La ley de la pasta
No es la primera vez que ocurre, ni ser¨¢ la ¨²ltima. En realidad, la sucesi¨®n de cosas sabidas que llenaron las tres horas de la entrega de los premios de la Academia de Hollywood de 2003 son la norma. Lo que ocurre es que, por remoto que sea el caso, tambi¨¦n aqu¨ª la norma est¨¢ abierta a la excepci¨®n y precisamente eso, la gloria de la excepci¨®n, es lo que le ocurri¨® al tinglado del t¨ªo ?scar el a?o pasado, y lo que levant¨® y dio alas a algunas ingenuas esperanzas de que el glorioso mordisco de aquel inesperado soplo de aliento libre, iconoclasta e improvisador podr¨ªa perdurar y dar al aire algunas -en realidad, son muchas- dentelladas pendientes.
El a?o pasado, la presi¨®n y la urgencia de algunas heridas sangrantes surgidas s¨²bitamente dentro de la ecuaci¨®n que Robert Altman, con buena mala uva, llama "Hollywood met¨¢fora de Am¨¦rica" rompieron de pronto y sin aviso la vieja baraja del tah¨²r; y por eso all¨ª, en el templo de las cartas marcadas, asom¨®, ante millones de perplejos insomnes de todo el mundo, el idioma de lo inesperado, de lo asombroso. Pero tan s¨®lo unas cuantas chispas residuales de aquel fuego -pues incluso los c¨¦lebres chistes contagiosos e irreverentes de Billy Cristal parec¨ªan sacados de una lata de conservas- volvieron a tensar all¨ª las alarmas, pero nada sin embargo se movi¨® y menos a¨²n reabri¨® las grietas que se abrieron hace un a?o en el espejo de un tinglado televisivo bien engrasado y opulento pero de estructura mediocre, utilitario y prosaico, que tuvo a mano la agarradera de El se?or de los anillos para dar aspecto de apoteosis del arte cinematogr¨¢fico a un aparatoso, aunque simplote, espectro del negocio de pel¨ªculas disfrazadas de cine.
Naomi Watts toca a cara lavada en '21 gramos' el techo de la genialidad
Considerar a Peter Jackson mejor director que Clint Eastwood es un error may¨²sculo
Y las cosas volvieron a su orden, que en realidad es su desorden, porque desde ¨¦l se ve por dentro la l¨®gica del paseo militar de El se?or de los anillos, que es un espect¨¢culo de factura dubitativa, que va afirm¨¢ndose a medida que avanza, y que alcanza momentos de firmeza aislados. Es un filme brillante, pero hueco, rimbombante y epid¨¦rmico, sin alma; que nada aporta al lenguaje cinematogr¨¢fico, pero que es astuto y est¨¢ bien calculado: sabe mover inercias de despacho, romper taca?er¨ªas de club financiero y abrir las puertas de los bancos al fantasma, desde hace tiempo proscrito en Hollywood, del riesgo. El m¨¦rito, y no es peque?o, de la apisonadora de El se?or de los anillos est¨¢ en cosas tan obvias como que tritura intocables interioridades de la ley de la pasta en el sistema de producci¨®n de Hollywood y pone en evidencia a los negociantes de celuloide que, puestos a hacer estruendosos espect¨¢culos de laboratorio inform¨¢tico, deben rascarse el bolsillo y sacar jugo de esa forma menor de la imaginaci¨®n que es la fantas¨ªa.
Pel¨ªculas como El se?or de los anillos tienen gracia y sentido, son un divertido juego -dentro de unos a?os, sus hallazgos visuales, que es lo mejor que tiene, ser¨¢n arqueolog¨ªa- gratificante que se cierra sobre s¨ª mismo y engatusa y envuelve con buenas artes a millones y millones de espectadores encantados con su invitaci¨®n a consumir im¨¢genes y opciones bals¨¢micas y ef¨ªmeras completamente ajenas a las de vida que les cerca. Por eso, siete de sus oscars, los que aluden a sus aportaciones mec¨¢nicas a la gran f¨¢brica, est¨¢n bien ganados, son irrefutables, necesarios incluso; pero los cinco restantes, los concernientes al montaje, la fotograf¨ªa, el gui¨®n, la direcci¨®n y la pel¨ªcula como conjunto, son una penosa, casi rid¨ªcula intromisi¨®n de las leyes de la pasta en las de la ¨¦tica o, si se quiere, de la mec¨¢nica en la espiritualidad.
El enorme disparate que supone considerar al neozeland¨¦s Peter Jackson mejor director que el portentoso Clint Eastwood de Mystic river es, se mire por donde se mire, un error may¨²sculo, al borde de una pura idiotez que arrasa de cuajo todo rastro de credibilidad anal¨ªtica en el gremio que concedi¨® el premio. No cabe discutir estos asuntos. S¨®lo cabe dar tiempo a un tiempo que dejar¨¢ ver, y a no tardar, el verdadero alcance de ambos trabajos de direcci¨®n.
El cap¨ªtulo de los premios de interpretaci¨®n suele ser el m¨¢s cre¨ªble de este anual reparto de glorias y nubes. Y los del lunes no fueron excepci¨®n. A Sean Penn y Tim Robbins, los dos actores ganadores por su trabajo en Mystic river, es quim¨¦rico discutirles algo que derrochan. Son artistas enormes. Pero es una pena que estos premios no se dupliquen, pues ser¨ªa de sue?o que Sean Penn lo compartiera con su ant¨ªpoda Bill Murray, que crea prodigios en Lost in traslation, una maravilla de Sofia Coppola, que con justicia gan¨® el Oscar al mejor gui¨®n. Ren¨¦e Zellweger no tuvo rival en el cap¨ªtulo a las int¨¦rpretes de reparto, pero la ganadora Charlize Theron s¨ª lo tuvo en el correspondiente a la protagonista. La actriz surafricana hace en Monster un trabajo solvente y poderoso, pero de m¨¢scara, mientras la australiana Naomi Watts toca a cara lavada en 21 gramos el techo de la genialidad y se mueve en registros muy superiores a los de su colega. Pero mejores o peores, todos hacen cine vivo, del que queda, y no ejercicios en la cuerda floja de un circo inform¨¢tico sofisticadillo, hinchado y vol¨¢til.
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