Una vuelta a la isla redonda
Gran Canaria une en febrero las c¨¢lidas temperaturas con la fiebre del carnaval
La isla es redonda como una galleta. Eso la hace apetecible para rodear su per¨ªmetro y mordisquearla por los bordes: la mejor forma de apreciar su tama?o y su fisonom¨ªa. Gran Canaria es una de las islas m¨¢s pobladas y deterioradas por una pol¨ªtica de urbanismo incontrolado, pero con una orograf¨ªa contundente que alberga rincones de gran belleza, como son el interior con sus cumbres y sus roques de origen volc¨¢nico, los barrancos occidentales y algunas playas como las dunas de Maspalomas. Rodeando su circunferencia se pasa casi sin transici¨®n de las aglomeraciones m¨¢s agresivas a los paisajes m¨¢s intactos y estremecedores. Ello requiere una jornada completa o dos, si se decide hacer alg¨²n requiebro hacia el interior.
1Arucas se?orial
Antes de aventurarme por la costa, me acerco hasta la caldera de Bandama, a unos 20 kil¨®metros de la capital. Desde el pico se divisa una amplia panor¨¢mica de la parte oriental de la isla. Decenas de turistas y nativos se asoman al hueco profundo de esta formaci¨®n volc¨¢nica y se admiran de su perfecta circunferencia forrada de vegetaci¨®n. Solamente una casita asoma en el fondo de este agujero que, puestos a imaginar, se parece a un impacto de meteorito.
Y ahora, tras respirar toda la tibieza voluptuosa de las primeras horas de la ma?ana, ya es hora de encaminarse en direcci¨®n a Agaete. No es que la autov¨ªa del Norte sea un dechado de belleza. La panza de burro oprime de lo lindo (el cielo est¨¢ nublado) y un poco por todas partes aparecen tristes cubos de hormig¨®n sin terminar, en un urbanismo precario que corroe las laderas como un sarampi¨®n. A un lado, el oc¨¦ano, con ese azul penetrante insular, y al otro, las viejas coladas volc¨¢nicas cubiertas de una rala vegetaci¨®n xer¨®fila. Pronto se alcanza con alivio la villa de Arucas, que, aunque convertida en ciudad dormitorio de Las Palmas de Gran Canaria, muestra un cogollo hist¨®rico se?orial, de arquitectura de cal y colores y sillares de basalto. La iglesia de San Juan Bautista, con alardes de catedral y toda ella de piedra negra y florida, es un homenaje al neog¨®tico m¨¢s fantasioso. El jard¨ªn municipal se muestra como un remanso de calma bulbosa y subtropical. Algunos dragos ofrecen su sombra y derraman esa resina tan roja que se la compara con la sangre, y que ya aparec¨ªa en los tratados medievales de farmacopea. En pleno parque a¨²n permanece parte de las complejas acequias de piedra que la Heredad de los Regantes, del siglo XV, habilit¨® para un reparto equitativo de las aguas. En las afueras, el jard¨ªn de la marquesa de Arucas, hoy abierto al p¨²blico, alberga una colecci¨®n de 2.500 especies tropicales y subtropicales en una puesta en escena de corte rom¨¢ntico, y en mitad de un campo de plataneras despunta un hotel rural de lujo, la Hacienda del Buen Suceso, en el que alimentar sue?os coloniales ante un zumo de papaya.
