'Os c?es de Barcelona'
"Parecen im¨¢genes robadas / al mundo despu¨¦s de levantarle / el velo enga?oso o la membrana / que lo cubre y que oculta / algo espantoso".
En febrero del a?o 2000 dimos aqu¨ª noticia de la extraordinaria proliferaci¨®n de perros callejeros en Bucarest, de los planes para exterminarlos y de la salv¨ªfica intervenci¨®n de la famosa Brigitte Bardot, cuyos ruegos, promesas y amenazas a las autoridades suspendieron la hecatombe. A?os antes, todav¨ªa durante la dictadura de Ceaucescu, una tarde asist¨ª a la angustia de unos amigos a quienes se les hab¨ªa escapado el perro, al que no sin fatigas pudimos encontrar antes de que lo hiciese la implacable camioneta de la perrera municipal, que no perdonaba bicho sin amo: perro que pillaban, carne para el zoo.
Me he acordado de aquellos 180.000 perros de Bucarest al ver un cuadro de la exposici¨®n Cinco pintores de la modernidad portuguesa, en La Pedrera. Pero no puedo seguir hablando de los perros sin destacar antes algunos cuadros: en primer lugar, el retrato de Fernando Pessoa por Almada Negreiros, que ya se ha convertido en icono y s¨ªmbolo de la cultura portuguesa, y que en la memoria de los lectores espa?oles viene asociado al descubrimiento del Libro del desasosiego gracias a la edici¨®n del a?orado ?ngel Crespo. En ese retrato est¨¢ Pessoa, est¨¢ Almada, est¨¢ Crespo, y est¨¢ Mario de Sa Carneiro, aludido t¨¢citamente en el n¨²mero 2 de la revista Orpheu, que aparece junto al poeta y que ¨¦ste estaba componiendo cuando lleg¨® la noticia tremenda y desmovilizadora de su fallecimiento.
En segundo lugar, los de Vieira da Silva, esos paisajes de la conciencia en los que la artista incorpor¨® nociones y conceptos que la f¨ªsica y la neurolog¨ªa est¨¢n formulando hoy.
Finalmente, est¨¢, impactante desde el mismo t¨ªtulo, Os c?es de Barcelona (Los perros de Barcelona), de Paula Rego (Lisboa, 1935). Es un campo truculento, ni del todo abstracto ni propiamente figurativo, dividido en masas rojas y negras, por donde se agitan los cuerpos morfol¨®gicamente estilizados y descoyuntados de unos cuantos perros agonizantes, atacados por moscas monstruosas, y bajo la mirada impert¨¦rrita, ausente, de una muchacha. Rego lo pint¨® en 1965, despu¨¦s de leer en la prensa que circulaban por Barcelona muchos perros callejeros y el Ayuntamiento hab¨ªa sembrado las calles de pedazos de carne envenenada. Los bichos mor¨ªan a docenas en la v¨ªa p¨²blica, entre aullidos y estertores, dando pie a las escenas que son de imaginar.
?Por qu¨¦ este cuadro hechiza? Parece la traducci¨®n a otro idioma de la escena central de la c¨¦lebre Carta de lord Chandos, de Hofmannsthal. Para explicarle a Bacon por qu¨¦ ya no debe esperar libros suyos, lord Chandos le cuenta la an¨¦cdota siguiente: el s¨®tano de su palacio estaba infestado de ratas; para acabar con ellas mand¨® a sus criados que esparciesen pedazos de queso envenenado; al d¨ªa siguiente baj¨® a ver los efectos del veneno; y al asistir al espect¨¢culo de tantos bichos agonizando y chillando, buscando salvaci¨®n, comprendi¨® que la vida y la muerte son asuntos indescriptibles, son demasiado para el lenguaje. En consecuencia, escribir es absurdo. "Las palabras se me deshacen como ceniza en la boca".
Os c?es de Barcelona y otros cuadros que Rego pint¨® en su juventud tienen la extra?a cualidad de parecer im¨¢genes robadas al mundo despu¨¦s de haberle levantado el velo enga?oso o la membrana que le confiere apariencias arm¨®nicas tras la que se ocultaba algo espantoso: una caba?a de desolladores, una c¨¢mara de tortura: exactamente lo que vemos en las telas. Con el paso de los a?os Rego fue evolucionando hacia una figuraci¨®n m¨¢s ortodoxa, en la l¨ªnea de la escuela de Londres, pero no deja de ser curioso que, en un estilo emparentado m¨¢s o menos lejanamente con el de Lucien Freud, pintase una serie de alegatos de intenci¨®n feminista, mujeres en posturas infrahumanas, a las que bautiz¨® precisamente mujeres-perro.
Para sugerir, sin mencionarlo expl¨ªcitamente, el clima de opresi¨®n pol¨ªtica en la Checoslovaquia comunista, Milan Kundera cuenta en su novela La despedida c¨®mo los jubilados se alistaban en una brigada municipal anticanina y, armados de un lazo o una red, grotescos y siniestros, persegu¨ªan perros callejeros para entregarlos a la perrera exterminadora.
La caza de los ayuntamientos contra los perros sueltos se da siempre y en casi todas las ciudades, de forma m¨¢s o menos discreta, pero es curioso que las dictaduras blasonen de ello, que hagan ostentaci¨®n p¨²blica y virtuosa, como en el caso rumano, el checo y el barcelon¨¦s al que Rego le dedica ese cuadro tremendo. Es de suponer que con esas cruzadas las autoridades pretenden transmitir un mensaje propagand¨ªstico plural: nos preocupamos de la higiene p¨²blica, de ahorrar molestias al ciudadano, tenemos competencia t¨¦cnica para domar a la naturaleza, y sabemos ser implacables con los perros, ergo tambi¨¦n con ustedes si hace falta.
Coraz¨®n de perro (Bulgakov), Los cachorros (Vargas Llosa), Retrato del artista como cachorro (Dylan Thomas), etc¨¦tera. Se da una transferencia simb¨®lica del perro al hombre y viceversa. De otro modo, y teniendo en cuenta el trato que damos a los animales en general, no habr¨ªa nada especialmente escandaloso en estas hecatombes caninas, pero lo cierto es que para el arte y para la pol¨ªtica se nos presentan como met¨¢fora de nosotros mismos. Ha de ser as¨ª porque el perro est¨¢ considerado el mejor amigo del hombre, el animal m¨¢s cercano; opini¨®n que ellos, los perros, comparten, hasta el extremo de que muchos est¨¢n convencidos de pertenecer a la especie de sus due?os, y muerden a esos seres inferiores, los otros perros.
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