El ¨²ltimo de los piratas rom¨¢nticos
EL PA?S ofrece por un euro en su colecci¨®n de aventuras El corsario negro, de Emilio Salgari
A?os despu¨¦s intu¨ª que la huella de Byron marcaba a aquel maravilloso personaje y que el se?or de Ventimiglia era la ¨²ltima encarnaci¨®n del pirata rom¨¢ntico, un h¨¦roe que hab¨ªa atravesado la literatura del siglo XIX. All¨ª estaban, efectivamente, todos los rasgos que contribu¨ªan a dibujar el imponente retrato que Emilio Salgari hac¨ªa del Corsario Negro, incluida la impecable negrura de su ropa, su sombrero, y de la elegante pluma que coronaba ¨¦ste. Como los protagonistas byronianos, el Corsario Negro reun¨ªa las dram¨¢ticas paradojas del hombre excepcional: negro por demasiado luminoso; mis¨¢ntropo por esperar demasiado de la humanidad; errante por saber demasiado. Aquel pirata melanc¨®lico, un arist¨®crata perdido entre los fragores del Caribe, era un ¨¢ngel ca¨ªdo, pero asimismo un demonio que no siempre pod¨ªa disimular su condici¨®n de ¨¢ngel.
Negro por demasiado luminoso; mis¨¢ntropo por esperar demasiado de la humanidad
Entre la opresi¨®n y la libertad, se tend¨ªa la red m¨¢gica de la aventura
Pero a?os antes, sin importarme todav¨ªa estas cosas, me bastaba El Corsario Negro para desequilibrar la dura pugna que se hab¨ªa establecido en mi coraz¨®n de lector adolescente entre Julio Verne y Emilio Salgari. Amaba las obras de Verne, sobre todo un libro, Viaje al centro de la Tierra, y un personaje, Miguel Strogoff. Supongo que ya entonces me daba cuenta de la superioridad de Verne y, sin embargo, gracias a que el Corsario Negro en mi imaginaci¨®n no ten¨ªa rival, me decantaba por Salgari. Creo que llegu¨¦ a leer todos sus textos.
Ninguno como El Corsario Negro. Nunca olvid¨¦, ni siquiera en sus detalles, la escena en que el pirata, al mando de su barco El Rayo y sosteniendo f¨¦rreamente el tim¨®n, afrontaba en solitario una tempestad imposible. Y cada vez que la recordaba me acordaba tambi¨¦n de m¨ª mismo, embelesado y c¨®mplice, ante aquel hombre que cre¨ªa sin reposo en su audacia mientras el mundo, un puro torbellino, se hund¨ªa a su alrededor.
A poco que escarbara en la memoria surg¨ªan, junto a ¨¦sta, otras escenas y, por supuesto, otras enso?aciones: una geograf¨ªa m¨ªtica que, en una punta, ten¨ªa a la fat¨ªdica ciudad de Maracaibo, feudo del gobernador Wan Guld, asesino de los hermanos del Corsario Negro, y, en la otra, a la isla de las Tortugas, el gran refugio de los piratas, en el que, siempre alegres, se dedicaban a festines sin fin. Y entre ambos reinos, el de la opresi¨®n y el de la libertad, se tend¨ªa la red m¨¢gica de la aventura, con el se?or de Ventimiglia y sus amigos sobreponi¨¦ndose a todas las adversidades con astucia no exenta de rigor cient¨ªfico (Salgari se deleitaba describiendo pormenorizadamente animales y plantas de pa¨ªses ex¨®ticos a los que ¨¦l, un sedentario, nunca viajar¨ªa si no era a trav¨¦s de las enciclopedias).
Pero todo volv¨ªa siempre -en la lectura primera o en la memoria posterior- a aquella figura magn¨ªfica, el Corsario Negro, el m¨¢s valiente, el m¨¢s altivo, el m¨¢s enigm¨¢tico y, sobre todo, el m¨¢s taciturno de los piratas que infestaban el mar Caribe.
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