Los seres incompletos
La declaraci¨®n del a?o que acaba de terminar como A?o Europeo de la Discapacidad ha querido llamar la atenci¨®n sobre tantos seres humanos que padecen en el mundo alg¨²n tipo de disminuci¨®n ps¨ªquica o f¨ªsica. El diccionario de la RAE define la discapacidad como una minusval¨ªa. Es, pues, un t¨¦rmino que remite a la existencia de una normalidad, que, no lo olvidemos, es un concepto estad¨ªstico. Todos estamos de acuerdo en que un ciego, al no poder regir su conducta por un sentido tan esencial como la vista, est¨¢ en inferioridad de condiciones respecto a los hombres que s¨ª pueden hacerlo, pero ?esto supone que sea menos valioso? (es eso lo que significa minusv¨¢lido: privado de una parte de su valor). A¨²n m¨¢s, ?qu¨¦ es ser normal, un hombre normal? Bien mirado, lo normal es que no sepamos qui¨¦nes somos, que siempre estemos haci¨¦ndonos. Lo que nos define como hombres, en definitiva, no es tanto lo que tenemos, sino el proceso por el que podemos llegar a transformarnos en otra cosa. No lo que somos, sino lo que deber¨ªamos ser. Por eso en los cuentos, al contrario que en la vida ordinaria, las carencias o disminuciones f¨ªsicas no siempre significan algo negativo. En La sirenita de Andersen, por ejemplo, la p¨¦rdida de voz o los problemas de locomoci¨®n de su protagonista no son percibidos por sus lectores como una tara, sino como un signo de la excelencia de esa criatura que, abandonando su reino de las profundidades marinas, y movida por la fuerza del amor, busca transformarse en una muchacha. Es decir, en alguien que debe renunciar a su canto de sirena precisamente para poder hablar y tener un alma inmortal, como si las palabras tuvieran que surgir precisamente de esa renuncia a la embriaguez del canto. Es de ese constante estar haci¨¦ndonos, propio de la condici¨®n humana, del que hablan todos los cuentos que existen, cuya misi¨®n no ser¨ªa tanto dar cuenta, a la manera de la religi¨®n o la estad¨ªstica, de una ¨²nica verdad como hacer posible que cada uno pueda contar su propia verdad a los otros.
Vivimos bajo el imperio de la autosatisfacci¨®n. El desarrollo econ¨®mico y tecnol¨®gico ha hecho que el hombre occidental vea a los hombres de otros tiempos y culturas con una sonrisa de conmiseraci¨®n y superioridad. Somos m¨¢s poderosos, pero, ?de verdad somos mejores? Gozamos de un bienestar muy superior al de nuestros padres y abuelos, pero ?somos m¨¢s sabios que ellos? Los bosquimanos crearon las historias m¨¢s hermosas que se han contado nunca y viv¨ªan, sin embargo, en un mundo de dolorosa escasez. Un pueblo que, seg¨²n nuestro punto de vista de hombres desarrollados, viv¨ªa en las condiciones m¨¢s penosas era capaz, sin embargo, no s¨®lo de expresar en sus cuentos las cosas m¨¢s conmovedoras, sino de dar cuenta de los misterios y zozobras del existir humano con una fuerza po¨¦tica y una precisi¨®n que ya quisieran para s¨ª gran parte de nuestros poetas o nuestros hombres de ciencia. Hemos mejorado tecnol¨®gicamente y formulado las leyes inmutables que rigen el mundo f¨ªsico, pero me temo que no hemos avanzado gran cosa en el conocimiento de esa entidad inaprensible que los antiguos llamaron alma. Por eso es importante la literatura. La b¨²squeda de los cuentos es la de un conocimiento no racional, que tiene que ver con la sabidur¨ªa: un conocimiento capaz de iluminar el mundo. Los personajes de los cuentos nos conmueven y nos obligan a estar pendientes de cada una de sus palabras y acciones porque es como si llevaran en sus manos una peque?a l¨¢mpara. Su luz es una luz delicada e ¨ªntima que se opone al deslumbramiento de tantas supuestas verdades. No es una luz que se asocie al poder, sino a la debilidad. Tal vez por eso los cuentos est¨¢n llenos de personajes que hoy llamar¨ªamos discapacitados o minusv¨¢lidos. La sirenita debe perder su voz, y camina torpemente, como si el suelo estuviera lleno de pu?ales, para conseguir lo que anhela; la bella durmiente vive sumida en un sue?o eterno del que nada parece capaz de despertarla, en Los cisnes salvajes, uno de los pr¨ªncipes se ver¨¢ obligado a vivir con un ala de cisne en lugar de uno de sus brazos, y en los cuentos infantiles abundan los ni?os y ni?as que han perdido los brazos o las manos, o que no pueden hablar o ver. No est¨¢n completos, pero est¨¢n vivos. A¨²n m¨¢s, puede que el verdadero mensaje de los cuentos sea precisamente que estar vivo es estar incompleto.