2Quesos y arqueolog¨ªa en G¨¢ldar
De nuevo en la autov¨ªa, aparecen indicados Gu¨ªa y G¨¢ldar, dos poblaciones reputadas por sus quesos. Insuperables, hay que decirlo. Para comprobarlo no hay m¨¢s que dirigirse hacia los barrios m¨¢s alejados. All¨ª, una serie de valles dan la espalda al asfalto, mostrando toda su intacta exuberancia. En el Inciensal y en Las Mesas viven varias queseras dispuestas a contar el secreto de su producci¨®n. Sita Mendoza explica que los quesos son de "mixtura", y que se elaboran mezclando leche de cabra, oveja y vaca en distintas proporciones, a gusto de cada cual. El ganado se alimenta casi exclusivamente de pastos, y el cuajo es de leche de baifo (cabrito) o flor de cardo. "La leche de las cabras rinde m¨¢s que la de vaca, y la de la tierra m¨¢s que la de afuera, aunque la que m¨¢s rinde es la de oveja", comenta, mientras que Rosa D¨ªaz se queja de que est¨¢ m¨¢s oronda de lo conveniente porque le encanta el tabefe, que es como aqu¨ª se llama al reques¨®n. "Para prepararlo", asegura, "es necesario guisar el belet¨¦n, que es el calostro de la leche reci¨¦n orde?ada, y removerlo constantemente con una ca?a para que no se corte". Desde su casa y la cueva en la que prepara sus quesos, el ronroneo incesante del tr¨¢fico rodado queda lejos.
En la ciudad de G¨¢ldar, agarrada a un cono volc¨¢nico, se concentra uno de los principales yacimientos arqueol¨®gicos de la isla: la c¨¦lebre Cueva Pintada, cerrada al p¨²blico desde los ochenta y a punto de ser abierta de nuevo. Se trata de los restos de un poblado prehisp¨¢nico de casas circulares con sillares de toba, cubierta vegetal y vigas de tea. Rodean una cueva con las paredes pintadas con motivos simb¨®licos. Era el lugar donde se piensa que se reun¨ªa la asamblea del guanarteme, o rey de los abor¨ªgenes.
3El puerto de Agaete
Al cabo de pocos kil¨®metros aparece Agaete, peque?o puerto pesquero con mucha gracia. El oc¨¦ano parpadea y es tan intenso que casi ciega. Un ferry de la compa?¨ªa Fred Olsen espera a cargar sus tripas de pasajeros para desembarcarlos en Tenerife. El pueblo de Agaete se rodea de casas y chal¨¦s adosados, preludio de la masificaci¨®n. Pero su barrio pescador todav¨ªa conserva un sabor marinero de carpinter¨ªa repintada en azul, barecitos populares con terrazas que miran al mar, un paseo mar¨ªtimo agradable y un cierto aire beat reciclado. Pintores como Pepe D¨¢maso o poetas como Jos¨¦ de la Rosa mantienen casa aqu¨ª para rebajar los agobios urbanos, mientras que los n¨®rdicos se quedan en invierno para dejarse abrazar por el sol. Una buena filosof¨ªa la de los europeos jubilados.
Si se mira hacia el sur, la civilizaci¨®n parece haberse parado de golpe. Una fabulosa barrera orogr¨¢fica ha salvado el resto del litoral de la especulaci¨®n. El Dedo de Dios. As¨ª llaman al desafiante monolito negro que emerge desde las aguas clamando al cielo. Y cubri¨¦ndole las espaldas a Agaete, asoma en la cumbre el pinar de Tamadaba. Hermoso top¨®nimo de resonancias prehisp¨¢nicas que alberga los ejemplares canarios m¨¢s singulares.
Tan apetecibles se muestran aqu¨ª las monta?as que tomo una carreterita hasta el caser¨ªo de Artenara. En Fontanales los pastos son tan lujuriosos que parecen suizos. Un se?or con sombrero de fieltro y cuchillo canario, don Alfredo Rodr¨ªguez, se da a la reflexi¨®n junto a la cuneta. Recuerda tiempos pasados mejores y m¨¢s tranquilos, en que "no hac¨ªamos crisis en estos campos". Le se?alo hacia un reba?o que pasta feliz en unas prader¨ªas junto a una casa, y me explica que "son corderos y machonas, ovejas que van a parir y no dan leche". En Artenara, las casas cuevas son silenciosas como la piedra y la noche. "Calientes durante el invierno", explica Mar¨ªa del Pino, "y fresquitas en verano". Desde all¨ª se contemplan los roques y las cumbres m¨¢s altas y descarnadas de la isla. Un buen lugar ¨¦ste para almorzar y beberse la visi¨®n grandiosa del paisaje grancanario.
