Pioneras
Mi t¨ªo Agust¨ªn emigr¨® a la Argentina de Per¨®n. Dos a?os despu¨¦s su mujer y su hijo se reunieron con ¨¦l. La t¨ªa regres¨® viuda. Hasta hace poco la mayor parte de los pioneros hab¨ªan sido hombres. Ahora ya no.
Liviana, la mujer colombiana que cuida de mi madre vino con un billete sin retorno. Apenas obtenidos los "papeles", reclam¨® a sus hijos; y, un poco m¨¢s tarde, a su ex marido: quer¨ªa dejar de mandarle un dinero cuyo destino era otra mujer.
Los hijos se adaptaron r¨¢pidamente. Encontraron trabajo y empezaron a compartir las ilusiones de otros j¨®venes de aqu¨ª. En cambio al padre, todo parec¨ªa costarle mucho m¨¢s. Pronto empez¨® a lamentarse y ya no dej¨® de hacerlo. Se quejaba de que sus hijos gastaban demasiado. Y sobre todo a?oraba a su madre que hab¨ªa quedado en Am¨¦rica. Andando el tiempo, Liviana y sus hijos se pusieron de acuerdo para convencerle de que volviera a su pa¨ªs al lado de su anciana mamita.
La gran carga de la emigraci¨®n recae ahora sobre las espaldas de estas mujeres. La independencia econ¨®mica y con ella el m¨ªnimo de libertad necesaria para vivir, les sale muy cara, en esfuerzo y en peligros. Porque no a todos los hombres les da por lamentarse. Algunos vuelcan la frustraci¨®n de la migraci¨®n sobre la mujer que est¨¢ a su lado. Y la someten a vejaciones o acaban con su vida. Lo mismo que en todas las revoluciones.
Porque los hombres representan el antiguo r¨¦gimen y, en muchos casos, la contrarrevoluci¨®n y el terror para que las cosas sigan siendo como antes en su realidad imaginada.
Los obispos llaman a esto "revoluci¨®n sexual" y han dicho que los cr¨ªmenes son su fruto amargo. ?Por qu¨¦ me sonar¨¢ a m¨ª tanto este discurso de que la rebeli¨®n de las v¨ªctimas las convierte en culpables?
Ning¨²n obispo comparte con los monstruos la violencia. Pero algunos seguramente comparten los fines: quieren que las mujeres vuelvan al redil de la resignaci¨®n cristiana, al tipo de vida que los hombres dise?aron para ellas.
Pero esto ya no tiene marcha atr¨¢s, por muchos obispos que se empe?en. Y por mucho que el terror se reproduzca en las tabernas y se ejecute tras las paredes del hogar.
Liviana no est¨¢ para mucho sexo. No tiene tiempo y, cuando lo encuentra, se conforma con ir al baile y sentir el ritmo de las volantas de su juventud. Sus hijos podr¨¢n disfrutar de la propiedad de su cuerpo y de la libertad que su madre no disfrut¨®, aunque luch¨® toda su vida para que ellos tuviesen otra vida m¨¢s humana. Tambi¨¦n eso es la historia de la libertad.
Aunque la libertad es una planta ef¨ªmera. Cuando parece asegurada vuelve a encontrarse amenazada. Y de m¨¢s de una manera. Ya se enterar¨¢n los nietos de Liviana.
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