Estos personajes no son distintos a nosotros, pues todos buscamos algo que no tenemos. Para eso hablamos, para poder completarnos. El amor, por ejemplo, ?qu¨¦ es sino la b¨²squeda de eso que nos falta? Las culturas antiguas cre¨ªan que los anormales o los seres deformes estaban dotados como los chamanes de poderes extraordinarios. La mutilaci¨®n, la anormalidad, el destino tr¨¢gico, como ha escrito Juan Eduardo Cirlot, constitu¨ªan el pago y el signo de la excelencia en ciertas dotes, por ejemplo: la facultad po¨¦tica. Homero, el poeta por excelencia, era ciego. Al contrario que en el mundo de la psicolog¨ªa, donde la cualidad excedente no es sino la compensaci¨®n o sublimaci¨®n de una deficiencia original, en el mundo de los cuentos la falta nombra el lugar de la apertura hacia el otro. En Los cisnes salvajes, la presencia del ala de cisne implica una deformidad, pero tambi¨¦n es un signo de excepcionalidad positiva, de su vinculaci¨®n con el mundo m¨¢s vasto de la naturaleza, donde es due?o de facultades desconocidas para los dem¨¢s. Adorno dijo que la verdadera pregunta, la que funda la filosof¨ªa, no es la pregunta por lo que tenemos, sino por lo que nos falta. Y a nuestro mundo le faltan muchas cosas. No es malo reconocerlo, pues el lugar de la falta es donde se plantea la pregunta sobre si podr¨ªamos ser de otra manera. Desde ese punto de vista todos somos discapacitados, pues vivir, al menos humanamente, es sentir el peso tr¨¢gico de tantas carencias.
Hay muchas razones para sentirnos orgullosos de nuestro mundo, pero no las hay menos para reprobarlo. Por ejemplo, nuestros ni?os sanos y bien alimentados, ?tendr¨¢n recuerdos? Los ni?os de antes sab¨ªan lo que era una fuente, un nido, conoc¨ªan los animales y recib¨ªan con ojos de asombro el cambio de las estaciones. La t¨¦cnica ha simplificado extraordinariamente nuestra vida, permiti¨¦ndonos alcanzar un grado de bienestar impensable hace s¨®lo unos a?os. El ni?o de nuestros pa¨ªses desarrollados tiene una casa c¨®moda, asiste a la escuela y tiene una multitud de entretenimientos que hacen m¨¢s grata y f¨¢cil su vida. Pero los dibujos animados no pueden sustituir el temblor de un gatito y, tal como supo ver la delicada Marlen Haushofer, puede que su mundo sea mucho m¨¢s pobre que el de los ni?os que aun viviendo en pa¨ªses subdesarrollados poseen la experiencia de ese temblor. En ese sentido, todos los reci¨¦n nacidos son como peque?os discapacitados, ya que nacen incompletos, y basta con compararles con otras cr¨ªas del reino animal para saber hasta qu¨¦ punto esto es as¨ª. A¨²n m¨¢s, su belleza surge precisamente de esa inmadurez con la que llegan al mundo. Un ni?o que no puede andar, un ni?o ciego o sordo presentan un evidente d¨¦ficit en relaci¨®n a las facultades propias de los ni?os normales, pero en lo esencial no son distintos a ellos. Todos quieren vivir, todos se sienten insatisfechos e incompletos, todos tiemblan sin saber la raz¨®n, pues eso es la vida, el temblor de lo desconocido.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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