4La aldea de San Nicol¨¢s
De nuevo en la costa, una carretera estrecha y vertiginosa conduce a lo m¨¢s ind¨®cil de la isla sobrevolando los acantilados. Mejor no mirar hacia abajo y seguir mansamente al cami¨®n que me precede y arrastra su panza sin prisas. La visi¨®n es brutal, sobrecogedora. Se atraviesa el barranco de Guayedra, bell¨ªsimo, y dan ganas de pararse y recorrerlo a pie. Pero las distancias y las curvas trazan su tiran¨ªa, as¨ª es que contin¨²o con la ruta establecida.
Seg¨²n se llega a la aldea, un mar de invernaderos ensucia el amplio valle sobre el que se asienta esta rica poblaci¨®n agr¨ªcola. Al socaire del puertito, un pu?ado de bares ofrecen terrazas acogedoras, espaguetis para turistas alemanes despistados y pescado del bueno para quien lo exija. Samas, viejas o salmonetes con papas arrugadas. Y queso tierno del pa¨ªs. Todo ello sin complicaciones culinarias, a la plancha o frito, y acompa?ado de un mojo verde con cilantro y una cantidad de ajo capaz de levantar el ¨¢nimo de un picapedrero.
5En direcci¨®n a Mog¨¢n
Sigue la belleza en estado bruto y sin limar. De pronto, el cielo se pone borrico y la niebla se hace tan densa que borra las cimas. Las monta?as derraman su vomitona bas¨¢ltica hasta el mar. Est¨¢n cubiertas de aulagas, verodes y cardones, plantas inquietantes donde las haya, y alg¨²n hilillo de agua serpentea entre las fisuras de los barrancos. Ha llovido este a?o y la naturaleza est¨¢ verde a rabiar. Las curvas siguen mandando, pero esta vez no culebrean por el borde del mar, sino que se adentran por el interior.
Se atraviesa el hermoso barranco de Veneguera y viene a la memoria la movilizaci¨®n popular y ecologista de hace unos a?os, que tuvo a la isla empapelada de pancartas que rezaban: "Salvar Veneguera". El ¨²ltimo barranco y la ¨²ltima playa intacta de esta isla superpoblada. Esta vez venci¨® la voluntad del pueblo y los proyectos de urbanizaci¨®n masiva se paralizaron, explica Heriberto D¨¢vila, de Ben Magec-Ecologistas en Acci¨®n. Buena noticia. En la cabecera del barranco surgen cardones del tama?o de una casa. Son pl¨¢sticos, escult¨®ricos.
Contin¨²a la ruta entre monta?as que destilan humedad hasta que comienza a asomar de nuevo el sol y aparecen las primeras casas. Se acerca Mog¨¢n. Pero la masificaci¨®n urban¨ªstica a¨²n no es agresiva. Solamente hace las veces de purgatorio. En el limbo se encuentra el puerto de Mog¨¢n. Un antiguo y humilde puerto pesquero convertido en marina chic-disney.
6Las dunas de Maspalomas
La masificaci¨®n llega con las playas de Taurito y Tauro, las ¨²nicas v¨ªrgenes y naturistas hasta los a?os ochenta. Aqu¨ª, como suceder¨¢ hasta la playa de Puerto Rico, la dinamita ha mordido las laderas de las monta?as para convertirlas en colmenas para el turismo. Aunque las playas son virginales. Sus originales arenas grises se han trocado en rubias y est¨¢n atestadas de hamacas y otros artilugios propios de la avalancha veraniega.
