Sangre y semen: de la bio¨¦tica a la biopol¨ªtica
De la bio¨¦tica, incluso a la "body¨¦tica", o¨ª yo hablar desde peque?ito. El t¨¦rmino no exist¨ªa a¨²n, claro est¨¢, pero eso es lo que ven¨ªa a reclamar una amiga de mi madre a la salida de la iglesia de Emp¨²ries: "?Pero si yo estoy dispuesta y deseosa de cumplir con todo!", le dec¨ªa; "yo s¨®lo pido que me precisen hasta qu¨¦ punto debo llevar la manga larga en misa; a partir de qu¨¦ altura es pecado venial y cu¨¢ndo se hace mortal. Basta ya de esas vaguedades que la tienen a una en vilo sin saber cu¨¢ndo -?y cu¨¢nto!- est¨¢ pecando una".
Con eso de la bio¨¦tica los t¨¦rminos han cambiado, sin duda, pero lo que muchos solicitan viene a ser muy parecido: que cu¨¢ndo, que c¨®mo, que d¨®nde, que en qu¨¦ circunstancias, que a partir de qu¨¦ momento me es permitido decidir acerca del inicio, manipulaci¨®n o t¨¦rmino de la vida ajena y de la propia. Los avances biom¨¦dicos nos permiten -y a menudo nos obligan- a intervenir cada vez m¨¢s en estos procesos que trastocan as¨ª su "natural" desarrollo: p¨ªldora preventiva o p¨ªldora del d¨ªa despu¨¦s; fecundaci¨®n artificial con ¨®vulos y semen an¨®nimo o, por el contrario, s¨®lo si vienen rubricados; eutanasia activa o eutanasia pasiva: que qui¨¦n va a establecer una distinci¨®n precisa entre clonaci¨®n terap¨¦utica y clonaci¨®n eugen¨¦sica, etc¨¦tera. Grande es el desconcierto y l¨®gica la reacci¨®n ante tan dilatado men¨². De ah¨ª que, justo como en un tiempo se dio por hablar del parto sin dolor, hoy se reclame una "¨¦tica sin dolor", una directiva precisa y sin confusi¨®n posible; una pauta que elimine la perplejidad y nos permita de una vez saber a qu¨¦ atenernos.
?Y qui¨¦n va a darnos ese criterio exacto, esa vara de medir para saber cu¨¢ndo hemos acortado la manga o hemos alargado el brazo m¨¢s de la cuenta; cu¨¢ndo es venial y cu¨¢ndo mortal nuestra intrusi¨®n en el "natural curso de la vida"? En tiempos de mi feligresa era la Iglesia quien sentenciaba, pero en un mundo secularizado crece el n¨²mero de quienes se lo piden ahora a la Ciencia: ?es t¨¦cnicamente "humano" el embri¨®n de 15 d¨ªas?, ?est¨¢ t¨¦cnicamente "muerto" el cuerpo que respira con encefalograma plano? El hecho es que Dios nos ha pasado la pelota y para evitar la presi¨®n, para sac¨¢rnosla r¨¢pidamente de encima, nosotros la despejamos a eso que llamamos la Ciencia o a cualquier Instancia Superior que nos venga a mano.
Pero igual como "del dicho al hecho hay un buen trecho", tambi¨¦n lo hay entre "el hecho y el derecho" o, lo que es lo mismo, entre "la Ciencia y la Conciencia". El conocimiento de los hechos nos ayuda, sin duda, para tomar decisiones responsables; pero nunca de la acumulaci¨®n de datos resulta autom¨¢ticamente una decisi¨®n justa o moral. Un abismo separa las descripciones de las prescripciones; un abismo que hemos de saltar sin m¨¢s p¨¦rtiga que nuestra desnuda conciencia, y sin pretender que los datos que nos informan de una situaci¨®n pueden por s¨ª mismos, y sin soluci¨®n de continuidad, fundar moralmente una decisi¨®n. Nada ni nadie puede ahorrarnos la necesidad de emplear aqu¨ª nuestro sentido com¨²n y nuestra apreciaci¨®n del caso particular.
Con el aumento de las decisiones que hemos de tomar, aquella demanda de un corte de manga milimetrado se traduce as¨ª en la de un prontuario razonado de las conductas a seguir a la hora de afrontar la vida, la muerte, la enfermedad... la pol¨ªtica misma. La verdad, yo no quer¨ªa sacar aqu¨ª el tema, pero ?qu¨¦ remedio!: en ¨¦l andamos metidos, y la analog¨ªa es tentadora.
