento que en el plano sociocultural hab¨ªa supuesto la llamada "nueva narrativa" de los ochenta -fen¨®meno muy solidario de las pol¨ªticas culturales de los sucesivos gobiernos socialistas- hac¨ªa ya tiempo que ven¨ªa manifestando s¨ªntomas de agotamiento. El debut, a comienzos de los noventa, de talentos tan s¨®lidos como los de Bel¨¦n Gopegui o Francisco Casavella, aseguraba la consistencia y la continuidad del nivel adquirido, pero no fue percibido como un relevo generacional, tampoco como un cambio decisivo de registro. Durante "la pleamar de los ochenta" (el t¨¦rmino es de Francisco Rico), escritores j¨®venes, e incluso muy j¨®venes (no se olvide que Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n debut¨® a los 24 a?os), compartieron cartel con otros escritores veteranos, e incluso muy veteranos, sin que su edad se tuviera por aquel entonces como otra cosa que por un signo de precocidad y de saludable regeneraci¨®n.
Hacia 1992, sin embargo, empezaba a cundir una expectativa de recambio motivada por razones no estrictamente literarias. Los "ni?os" de la transici¨®n, toda una promoci¨®n de j¨®venes nacidos en torno a 1968 y crecidos en la estridente y descerebrada cultura de la movida y sus equivalentes m¨¢s o menos underground, empezaban a hacerse objeto de curiosidad y de especulaciones. Y en esto apareci¨® Ray Loriga con Lo peor de todo, una novela que funcionaba casi como un manifiesto generacional y a la que su propio autor se refer¨ªa en los siguientes t¨¦rminos: "?sta es una novela acerca del desaliento, acerca de todo lo que uno tiene que hacer aunque no quiera y de lo raras que son las cosas algunas veces. Lo peor de todo cuenta en primera persona la vida de un tipo que se extra?a, que se cansa y que no avanza. Lo que pretendo escribir es un libro sencillo y directo sobre un punto de vista y un mont¨®n de cansancio".
?Qu¨¦ m¨¢s se pod¨ªa pedir, dado el estado de cosas?
H¨¦roes, la segunda novela de Loriga, ya fue lanzada, apenas un a?o despu¨¦s, por una poderosa editorial, Plaza & Jan¨¦s, cuya direcci¨®n acababa de asumir por aquel entonces Enrique Murillo (que desde entonces ha ejercido como tutor de Loriga, quien le ha dedicado su ¨²ltima novela). Aqu¨¦l fue el primer libro -luego se convertir¨ªa en una pr¨¢ctica habitual- en el que la fotograf¨ªa de su autor ocupaba toda la cubierta. Loriga aparec¨ªa all¨ª convertido en su propio icono, mirando desafiantemente al lector y empu?ando una cerveza: postul¨¢ndose ¨¦l mismo de este modo como una estrella del rocanrollo.
"Siempre quise ser una estrella del rock and roll", dice el narrador de H¨¦roes. "Quer¨ªa sentir cierto dolor extra?o al que s¨®lo las estrellas de rock and roll est¨¢n expuestas y quer¨ªa explicarlo todo de una manera confusa, aparentemente superficial, pero sincera, algo que s¨®lo pueden apreciar los que han estado enganchados a la cadena de hierro y az¨²car del rock and
roll".
De nuevo acertaba Loriga en lo de dar el tono. Muy pronto, apenas un a?o despu¨¦s, la literatura espa?ola iba a empezar a infestarse de novelas -¨¦stas s¨ª confundidas y superficiales, en su mayor¨ªa- escritas por autores j¨®venes y no tan j¨®venes bajo las consignas de la perplejidad, la sinceridad, la inocencia, el narcisismo, la desesperaci¨®n y el cansancio.
En 1994 (el mismo a?o en que aparece una de las mejores secuelas de Lo peor de todo, Dibujos animados, de F¨¦lix Romeo), Jos¨¦ ?ngel Ma?as qued¨® finalista del Premio Nadal con Historias del Kronen, que en pocos meses se convierte en un fen¨®meno de imprevistas proporciones y que moviliza a la industria editorial a la b¨²squeda y captura de autores en ciernes, capaces de documentar los h¨¢bitos y la sentimentalidad de las j¨®venes generaciones a trav¨¦s, preferiblemente, del m¨¢s chato costumbrismo urbano, convenientemente disfrazado para la ocasi¨®n.
Los nombres de muchos de los autores por entonces catapultados, incluido el del propio Ma?as, han sucumbido, en menos de una d¨¦cada, en un olvido m¨¢s o menos discreto, m¨¢s o menos piadoso, que conviene no remover (seg¨²n se empe?an en hacer algunos editores irresponsables o desesperados). Pero la marca "joven narrativa" acapar¨® durante todo ese tiempo el primer plano de la narrativa espa?ola y movi¨® a observadores y cr¨ªticos m¨¢s o menos atolondrados a meter en un mismo saco, en raz¨®n de su juventud, a escritores de muy diferente cuerda y de val¨ªa asimismo muy distinta.
En relaci¨®n a casi todos ellos, Ray Loriga, el precursor, ha ocupado siempre un lugar aparte. Para lo cual ha debido concentrar buena parte de sus energ¨ªas en huir de los t¨®picos, los sambenitos y las odiosas compa?¨ªas que unos y otros se han empe?ado en endosarle. "Siempre he sentido la necesidad de distanciarme de los dem¨¢s", declaraba no hace mucho. Y dec¨ªa no sentirse nada c¨®modo con el papel de flautista de Hamelin que a veces pretenden atribuirle. Por lo dem¨¢s, ¨¦l mismo, como escritor, se ha caracterizado en todos estos a?os por la b¨²squeda de registros cada vez distintos, lo que ha dado lugar a excelentes novelas, como Tokio ya no nos quiere (1999), y a interesantes aunque fallidas intentonas, como Tr¨ªfero (2000). En el camino, Loriga ha cosechado un satisfactorio reconocimiento internacional y se ha mantenido prudentemente alejado de Espa?a durante m¨¢s de cuatro a?os, sustray¨¦ndose de este modo al personaje en que lo han pretendido encasillar.
La trayectoria mutante de Loriga apenas permite, en la actualidad, hablar de seguidores. A la mayor parte de ellos los ha ido dejando ¨¦l en el camino. Por lo dem¨¢s, como tantos escritores m¨¢s o menos j¨®venes, Loriga ha sentido la poderosa atracci¨®n del cine, que viene absorbiendo una parte importante de su tarea de escritor. De hecho, se manifiesta a lo largo de toda su trayectoria una tenaz desconfianza -casi podr¨ªa decirse suspicacia- hacia la instituci¨®n literaria. Sus cambios de rumbo son consecuencia tanto de la insatisfacci¨®n como de una cierta perplejidad en relaci¨®n a su propio talento poderos¨ªsimo. No est¨¢ claro que sea una l¨¢stima. En cualquier caso, en relaci¨®n al menos al fen¨®meno de la joven narrativa que prosper¨® en los noventa, se hace cada vez m¨¢s evidente que toda aquella algarab¨ªa s¨®lo conten¨ªa una voz de verdad: la de Ray Loriga, que entretanto contin¨²a su propia fuga personal.
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