Y as¨ª, la locura constructiva se ir¨¢ configurando durante varios kil¨®metros ¨¢ridos y soleados (estamos en el Sur) hasta llegar a Maspalomas y la playa del Ingl¨¦s: las macrourbanizaciones tur¨ªsticas m¨¢s veteranas. Junto al faro de Maspalomas siguen creciendo hoteles de lujo de dimensiones fara¨®nicas que obturan el horizonte: algunas empresas parecen haber escapado mediante argucias legales al cupo de camas impuesto por la moratoria de alojamientos tur¨ªsticos.
Es necesario empaparse de nuevo de belleza; as¨ª que, en medio de un maremagno de hoteles, centros comerciales y discotecas, busco con avidez las dunas de Maspalomas. Ah¨ª surgen de pronto como un b¨¢lsamo de arena que reconcilia con el mundo. Ante la visi¨®n de estos monumentos m¨®viles modelados a golpe de viento, uno logra olvidarse de lo que tiene a sus espaldas. El sol poniente acaricia sus lomos y les proporciona un mayor relieve. Algunos paseantes aparecen como puntos diminutos entre las 403 hect¨¢reas de esta reserva natural especial, rica en insectos sabul¨ªcolas y otros pobladores de la arena.
Ya es hora de apresurarse y finalizar este largo recorrido. Enfilando la autopista en direcci¨®n a Las Palmas se atraviesan de nuevo barrios de triste hormig¨®n; tambi¨¦n pol¨ªgonos industriales y grandes superficies comerciales. Por fin llego a la ciudad, y all¨ª, el barrio de Vegueta, ya de noche, aguarda con sus calles empedradas, sus rincones ¨ªntimos y su calma fresca y colonial. Las palomas de la plaza de la catedral est¨¢n durmiendo, y los vecinos caminan sin prisas hacia sus casas para cenar. Ma?ana toca el Museo Col¨®n, con su inequ¨ªvoco aire ultramarino y aventurero, las construcciones racionalistas del barrio residencial de Ciudad Jard¨ªn, y el Museo N¨¦stor, en el Parque Doramas, con la iconoclasta pintura modernista de N¨¦stor Mart¨ªn-Fern¨¢ndez de la Torre, sus bocetos de escenograf¨ªas teatrales y sus dise?os de tejidos frescos y rompedores.
La isla es redonda como una galleta. Eso la hace apetecible para rodear su per¨ªmetro y mordisquearla por los bordes: la mejor forma de apreciar su tama?o y su fisonom¨ªa. Gran Canaria es una de las islas m¨¢s pobladas y deterioradas por una pol¨ªtica de urbanismo incontrolado, pero con una orograf¨ªa contundente que alberga rincones de gran belleza, como son el interior con sus cumbres y sus roques de origen volc¨¢nico, los barrancos occidentales y algunas playas como las dunas de Maspalomas. Rodeando su circunferencia se pasa casi sin transici¨®n de las aglomeraciones m¨¢s agresivas a los paisajes m¨¢s intactos y estremecedores. Ello requiere una jornada completa o dos, si se decide hacer alg¨²n requiebro hacia el interior.
1Arucas se?orial
Antes de aventurarme por la costa, me acerco hasta la caldera de Bandama, a unos 20 kil¨®metros de la capital. Desde el pico se divisa una amplia panor¨¢mica de la parte oriental de la isla. Decenas de turistas y nativos se asoman al hueco profundo de esta formaci¨®n volc¨¢nica y se admiran de su perfecta circunferencia forrada de vegetaci¨®n. Solamente una casita asoma en el fondo de este agujero que, puestos a imaginar, se parece a un impacto de meteorito.