En efecto, tambi¨¦n en la pol¨ªtica desear¨ªan algunos que los Estados y sus fronteras fueran tan "naturales" e intocables como, seg¨²n ellos, lo es la vida misma. "No lo toqu¨¦is, que as¨ª se divide el mundo". "Que lo que las guerras y las alianzas din¨¢sticas han unido, el hombre no lo separe". Que esas sagradas l¨ªneas fronterizas dise?adas a sangre y semen (con la sangre roja de los pueblos, qua soldados, con la sangre azul de los monarcas, qua sementales), que esas l¨ªneas no sean violadas por la alevosa voluntad de quienes viven unidos o separados por ellos.
Las fronteras as¨ª establecidas son tan naturales como constitucionales, tan sagradas como naturales. De ah¨ª que todo intento de cambiar o matizar aquellos trazos de sangre y semen mediante unas l¨ªneas definidas por votaci¨®n popular sea una intolerable traici¨®n. Eso, intolerable, aunque s¨®lo se plantee, como el llamado plan Ibarrexe, para cuando residir en Euskadi no suponga ya para nadie la siniestra alternativa entre vivir escoltado o morir asesinado. O aunque sea el m¨¢s modesto proyecto catal¨¢n de redactar por consenso (y de plebiscitar) un nuevo Estatuto que va a atentar, entre otras cosas, contra esa inviolable "unidad de caja" que, como todo el mundo sabe, es Una pero nunca puede ser Trina. Que la voluntad popular -y no su sangre- pueda decidir sobre cu¨¢l es su ¨¢mbito o marco pol¨ªtico resulta as¨ª para nuestros biopol¨ªticos un sacrilegio que atenta tanto a la Raz¨®n como a la Religi¨®n de los hechos consumados, y que merece la excomuni¨®n pol¨ªtica, justo como los obispos la reclaman can¨®nica para los usuarios de la pastilla del day after.
Y uno, que quiere comprender lo que les pasa, llega por fin a la sencilla conclusi¨®n de que, o bien son paranoicos o son bien hegelianos.
Paranoicos, si frente a cualquier reclamaci¨®n mayoritaria de libre asociaci¨®n o de real autonom¨ªa sienten el v¨¦rtigo ante lo que ven como la "pendiente resbaladiza" por la que van a precipitarles "esos que te piden la mano y a la que te descuidas te toman el brazo". Aunque lo malo (para ellos) es que esos temores paranoicos tienden a autoconfirmarse hasta dar cuerpo a sus propios fantasmas. Y as¨ª es, en efecto, como muchos hemos llegado a la conclusi¨®n de que s¨ª, de que hay que cogerles por la manga para poder acabar, en su caso, d¨¢ndoles -d¨¢ndonos- la mano.
Pero lo m¨¢s seguro es que sean simplemente hegelianos, es decir, gente convencida de que "todo lo real es racional" y de que la Historia es ya el mism¨ªsimo Juicio Final, de modo que con el Estado (para Hegel, el prusiano) se acabaron las historias. En adelante su ¨¢rea podr¨¢ ser incluso, si se tercia, democr¨¢tica, pero su per¨ªmetro continuar¨¢ siendo el escrito ya por la historia -aunque se trate de una historia "no apta para menores"-.
Con todo, hay algo en mi entorno que me hace sentir alejado tanto de aquella paranoia espa?olista como de esta teolog¨ªa hegeliana; alejado y a la vez esperanzado. Pues resulta que estoy escribiendo esto en San Crist¨®bal de las Casas, la ciudad de un cura espa?ol que, como Montesinos, Vitoria y tantos otros, trat¨® de defender a los ind¨ªgenas de su "destino manifiesto" en el resguardo y se neg¨® a sacralizar tanto la biolog¨ªa racista como la historia cruel e inexorable que pretend¨ªan transformar los hechos en derechos. ?Larga vida a esta tradici¨®n hispana!
P. D. a 18 de febrero. Como catal¨¢n y residente en Catalu?a, reclamo a ETA mi derecho a no ser excluido del conjunto de todos los espa?oles y vascos amenazados de muerte por el grupo terrorista.
Xavier Rubert de Vent¨®s es fil¨®sofo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.