Y ahora, tras respirar toda la tibieza voluptuosa de las primeras horas de la ma?ana, ya es hora de encaminarse en direcci¨®n a Agaete. No es que la autov¨ªa del Norte sea un dechado de belleza. La panza de burro oprime de lo lindo (el cielo est¨¢ nublado) y un poco por todas partes aparecen tristes cubos de hormig¨®n sin terminar, en un urbanismo precario que corroe las laderas como un sarampi¨®n. A un lado, el oc¨¦ano, con ese azul penetrante insular, y al otro, las viejas coladas volc¨¢nicas cubiertas de una rala vegetaci¨®n xer¨®fila. Pronto se alcanza con alivio la villa de Arucas, que, aunque convertida en ciudad dormitorio de Las Palmas de Gran Canaria, muestra un cogollo hist¨®rico se?orial, de arquitectura de cal y colores y sillares de basalto. La iglesia de San Juan Bautista, con alardes de catedral y toda ella de piedra negra y florida, es un homenaje al neog¨®tico m¨¢s fantasioso. El jard¨ªn municipal se muestra como un remanso de calma bulbosa y subtropical. Algunos dragos ofrecen su sombra y derraman esa resina tan roja que se la compara con la sangre, y que ya aparec¨ªa en los tratados medievales de farmacopea. En pleno parque a¨²n permanece parte de las complejas acequias de piedra que la Heredad de los Regantes, del siglo XV, habilit¨® para un reparto equitativo de las aguas. En las afueras, el jard¨ªn de la marquesa de Arucas, hoy abierto al p¨²blico, alberga una colecci¨®n de 2.500 especies tropicales y subtropicales en una puesta en escena de corte rom¨¢ntico, y en mitad de un campo de plataneras despunta un hotel rural de lujo, la Hacienda del Buen Suceso, en el que alimentar sue?os coloniales ante un zumo de papaya.
2Quesos y arqueolog¨ªa en G¨¢ldar
De nuevo en la autov¨ªa, aparecen indicados Gu¨ªa y G¨¢ldar, dos poblaciones reputadas por sus quesos. Insuperables, hay que decirlo. Para comprobarlo no hay m¨¢s que dirigirse hacia los barrios m¨¢s alejados. All¨ª, una serie de valles dan la espalda al asfalto, mostrando toda su intacta exuberancia. En el Inciensal y en Las Mesas viven varias queseras dispuestas a contar el secreto de su producci¨®n. Sita Mendoza explica que los quesos son de "mixtura", y que se elaboran mezclando leche de cabra, oveja y vaca en distintas proporciones, a gusto de cada cual. El ganado se alimenta casi exclusivamente de pastos, y el cuajo es de leche de baifo (cabrito) o flor de cardo. "La leche de las cabras rinde m¨¢s que la de vaca, y la de la tierra m¨¢s que la de afuera, aunque la que m¨¢s rinde es la de oveja", comenta, mientras que Rosa D¨ªaz se queja de que est¨¢ m¨¢s oronda de lo conveniente porque le encanta el tabefe, que es como aqu¨ª se llama al reques¨®n. "Para prepararlo", asegura, "es necesario guisar el belet¨¦n, que es el calostro de la leche reci¨¦n orde?ada, y removerlo constantemente con una ca?a para que no se corte". Desde su casa y la cueva en la que prepara sus quesos, el ronroneo incesante del tr¨¢fico rodado queda lejos.
En la ciudad de G¨¢ldar, agarrada a un cono volc¨¢nico, se concentra uno de los principales yacimientos arqueol¨®gicos de la isla: la c¨¦lebre Cueva Pintada, cerrada al p¨²blico desde los ochenta y a punto de ser abierta de nuevo. Se trata de los restos de un poblado prehisp¨¢nico de casas circulares con sillares de toba, cubierta vegetal y vigas de tea. Rodean una cueva con las paredes pintadas con motivos simb¨®licos. Era el lugar donde se piensa que se reun¨ªa la asamblea del guanarteme, o rey de los abor¨ªgenes.
3El puerto de Agaete
Al cabo de pocos kil¨®metros aparece Agaete, peque?o puerto pesquero con mucha gracia. El oc¨¦ano parpadea y es tan intenso que casi ciega. Un ferry de la compa?¨ªa Fred Olsen espera a cargar sus tripas de pasajeros para desembarcarlos en Tenerife. El pueblo de Agaete se rodea de casas y chal¨¦s adosados, preludio de la masificaci¨®n. Pero su barrio pescador todav¨ªa conserva un sabor marinero de carpinter¨ªa repintada en azul, barecitos populares con terrazas que miran al mar, un paseo mar¨ªtimo agradable y un cierto aire beat reciclado. Pintores como Pepe D¨¢maso o poetas como Jos¨¦ de la Rosa mantienen casa aqu¨ª para rebajar los agobios urbanos, mientras que los n¨®rdicos se quedan en invierno para dejarse abrazar por el sol. Una buena filosof¨ªa la de los europeos jubilados.
Si se mira hacia el sur, la civilizaci¨®n parece haberse parado de golpe. Una fabulosa barrera orogr¨¢fica ha salvado el resto del litoral de la especulaci¨®n. El Dedo de Dios. As¨ª llaman al desafiante monolito negro que emerge desde las aguas clamando al cielo. Y cubri¨¦ndole las espaldas a Agaete, asoma en la cumbre el pinar de Tamadaba. Hermoso top¨®nimo de resonancias prehisp¨¢nicas que alberga los ejemplares canarios m¨¢s singulares.
Tan apetecibles se muestran aqu¨ª las monta?as que tomo una carreterita hasta el caser¨ªo de Artenara. En Fontanales los pastos son tan lujuriosos que parecen suizos. Un se?or con sombrero de fieltro y cuchillo canario, don Alfredo Rodr¨ªguez, se da a la reflexi¨®n junto a la cuneta. Recuerda tiempos pasados mejores y m¨¢s tranquilos, en que "no hac¨ªamos crisis en estos campos". Le se?alo hacia un reba?o que pasta feliz en unas prader¨ªas junto a una casa, y me explica que "son corderos y machonas, ovejas que van a parir y no dan leche". En Artenara, las casas cuevas son silenciosas como la piedra y la noche. "Calientes durante el invierno", explica Mar¨ªa del Pino, "y fresquitas en verano". Desde all¨ª se contemplan los roques y las cumbres m¨¢s altas y descarnadas de la isla. Un buen lugar ¨¦ste para almorzar y beberse la visi¨®n grandiosa del paisaje grancanario.
4La aldea de San Nicol¨¢s
De nuevo en la costa, una carretera estrecha y vertiginosa conduce a lo m¨¢s ind¨®cil de la isla sobrevolando los acantilados. Mejor no mirar hacia abajo y seguir mansamente al cami¨®n que me precede y arrastra su panza sin prisas. La visi¨®n es brutal, sobrecogedora. Se atraviesa el barranco de Guayedra, bell¨ªsimo, y dan ganas de pararse y recorrerlo a pie. Pero las distancias y las curvas trazan su tiran¨ªa, as¨ª es que contin¨²o con la ruta establecida.
Seg¨²n se llega a la aldea, un mar de invernaderos ensucia el amplio valle sobre el que se asienta esta rica poblaci¨®n agr¨ªcola. Al socaire del puertito, un pu?ado de bares ofrecen terrazas acogedoras, espaguetis para turistas alemanes despistados y pescado del bueno para quien lo exija. Samas, viejas o salmonetes con papas arrugadas. Y queso tierno del pa¨ªs. Todo ello sin complicaciones culinarias, a la plancha o frito, y acompa?ado de un mojo verde con cilantro y una cantidad de ajo capaz de levantar el ¨¢nimo de un picapedrero.
5En direcci¨®n a Mog¨¢n
Sigue la belleza en estado bruto y sin limar. De pronto, el cielo se pone borrico y la niebla se hace tan densa que borra las cimas. Las monta?as derraman su vomitona bas¨¢ltica hasta el mar. Est¨¢n cubiertas de aulagas, verodes y cardones, plantas inquietantes donde las haya, y alg¨²n hilillo de agua serpentea entre las fisuras de los barrancos. Ha llovido este a?o y la naturaleza est¨¢ verde a rabiar. Las curvas siguen mandando, pero esta vez no culebrean por el borde del mar, sino que se adentran por el interior.
Se atraviesa el hermoso barranco de Veneguera y viene a la memoria la movilizaci¨®n popular y ecologista de hace unos a?os, que tuvo a la isla empapelada de pancartas que rezaban: "Salvar Veneguera". El ¨²ltimo barranco y la ¨²ltima playa intacta de esta isla superpoblada. Esta vez venci¨® la voluntad del pueblo y los proyectos de urbanizaci¨®n masiva se paralizaron, explica Heriberto D¨¢vila, de Ben Magec-Ecologistas en Acci¨®n. Buena noticia. En la cabecera del barranco surgen cardones del tama?o de una casa. Son pl¨¢sticos, escult¨®ricos.
Contin¨²a la ruta entre monta?as que destilan humedad hasta que comienza a asomar de nuevo el sol y aparecen las primeras casas. Se acerca Mog¨¢n. Pero la masificaci¨®n urban¨ªstica a¨²n no es agresiva. Solamente hace las veces de purgatorio. En el limbo se encuentra el puerto de Mog¨¢n. Un antiguo y humilde puerto pesquero convertido en marina chic-disney.
6Las dunas de Maspalomas
La masificaci¨®n llega con las playas de Taurito y Tauro, las ¨²nicas v¨ªrgenes y naturistas hasta los a?os ochenta. Aqu¨ª, como suceder¨¢ hasta la playa de Puerto Rico, la dinamita ha mordido las laderas de las monta?as para convertirlas en colmenas para el turismo. Aunque las playas son virginales. Sus originales arenas grises se han trocado en rubias y est¨¢n atestadas de hamacas y otros artilugios propios de la avalancha veraniega.
Y as¨ª, la locura constructiva se ir¨¢ configurando durante varios kil¨®metros ¨¢ridos y soleados (estamos en el Sur) hasta llegar a Maspalomas y la playa del Ingl¨¦s: las macrourbanizaciones tur¨ªsticas m¨¢s veteranas. Junto al faro de Maspalomas siguen creciendo hoteles de lujo de dimensiones fara¨®nicas que obturan el horizonte: algunas empresas parecen haber escapado mediante argucias legales al cupo de camas impuesto por la moratoria de alojamientos tur¨ªsticos.
Es necesario empaparse de nuevo de belleza; as¨ª que, en medio de un maremagno de hoteles, centros comerciales y discotecas, busco con avidez las dunas de Maspalomas. Ah¨ª surgen de pronto como un b¨¢lsamo de arena que reconcilia con el mundo. Ante la visi¨®n de estos monumentos m¨®viles modelados a golpe de viento, uno logra olvidarse de lo que tiene a sus espaldas. El sol poniente acaricia sus lomos y les proporciona un mayor relieve. Algunos paseantes aparecen como puntos diminutos entre las 403 hect¨¢reas de esta reserva natural especial, rica en insectos sabul¨ªcolas y otros pobladores de la arena.
Ya es hora de apresurarse y finalizar este largo recorrido. Enfilando la autopista en direcci¨®n a Las Palmas se atraviesan de nuevo barrios de triste hormig¨®n; tambi¨¦n pol¨ªgonos industriales y grandes superficies comerciales. Por fin llego a la ciudad, y all¨ª, el barrio de Vegueta, ya de noche, aguarda con sus calles empedradas, sus rincones ¨ªntimos y su calma fresca y colonial. Las palomas de la plaza de la catedral est¨¢n durmiendo, y los vecinos caminan sin prisas hacia sus casas para cenar. Ma?ana toca el Museo Col¨®n, con su inequ¨ªvoco aire ultramarino y aventurero, las construcciones racionalistas del barrio residencial de Ciudad Jard¨ªn, y el Museo N¨¦stor, en el Parque Doramas, con la iconoclasta pintura modernista de N¨¦stor Mart¨ªn-Fern¨¢ndez de la Torre, sus bocetos de escenograf¨ªas teatrales y sus dise?os de tejidos frescos y rompedores.
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